INFORMACION NOVEDADES WEB
INFORMACION SUSCRIPCIONES
PEDIDOS Y SUSCRIPCIONES
SUGERENCIAS

NO A LA GUERRA

La paz sólo puede ser fruto de la justicia, la verdad, el amor y la libertad, como afirma Juan XXIII en su encíclica Pacem in Terris. Como creyentes nos sentimos obligados a manifestar públicamente nuestra oposición a las declaraciones de guerra contra Irak, realizadas por el presidente Bush y apoyadas por los gobiernos español e inglés. Las razones que se dan para una intervención militar en Irak, la falta de democracia y la posible fabricación de armas químicas, biológicas y nucleares, no son más que burdas justificaciones para legitimar la HEGEMONÍA DE LOS INTERESES POLÍTICOS, ECONÓMICOS Y MILITARES DE ESTADOS UNIDOS, como representante de los países más ricos, en el Próximo Oriente. En primer lugar, si éstas fueran las auténticas razones ¿por qué atacar sólo a Irak y no al resto de petromonarquías árabes con sistemas autoritarios y antidemocráticos?, o ¿por qué no intervenir en Pakistán o las repúblicas exsoviéticas como Uzbekistán, sistemas dictatoriales al más puro estilo Sadam Hussein, que por el contrario han sido países "aliados" en la guerra en Afganistán? Si se quiere defender al mundo de las armas nucleares ¿por qué no empezar sancionando a Estados Unidos, el único país que hasta ahora ha utilizado la bomba atómica contra poblaciones civiles, y que se niega a firmar el tratado de no proliferación de armas nucleares y biológicas? Si el incumplimiento de las resoluciones de la ONU se quiere utilizar también como justificación, ¿por qué no intervenir también en Israel quien lleva incumplidas todas las resoluciones de la ONU que le obligan a abandonar los territorios ocupados y a reconocer un estado palestino?... Son muchas preguntas, cuyas respuestas ponen de manifiesto que lo que menos interesa en esta declaración de guerra del gobierno norteamericano, son los derechos humanos, la democracia y la paz.

La falta de autoridad moral de Estados Unidos le descalifica para erigirse en defensor de la causa de los derechos humanos y la democracia política. Basta recordar su currículum para dudar de sus buenas intenciones y de su destino como "salvador del mundo"y representante del bien en la tierra: su negativa a firmar el Tratado de Prohibición de Misiles Anti-Balísticos; la no adhesión a buena parte de los tratados internacionales de derechos humanos vigentes, entre otros, al Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales y a ninguno de los dos Protocolos del Pacto de Derechos Civiles y Políticos; tampoco se ha adherido a las Convenciones referidas a la imprescriptibilidad de los crímenes de guerra y de lesa humanidad, la supresión del tráfico de personas y la explotación de la prostitución, el estatuto del refugiado o los derechos de los trabajadores emigrantes y sus familias; tampoco se ha adherido a la Convención de Ottawa de 1997 que prohíbe las minas antipersonales y se ha negado a firmar el Protocolo de Kioto sobre emisiones de gases que crean el efecto invernadero; EE.UU. ha rechazado, igualmente, firmar el Tratado de la Convención de Basilea que trata de evitar el movimiento transfronterizo de residuos peligrosos; se ha opuesto, también, a la creación de un Tribunal Internacional para crímenes de guerra hasta lograr la inmunidad para sus ciudadanos, por temor a que sus jefes militares pudieran ser objeto de cargos por sus acciones en Irak, Yugoslavia y futuros conflictos; boicoteó la Conferencia contra el comercio y utilización de armas ligeras; se ha opuesto al Tratado que desde hace 30 años prohibía las armas biológicas, así como se ha negado a ratificar la prohibición total de armas nucleares; EE.UU. fue el único que se opuso a las resoluciones de la Comisión de Derechos Humanos de la ONU, que instaban a las compañías farmacéuticas (en su mayoría norteamericanas), a facilitar medicamentos contra el Sida a bajo coste a los infectados con el virus VIH; también se negó a aprobar una segunda resolución de la Comisión de Derechos Humanos que proponía establecer una moratoria sobre la imposición de la pena de muerte y una tercera sobre la declaración del derecho a la alimentación como un derecho humano internacional; la administración norteamericana, especialmente desde que Bush ocupa la Casa Blanca, se ha negado reiteradamente, al envío de observadores internacionales a los territorios palestinos ocupados por Israel; EE.UU. no se ha limitado a proteger a Israel en el tema de los observadores, sino que ha continuado vendiendo armas a los israelíes, violando el Acta de Exportación de Armas, que prohíbe la utilización de armamento estadounidense, excepto en los casos de "legítima autodefensa"; EE.UU. ha impedido también que Israel sea condenado por la construcción de asentamientos en los territorios ocupados, en abierta violación de la resolución 461 de la ONU, que condena estas acciones; EE.UU. es uno de los dos países del mundo (el otro es Somalia) que no ratificó la Convención de los Derechos del Niño; pese a la existencia de una Convención Internacional -a la que EE.UU. no se adhirió- contra el reclutamiento, financiación y entrenamiento de mercenarios, EE.UU. utiliza ampliamente mercenarios tanto en el plano interno como en las misiones llamadas de "mantenimiento de la paz"; por último, recordar los dos millones de presos que hay en las cárceles norteamericanas, que constituye la mayor población carcelaria del mundo en proporción al total de habitantes...

Este historial, que le valió a Estados Unidos su no reelección como miembro de la Comisión de Derechos Humanos de la ONU, desautoriza moralmente a la administración norteamericana para constituirse en defensor universal de la democracia, la libertad y los derechos humanos. Justificar la "guerra preventiva", ahora contra Irak y luego, sucesivamente, contra los países que forman parte del llamado "eje del mal" por razones de seguridad nacional de los países que se ven como objetivo del terrorismo, nos lleva a preguntarnos por la seguridad de millones de personas que anualmente mueren como consecuencia de un orden económico internacional que privilegia los intereses de los países más ricos (Estados Unidos, Canadá, Japón y Europa Occidental). ¿Quién defiende la seguridad alimentaria de los seis millones de niños que mueren cada año en el mundo por desnutrición; quién defiende el derecho a la vida de los 17 millones de africanos muertos por el sida, de ellos 3,7 millones de niños; quién defiende el derecho a una infancia digna de los 12 millones de niños africanos huérfanos por el sida y de los 200 millones de niños que en el mundo, se ven obligados a trabajar; quién defiende el derecho a la educación, a la sanidad, a una vivienda, a un empleo, de millones de refugiados...?

Ninguna guerra podrá prevenir ni evitar estallidos de violencia, fruto de la ira y el odio de poblaciones sistemáticamente humilladas, desesperadas, sometidas al miedo, el hambre, la amargura y la desesperanza; cuando se siembra odio, no podemos esperar otra respuesta que no sea la irracionalidad, la locura y el sinsentido; tan irracional e injustificable fue la violencia que se abatió el día 11 de septiembre de 2001 sobre Estados Unidos, como la violencia de un sistema político, económico y militar que genera pobres y excluidos en serie. La guerra nunca ha sido ni puede ser un medio para alcanzar la auténtica paz, entendida como el resultado de la justicia y la libertad, que exigiría transformar radicalmente los principios legales que rigen el sistema de relaciones internacionales impuesto por los países más ricos al resto del mundo.

El objetivo de la guerra contra Afganistán primero, y contra Irak, ahora, no es defender los derechos económicos, políticos y sociales de sus poblaciones, ni la democracia política, como tampoco el objetivo de la guerra es garantizar la seguridad de los ciudadanos de los países occidentales, el objetivo real de la guerra es mantener un orden internacional que permita seguir explotando los recursos energéticos situados en esta zona geográfica y seguir imponiendo los principios neoliberales del Consenso de Washington. El objetivo no sólo es mantener el orden a escala internacional, sino también a escala nacional, desinformando y manipulando la opinión pública al ocultar las verdaderas causas del terrorismo, criminalizando y penalizando cualquier tipo de disidencia política y económica que ponga en cuestión el credo neoliberal.

Como cristianos no podemos permitir que nadie utilice el nombre de Dios para justificar la guerra y, menos, que en su nombre alguien se erija en juez de vidas y personas, dictaminando lo que es el bien y el mal. Según la tradición de la Iglesia, "invocar el nombre de Dios como testigo de la verdad, sólo puede prestarse con verdad, con sensatez y con justicia" (Catecismo de la Iglesia Católica, 1992, pág. 477) ; ni la administración norteamericana ni la de los países que la apoyan, incluida la española, han demostrado actuar con "verdad, sensatez y justicia". La inmoralidad de apelar al nombre de Dios no sólo deslegitima cualquier intento de justificar la guerra sino que autoriza a desobedecer a unos gobernantes que han incumplido con su cometido de defender el bien común y el derecho a la vida. ACCIÓN CULTURAL CRISTIANA

ACCION CULTURAL CRISTIANA. Sierra de Oncala 7, Bjo. Dcha. 28018 Madrid (España) Correo electrónico: acc@eurosur.org