Durante la estancia del autor, por motivos profesionales, en Barcelona, pasó mucho tiempo con unos maestros que le tuvieron a su lado “aprendiendo en silencio”. Nada menos que Salvador Seguí –el Noi del Sucre- y Ángel Pestaña, entre otros, a los cuales admiraba y que él llama en este libro “nuestros heroicos confederales”. Más adelante vigorizó su fe cristiana con otros maestros como D. Eugenio Merino, sacerdote ciego; D. Tomás Malagón –a quien ya cadáver besó en la frente. Aquella frente –decía Jacinto- por la que tantos pensamientos e ideas habían pasado, agradeciéndole que los hubiera puesto al servicio de la clase obrera; Guillermo Rovirosa, con el que tuvo duros enfrentamientos dialécticos –todo un espectáculo- que los demás contemplábamos con asombro y agradecimiento.
Tales maestros
sembraron en la feraz tierra del corazón y la mente de Jacinto, y de ahí brotó,
entre otros frutos el libro “Los Cristianos en el Frente Obrero”.
“Se presenta el grupo obrero
en medio de la sociedad no sólo como una clase distinta de las demás –clase
obrera-; no sólo como una clase en movimiento hacia su redención–movimiento
obrero-; sino como un movimiento combativo, dispuesto en orden de batalla... Es
decir, un frente: EL FRENTE OBRERO”.
Y en ese Frente
reconoce el autor que muchas veces los cristianos estaban ausentes de él y que
“no hacían otra cosa que refugios asistenciales, casi limosneros, sin energías,
temerosamente agrupados junto al templo... Sé que han existido flamantes
minorías de obreros cristianos, timoratos, incontaminados, modosos, obedientes
al paternalismo de varones tan píos, como sordos al desesperado clamor obrero”.
No es menos
suave el juicio que hace de los hombres de estudio y de pensamiento que se “empecinaron
en modelarlo a su propia imagen y en erigirse en Estado Mayor de una lucha cuyos
profundos motivos nunca comprendieron (...) Marx, Bakunin, Lenin: tres
ejemplares tipo de doctrinarios funestos para el avance del Frente Obrero.
Aventureros servidores de otros ideales, encadenados a otros intereses que los
genuinos del frente (...) Marcada a fuego debiera estar en las mentes obreras
la trágica experiencia de la desviación e impurificación que siempre ha provenido
de los mandos sindicales de significación política, o burguesa, o intelectual.
Entregarles la acción a elementos no obreros es hipotecarla, esterilizarla,
porque los intelectuales y los políticos no tienen conciencia obrera”.
Comentando el libro “La
rebelión de las masas” decía que Ortega –por su mentalidad burguesa- describió
bien la rebelión, pero que no atinó en ver dónde estaba la razón profunda de la
rebeldía obrera, porque “Cuando se ha comprendido que lo vital es la dignidad y
la libertad, y la responsabilidad de la persona humana del trabajador, en quien
está Cristo presente, ya no hay evasión ni deserción posibles; mientras que si
se lucha por lo material, son de todo punto inevitables: los satisfechos desertan siempre”.
Se interroga a sí mismo “¿Y
cuál es la solución que los obreros cristianos ofrecen? Esta: una revolución”. Palabra que ha sido borrada
de nuestro lenguaje. Y, sin embargo, dicho concepto coincide con la
construcción del Reino de Dios que podemos definir como la implantación progresiva
de la justicia. Y nos sigue diciendo que la verdadera solución para realizar
esta revolución son los apóstoles
obreros:
“Se trata, en efecto, de una
radical transformación del hombre y no de otra cosa; y ello no se puede hacer
sino con una evangelización. Se trata de que los hombres que componen el
rebelde, disconforme y enérgico Frente Obrero seamos capaces de deshacer el
giro que nos oprime con una rebeldía positiva, con una disconformidad activa,
con una energía dirigida a edificar. Estamos esperando el mensaje con el
corazón naturalmente sediento y nadie nos apaga la sed. Por tierra están todos
los ídolos que hemos adorado, creyendo que nos la apagaría: el marxismo, el
anarquismo, el sindicalismo revolucionario, los ersatz totalitario y demócrata-burgués. Ya no nos queda otro altar
donde arrodillarnos que el altar del verdadero Dios”.
Llamada profunda de atención
a una Iglesia que perdió en el siglo XIX, por falta de mentalidad, al mundo
obrero y que en estos momentos, tiene un perfil muy asistencialista que le imposibilita
realizar la función profética que nunca debe faltar en la Iglesia, ya que le es
consustancial.