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CULTURA PARA LA ESPERANZA número 52. Verano 2003

La democracia truncada

A finales de la década de los 80, ningún país africano podía considerarse democrático, si exceptuamos el raro y solitario ejemplo de Botsuana, donde funcionaban de forma regular los partidos políticos y dos Cámaras, y se iba consiguiendo un grado aceptable de desarrollo social. Tras la caída del Muro de Berlín en 1989 y el fin del régimen segregacionista en Suráfrica en 1990, pareció que ese continente revivía la situación de optimismo que se conoció a principios de los años 60. La democracia es posible si se deja a los africanos ejercerla con libertad.

La oleada de independencias hizo concebir la esperanza de que la soberanía formal traería consigo la libertad y el progreso. Si nuestros padres consiguieron las independencias, consolidadas a trancas y barrancas por unos regímenes en general despóticos, la generación actual trataba de obtener para los pueblos africanos la libertad, mediante la construcción de Estados basados en el imperio de una ley igual para todos, con el fin de atajar los principales males que habían llevado a África a la humillante postración política, económica y social en la que se debate.

A principios de los noventa el reto era, pues, la democracia, a través de la cual se obtendría la buena gobernabilidad que asegurase el respeto de los derechos de los ciudadanos y la transparencia en la gestión de los recursos públicos de cada país. Sin embargo hoy, adentrados en el s. XXI, puede considerarse que esas aspiraciones democráticas han quedado truncadas e la mayoría de los países, y la frustración se ha adueñado de nuevo de los espíritus de los africanos.

No es que se haya desinflado el entusiasmo democratizador, ni que se hayan diluido los deseos de libertad y desarrollo de nuestros pueblos, sino que esas metas se ven obstaculizadas por factores externos que nos impiden alcanzarlos. Sabemos que afirmación tan rotunda puede suscitar reacciones en contra de los que consideran que nuestros males están en los propios africanos. Un análisis pormenorizado de las relaciones entre África y el mundo desarrollado sólo puede llevar a esa conclusión. Si dejamos atrás la historia -la esclavitud y el colonialismo, factores claramente determinantes de la situación presente- y nos concentramos en los hechos más recientes que conforman la actualidad, veremos claro que la vigente miseria moral y material africana está producida por las tiranías que nos malgobiernan desde el acceso a la independencia.

Desde hace 40 años, África es un continente en el que se han reavivado el tribalismo y el nepotismo, en el que la crueldad más espantosa anima la actuación política, donde los dirigentes no distinguen los bienes públicos de los privados, donde la ayuda internacional y los empréstitos son reenviados a Occidente en forma de cuentas privadas de dictadores y allegados, que compran mansiones de ensueño a costa de la miseria de sus conciudadanos; donde, en definitiva, la tiranía se ha convertido en la forma "normal" de gobernar.

Para justificar a los tiranos, algunos occidentales aducen que esas formas despóticas de ejercer el poder son consustanciales a la naturaleza del africano, determinismo sin sentido que, en el fondo, apenas se aleja de aquellas mentalidades que antaño justificaron la esclavitud y el colonialismo, pues se basan en una supuesta "superioridad" de unas razas predestinadas a someter o "civilizar" a todos los demás pueblos considerados primitivos.

Cuando afirmábamos hace unos años que el colonialismo aún persiste en forma de neocolonialismo, que los males de África provienen en gran mayoría de los intereses de los países desarrollados por controlar y explotar las inmensas riquezas del suelo y subsuelo africanos, se nos criticaba por maniqueos, por "echar los balones fuera", por no reconocer nuestra propia responsabilidad en la gestión del desastre, que se atribuía principalmente a una supuesta incapacidad de los africanos para la convivencia pacifica.

Sin embargo, ya queda bastante claro ahora que la inestabilidad africana y las terribles dictaduras que padecemos no son debidas ni a supuestas "guerras tribales" ni a nuestra particular forma de regimos en sociedad.

Se sabe, a través de múltiples informes de organismos internacionales, que las diversas facciones que alimentan la terrible guerra civil que asola la República Democrática de Congo desde la caída de Mobutu Sese Seko en 1997 -que ha causado al menos tres millones de muertos en medio de la indiferencia general- no están enfrentados entre sí ni única ni principalmente por razones étnicas. Son azuzadas por los intereses de las multinacionales occidentales, deseosas de controlar los diversos minerales -muchos de ellos tan estratégicos como el coltan- que tiene ese riquísimo país. Lo mismo que ha sucedido en Angola, Congo-Brazzaville, Sierra Leona, Liberia, Sudán, Chad y otros escenarios continentales.

CAUSAS DE LA MARGINACIÓN

Los africanos son actualmente los grandes marginados de la información y del comercio mundial. Éstas son, a mi juicio, las causas de la marginación de los africanos.

1- No se les considera sujetos de los mismos derechos que los demás ciudadanos del mundo. Hemos etiquetado a los negros como seres inferiores, que no merecen ni siquiera nuestra atención en caso de conflictos bélicos, por ejemplo el de los Grandes Lagos. Sólo se acepta en los medios de comunicación alguna escena especialmente morbosa: casos de las mutilaciones en Sierra leona y antes en Liberia, porque responde a nuestro esquema de que los negros son unos bárbaros.

2- De África interesan sólo los recursos (las materias primas) y no sus habitantes. Por eso nadie conoce, ni entrevista, a escritores, científicos, cineastas, dramaturgos, pintores, historiadores -que los hay y muy buenos-, porque no obedece al cliché que nos han ofrecido de los negros.

3- No se tiene ningún reparo en apoyar a las dictaduras o a los regímenes que violan sistemática mente los derechos humanos, si existen por medio intereses económicos, incluida la venta de armas, la tala indiscriminada de los bosques, la exportación de desechos tóxicos.

4- Tampoco se han apoyado los procesos democráticos que surgieron en África a finales de los años ochenta, que tantas esperanzas suscitaron en los pueblos africanos. Muchos de estos procesos se han quedado a mitad de camino y en algunos países, como en Burundi, Ruanda, Uganda y los dos Congos, en estrepitosos fracasos, ante la indiferencia mundial.

5- Los países africanos no se benefician de las nuevas tecnologías, debido a lo cual seguirán durante mucho tiempo en la cola del desarrollo y del interés de los países desarrollados. Se mantendrán así en la marginación cultural recibiendo únicamente aquello que los países del Norte les quieran brindar.

6- La mujer africana, que es la que lleva el peso de la economía informal –gracias a la cual es posible hoy subsistir en muchos países africanos-, no es tenida en cuenta a la hora de planificar el desarrollo. Deciden los hombres en unas sociedades donde el peso de la economía cotidiana recae sobre los hombros de las mujeres.

7- Se está permitiendo que algunos regímenes, como el de Sudán, toleren, fomenten y usen la esclavitud pura y dura como medio de dominación de los pueblos negros sudaneses, con el apoyo, más o menos tácito e implícito, de países como Francia, Canadá y China, por razones de intereses petroleros. Otros países, como Ruanda y Burundi, están violando sistemáticamente los derechos humanos, reclutando a decenas de miles de ciudadanos en campos de concentración, manteniendo en la cárcel a más de cien mil personas, para depurar a la etnia mayoritaria.

8- Se sospecha que por intereses de las grandes multinacionales de los laboratorios no se está acelerando la creación de una vacuna contra la malaria, que causa al año la muerte de miles de africanos. Tampoco se está ayudando a los gobiernos africanos a luchar eficazmente contra el sida, que está diezmando a países enteros y haciendo descender en algunos países la esperanza de vida de 60 a 40 años.

9- Desde un punto de vista interno, la mayoría de los dirigentes africanos se han preocupado más de mantenerse en el poder, impulsando incluso el nepotismo y el tribalismo (como en Togo y Guinea Ecuatorial, por ejemplo), que de hacer partícipes a todos los ciudadanos de la gestión política. Esto ha propiciado la exclusión de magníficos ciudadanos y ha favorecido la fuga de cerebros, que es una auténtica sangría para los países africanos, al tiempo que favorece el desarrollo de los países industrializados.

10- La mayoría de los dirigentes africanos han hecho de la corrupción una forma de Estado, apropiándose de las instituciones públicas y de los recursos del país para el lucro personal. Se ha privado así a la mayoría de los ciudadanos de participar en la Administración pública y se han amasado fortunas escandalosas, en medio del empobrecimiento progresivo de los ciudadanos. El Estado de derecho ha quedado reducido a una parafernalia externa, desprovisto en su misma raíz de legitimidad, lo que ha favorecido -y favorece- la insurrección de grupos armados, la inestabilidad, la represión y el desprecio de los ciudadanos.

Gerardo González Calvo

(Del libro África, ¿por qué?)

Una alianza perniciosa

Hay países, como Togo o Gabón, donde los presidentes llevan treinta y seis años en el poder. En otros, como Guinea Ecuatorial o Zimbabue, los dictadores están a punto de cumplir un cuarto de siglo en la jefatura del Estado. En Congo-Brazzaville fue derrocada una democracia trabajosamente conseguida, y una sola empresa petrolera financió una guerra civil que destruyó medio país y reinstaló en el poder al antiguo dictador Denis Sassou-Nguesso, que asegura mejor sus intereses.

¿Quién los mantiene durante tanto tiempo? Lo que podemos afirmar es que no es la voluntad de los pueblos respectivos, principales víctimas de la situación. Son países occidentales como Francia quienes sostienen esa alianza perniciosa entre nuestros dictadores y la explotación despiadada de nuestros recursos naturales. Basta observar atentamente la política de París -y, por extensión, la de todo el mundo occidental- para llegar a la conclusión de que los africanos somos víctimas de la abundancia de nuestros recursos económicos.

Entre otros muchos ejemplos, recordemos que la Francia socialista de François Mitterrand apoyó en 1987 el sangriento golpe de Estado de Blaise Compaoré contra el popular Thomas Sankara en Burkina, que sólo reivindicaba la dignidad para su país. Más recientemente, está en el origen de la desestabilización de Costa de Marfil, país reputado hasta hace dos años como modelo de estabilidad, desde que los militares derrocaron a su hombre en Abiyán, el ex presidente Henri Konan Bedié. Y, a pesar de los embargos decretados por la Unión Europea -de la que forma parte- contra el dictador de Zimbabue y su entorno, el presidente Jacques Chirac acaba de invitar y agasajar en París a Robert Mugabe.

En cuanto a Guinea Ecuatorial, se sabe positivamente que los franceses están desestabilizando el régimen de Teodoro Obiang Nguema, al que apoyaron con armas y bagajes a pesar de sus violaciones de los derechos humanos. Obiang es molesto a París porque no le ha concedido la parte del león de la tarta petrolera, de la que se benefician principalmente las empresas estadounidenses, en detrimento de TotalFina-Elf, el buque insignia del poderío galo, protagonista de numerosos escándalos de corrupción, alguno de los cuales ha llegado a los tribunales.

Los mismos países que explotan o aspiran a explotar las riquezas africanas son los que han impuesto un freno a las ansias de libertad de los africanos. Se ha visto en Togo, Gabón y otras partes, pues si bien las conferencias nacionales que surgieron a principios de los años noventa en prácticamente toda el África subsahariana respondieron a la exigencia de los pueblos de democracia, desarrollo y dignidad, las fuerzas conservadoras del orden neocolonial pronto opusieron resistencia y buscaron mecanismos para ahogar esos anhelos, sin importarles recurrir a la violencia más contundente.

El resultado es esta África alejada de los polos de desarrollo, sin posibilidad de beneficiarse de las nuevas tecnologías, incapaz de asumir sus propios retos, que tiene el dudoso "honor" de encabezar las listas de los países más pobres, con los índices de desarrollo humano más míseros del planeta. Un África, en suma, que se consume por el hambre y las enfermedades, inerme, exhausta y desesperada.

Quizá no sea "políticamente correcto" decirlo así, pero lo que percibimos los africanos es que son los dictadores actuales los que mejor aseguran los intereses de occidente, y por ello los imponen y mantienen. Los africanos no somos ni tontos ni masoquistas: conocemos bien nuestros problemas y tenemos las soluciones. En cada uno de nuestros países existen centenares o miles de ciudadanos mejor preparados intelectual y políticamente que los dictadores de turno; existen movimientos y partidos de oposición, cuyos programas permitirían una regeneración de sus países, hay voluntad de cambio, y líderes honestos capaces de dirigir a la sociedad hacia la libertad y el progreso; pero nada de eso vale frente a la cuenta de resultados que las empresas occidentales esperan obtener al final de cada ejercicio en sus negocios con África.

Se prefiere negociar con los déspotas, en lugar de con personas honestas que miren por los intereses de sus pueblos, pues resultarían más "caras" a las multinacionales y a las potencias occidentales que extraen y exportan nuestras riquezas casi gratuitamente, a costa de la muerte y de la miseria de millones de seres humanos que, por no tener, no tienen ni el derecho a protestar. Hoy, como antaño, es el comercio el que dicta las relaciones entre el mundo desarrollado y África, por lo cual los empresarios occidentales hacen sus cálculos y deciden quién asegura mejor su negocio. Ecuación perversa en la que siempre estarán mejor colocados los dictadores y sus retoños.

La democracia es posible

A pesar de esto, se produce de vez en cuando alguna noticia esperanzadora. El nuevo primer ministro de la República Centroafricana, Abel Goumba, nombrado por el nuevo hombre fuerte de Bangui surgido del golpe de Estado contra el presidente Ange-Félix Patassé en marzo pasado, es una persona honesta, de impecable trayectoria democrática. Si se confirman los deseos tanto de Goumba como del nuevo jefe del Estado, el general François Bozizé, puede que la República Centroafricana pase pronto a contarse entre esa docena de países que, a pesar de todo, están consiguiendo hacer realidad el sueño de conjugar independencia y libertad.

La tarea no es fácil, porque la herencia que suelen dejar las dictaduras es terrible; además de la nefasta gestión económica, la casi nula atención social y la ausencia de infraestructuras, los dictadores que abandonan el poder (ya sea defenestrados, como Patassé, o mediante las urnas, como Daniel arap Moi en Kenia en diciembre pasado, o una combinación de ambas circunstancias, como en Madagascar), acostumbran a dejar países fraccionados, pues su reinado se basa en la división, en el enfrentamiento de los diversos estamentos. Por eso, suele parecer que se avanza poco.

Obligados a someterse al veredicto de las urnas cada pocos años, los dirigentes democráticos se presentan al final de su mandato con realizaciones más bien parcas, al no poder arreglar en tan poco tiempo los múltiples problemas heredados, muchos de los cuales -solapados por la dictadura- emergen con la libertad, dando la errónea sensación de que es la democracia la que trae tan ingente cantidad de carencias y conflictos.

Ello contribuye al desencanto, a una cierta mala prensa que tiene en Africa la solución democrática, pues muchos impacientes preferirían que todos sus problemas se arreglaran de golpe. De lo cual, lógicamente, se aprovechan los dictadores recalcitrantes, aquellos que han hecho del poder su profesión. Pero gobernar en democracia es muy distinto, ya que requiere un diálogo continuo, un compromiso permanente, convencer a la mayoría, lo cual es necesariamente lento, sobre todo cuando se sale de situaciones en las que el diálogo no entraba en la cultura política, y la gente se ha acostumbrado a que el "mesías" piense por ellos.

Ese desencanto de los impacientes suele ser aprovechado por los liberticidas para desacreditar a los regímenes de libertad, que supuestamente tampoco solucionan los problemas de la sociedad. Eso puede estar ocurriendo en Nigeria, donde el presidente Olusegun Obasanjo ha tenido que lidiar al mismo tiempo con muchos toros bravos, desde la corrupción generalizada hasta el auge del integrismo islámico. Se presentó a las recientes elecciones presidenciales de abril con el prestigio disminuido, pero fue reelegido con un amplísimo margen de votos. No cabe duda de que, tras la muerte del sanguinario Sani Abacha, los nigerianos son hoy más libres que bajo las dictaduras militares.

PULSO ENTRE ESTADOS UNIDOS Y FRANCIA

Tras la firma de los acuerdos de Marcoussis en enero pasado, por los que Francia forzó un gobierno de unidad nacional para intentar poner fin a la guerra civil de Costa de Marfil, los costamarfileños se manifestaron por las calles de Abiyán agitando banderitas estadounidenses, mientras la multitud hostigaba a las tropas francesas estacionadas en los suburbios de la capital. Imagen que resume, mejor que mil palabras, el pulso entre estas dos potencias por el control de África.

Desde hace siglos, Francia considera al continente africano una especie de zona natural de expansión. Tras la primera guerra mundial, el Tratado de Versalles le otorgó algunas antiguas colonias de Alemania, Togo y Camerún. No contento con ello, la política exterior de París tiende a fagocitar a la ex colonia española, Guinea Ecuatorial, y a los antiguos territorios portugueses, sobre todo Guinea-Bissau, São Tomé y Príncipe y Angola. De ahí los acuerdos económicos y políticos que, con la excusa de las integraciones regionales, de hecho sitúan a estos países en la zona económica del franco. Lo mismo ha sucedido con las ex colonias belga (la República Democrática de Congo, Ruanda y Burundi) que, con el pretexto de la francofonía, giran en la órbita francesa desde sus respectivas independencias.

Estados Unidos, que durante décadas descuidó su política africana, relegada durante la guerra fría, ha descubierto en la última década la importancia estratégica y económica de ese continente. A pesar de su fracaso en Somalia, ha esperado a ejercer su influencia en África a partir de las ex colonias británicas, sobre todo Nigeria y Suráfrica, pero también Ghana, Sierra Leona, Liberia, Gambia o Uganda.

Mientras se repartieron así las zonas de influencia, no hubo conflicto. Pero los intentos de penetración americanos en lugares como la República Democrática de Congo, Congo-Brazzaville, Senegal, Gabón, Guinea Ecuatorial o Angola alarmaron a los franceses, que a su vez movieron sus peones en la zona para parar a los estadounidenses. Guerras como las de los dos Congos tienen ahí su explicación, pugna a la que tampoco son ajenas algunas escaramuzas, hasta ahora más bien diplomáticas, que se dan en Senegal y los países ribereños del golfo de Guinea.

Estados Unidos quiere conquistar São Tomé y Príncipe y Guinea Ecuatorial. En el primer país, Washington desearía montar una base militar que controlara todo el golfo, lugar que ha pasado a ser de importancia estratégica capital, debido a los inmensos recursos energéticos que alberga. (Ver M.N. abril pág 34 y ss.) En el segundo país, los norteamericanos han conseguido hacerse con la mayoría de los pozos petroleros descubiertos tanto en los alrededores de la isla de Bioco como frente las costas de Bata, en la región continental.

El hallazgo de nuevos yacimientos en el estuario del río Muni no ha dejado indiferente a los franceses, que, temerosos de ser excluidos del reparto de la enorme tarta petrolera guineana, están maniobrando ahora para desestabilizar al régimen de Teodoro Obiang, que, en su opinión, ha traicionado su confianza favoreciendo los intereses norteamericanos. Así parece indicarlo tanto la reavivación del latente litigio del islote guineano de Mbañe, reclamado por los gaboneses, como los intentos de promocionar el liderazgo del desconocido Rubén Ndong, un "escritor franco-africano" (según se presenta él mismo) nacido en Evinayong, Guinea Ecuatorial, y exiliado en París desde hace décadas.

En resumidas cuentas, el antagonismo que protagonizan estadounidenses y franceses a propósito de Irak no es sino la traslación a una escala mayor de una pugna que se inició hace ya tiempo en África, pues ambas potencias tratan de controlar el mayor número posible de fuentes de materias primas para consolidar su hegemonía. En ese sentido, África ha pasado a ser una zona prioritaria para ambos países; pero sobre todo para Francia, que no sería lo que es sin el uranio de Gabón o el petróleo del golfo de Guinea. Por eso, sostiene a "sus" dictadores contra viento y marea.

D.N.B.

Distintos problemas aquejan a Ghana, Malí, Senegal, Benín, Suráfrica, Sao Tomé y Príncipe, Botsuana, Mozambique, Kenia o Madagascar, algunos de los países que han alcanzado la libertad. Pero puede considerarse que esos problemas están en el camino de su solución, toda vez que esos países han conseguido resolver el principal obstáculo, el encorsetamiento de la vitalidad de los ciudadanos, que impedía el flujo natural de las energías creativas. Si la gente ya no tiene que preocuparse continuamente por su seguridad, o por lo qué habla, o por con quién pasea por la calle, ni estar pendiente de si amanecerá vivo o será torturado en la noche por cualquier banalidad, puede empezar a pensar en otras cosas. Por ejemplo, en procurarse una vida mejor para sí mismo y para los suyos.

En cualquier caso, lo que esperamos los africanos de los pueblos europeos es la inversión de los términos de la alianza. Que convenzan a sus gobernantes de que otra África es posible, con el concurso de los africanos honrados. Nadie predica la autarquía, puesto que sabemos que vivimos en un mundo interdependiente y globalizado. Necesitamos vender nuestras materias primas, para que esos beneficios sirvan para los fines de nuestro desarrollo. Necesitamos cómplices que nos ayuden a desterrar la crueldad, la cleptocracia, la corrupción y los demás vicios impuestos por los dictadores, y ofrecer al mundo una nueva imagen de los africanos. Podemos conseguirlo; pero ya no nos basta la caridad, cualquiera que sea el eufemismo con que se disfrace, sino un mínimo de justicia para todos.

Donato Ndongo-Bidyogo
Mundo Negro, mayo-junio 2003

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