CULTURA PARA LA ESPERANZA número 31. Primavera 1998

POR CUENTA AJENA

    ¡Por cuenta ajena!. Trabajar por cuenta ajena. Más que la división entre capital y trabajo es ese trabajar por cuenta ajena lo que constituye la esencia del sistema capitalista. Abdicar -o verse obligado a abdicar- de su responsabilidad a la hora de elegir los fines y los medios de la propia actividad profesional. Que sea otro, un ajeno, quien determine el para qué y el cómo se emplean las propias capacidades y capacitaciones. Que se carguen a cuenta de otro los frutos del propio valer. Que lo propio sea apropiado, lo intransferible se transfiera; porque quien domina los fines es dueño de todos los medios, también de las personas que trabajan para tales fines.

     El sistema capitalista reduce a la inmensa mayoría -prácticamente a todos- de quienes trabajan en sus empresas, a la condición de asalariados. A cambio de su salario más o menos suficiente o insuficiente, cada trabajador pone en manos del capitalista -del sistema- de modo absoluto toda su actividad profesional.

     Así, en este sistema de salariado, universalmente establecido, el trabajador, de grado o por fuerza, resulta -y es- un irresponsable en cuanto al destino de su trabajo.

     Sin embargo, en nuestra cultura -que en este punto se ha universalizado- se ha aceptado como bueno y generalizable este sistema de salariado. En efecto, se da por buena la división y separación entre los propietarios de la empresa que, porque han aportado el capital para ponerla en marcha, pueden y deben dirigirla o, al menos, elegir a quienes la dirijan y los trabajadores que, en cuanto tales, recibido su salario, no tienen ya nada que decir en la marcha de la misma.

     Aceptada, por consentimiento universal, esta distinción, división y separación, es lógico que la empresa como tal sea un conflicto de intereses. Dado que la finalidad de los propietarios es la ganancia, inevitable e irremisiblemente lucharán porque el costo de los asalariados sea el menor posible, bien en términos absolutos, bien en relación con la productividad arrancada de los trabajadores con una más depurada organización o con ayuda de la técnica. El ideal estaría -algo que ya van consiguiendo- en que la empresa pudiese funcionar sin o con muy pocos obreros.

     De esta forma y con estos planteamientos se ha desarrollado a lo largo de los dos últimos siglos una encarnizada lucha en múltiples campos de batalla entre sí conexionados. Dentro de cada país, enfrentamientos entre empresarios y obreros, utilizando éstos, normalmente, como herramienta de lucha el sindicato. Enfrentamiento también entre los empresarios, tendentes siempre, de una u otra forma, al monopolio u oligopolio, y con la consecuencia del aumento progresivo de la magnitud de las empresas. En esta lucha entra también el sistema financiero. Y en ella al poder político, de forma general, se le ha hecho bascular hacia el campo empresarial y financiero.

     Entre países, la lucha ha sido por la adquisición, ampliación y explotación de colonias y mercados. Es vidente que, más que guerras de prestigio, las de los dos últimos siglos han sido por motivos financieros y comerciales, es decir, por la posesión de nuevas o viejas fuentes de riqueza. Y no deben olvidar los obreros de las naciones ricas que una parte sustancial de las reivindicaciones conseguidas por ellos les ha sido resarcida a las empresas de sus países mediante la explotación de los bienes y personas de sus respectivas colonias, y hoy, por la explotación a que está sometido el llamado Tercer Mundo.

     Todo este proceso ha terminado en la actualidad en el poder más absoluto sobre los trabajadores, sobre los estados y sobre los organismos internacionales por parte de los grupos de presión económicos, fundamentalmente las multinacionales y el conglomerado financiero transnacional. (No insistimos ahora en este punto, puesto que nuestras publicaciones y numerosos artículos de esta revista lo abordan con amplitud).

     La trágica experiencia, que tantas esperanzas ha frustrado, del socialismo real no ha modificado en realidad el proceso aquí descrito. Desde el punto de vista internacional los países comunistas han competido con similares métodos con los países del capitalismo confeso por el dominio del mundo, y han perdido. En el interior de sus naciones mantuvieron la división entre empresarios -ahora el estado y sus burócratas- y los trabajadores, quedando éstos, por tanto, alejados de la responsabilidad, o sea, trabajando también "por cuenta ajena". Mal que nos pese, resulta cierto el tópico de "capitalismo de Estado" con que tal sistema ha sido calificado. La experiencia comunista ha sido, pues, -repetimos- un trágico paréntesis allí donde se implantó.

     En la marcha del proceso histórico que estamos describiendo -insistimos una vez más- la ciencia y la técnica, de hecho, han resultado poderosísimos aliados del conglomerado financiero-capitalista, pues la técnica, hija de la ciencia, ha sido propiedad de las grandes empresas, que la han dirigido, financiado y comprado para que sirviera a sus fines: el lucro y el dominio.

     Parece que por este camino a donde ha llegado el sistema neocapitalista actual es, por una parte, a la globalización total de la economía en manos de los que dominan el dinero, y , por otra, a la posibilidad -ya  real- de la prescindencia (posibilidad de prescindir) de los trabajadores. La última manifestación de lo primero es el AMI (Acuerdo Multilateral de Inversiones), actualmente en avanzado estado de gestación, por el que, entre otras lindezas, puede una multinacional llevar a los tribunales a cualquier estado que ponga cualquier tipo de trabas a sus inversiones, beneficios, movimientos, alianzas, etc.

    Manifestación de lo segundo es, por ejemplo, el paro a escala mundial y el peso que, como instrumento de lucha y confrontación con el sistema, han perdido los sindicatos, convertidos hoy en instrumento de concertación, con lo cual el sistema no pierde un ápice de su poder.

     En estos momentos, como consecuencia de todo el proceso, a escala planetaria, la mayoría de los trabajadores estamos proletarizados, en régimen de salariado. Nuestra profesión y nuestro trabajo está en poder de muy pocas manos ajenas, se realiza "por cuenta ajena", y hasta tal punto que en muchos países todos corremos detrás de los empresarios a "venderles" nuestro trabajo por lo que nos quieran dar: dinero, prestigio o seguridad. Nos hemos convertido en pedigüeños suplicantes de los empresarios o del estado para que "ellos" nos creen los puestos de trabajo. Todo lo esperamos de "manos ajenas", que dispongan de nosotros con tal que nos alimenten.

     Resulta a este respecto ridícula, si no fuese trágica, la actitud de muchos trabajadores de las llamadas profesiones liberales que, creyéndose libres, desde sus bufetes y cátedras apuntalan al sistema.

     Cuando por parte del pueblo se abdica de la propia responsabilidad y se acepta que los bienes raíces que sustentan la vida humana, la tierra y los instrumentos de trabajo, sean propiedad de otro, y cuando la lucha no se entabla por recuperar la propiedad robada sino porque quien nos lo ha robado nos otorgue "lo más posible" de seguridad y bienestar, se sientan las bases para el máximo expolio a que hemos llegado. De esta forma no podemos ser dueños de nosotros mismos, porque dependemos de ajenas voluntades para poder vivir.

     No nos resistimos, al llegar aquí, a transcribir las palabras de un antiguo militante obrero referidas a los sindicatos:

    "Mientras se piense que las empresas pertenecen a los capitalistas, por lo que es justo que los trabajadores estén en ellas como asalariados, los sindicatos serán asociaciones destinadas a defender los intereses obreros frente a la explotación de las empresas". Por ello, "lo que han planteado siempre los sindicatos ha sido la legitimidad o ilegitimidad de "tal cosa", referida al trato que en las empresas se da a los siervos (obreros). Pero nunca se han planteado el problema de fondo, sobre la legitimidad o ilegitimidad de que los amos sean amos y los siervos sean siervos". Y así, "la existencia -sin más- de tales sindicatos es el mejor servicio que se puede hacer a los capitalistas para consolidarlos y confirmarlos en la injusta situación de amos de las empresas".

     Pero las aguas han corrido mucho fuera de su cauce y hoy tenemos, como mostrencas e insoslayables realidades, el paro y la globalización económica, ambas imbricadas entre sí.

     La globalización económica, apoyada en poderosísimos resortes técnicos, hace que escapen al control del pueblo, no digamos a su posesión y dominio, la producción de bienes y servicios.

    Por lo demás, tratar de poner en manos del pueblo una economía globalizada implicaría, ya de suyo, desglobalizar tal economía; aunque sólo sea por la diversidad de culturas, personas y pueblos existentes en el mundo. La economía globalizada puede, en efecto, servir con facilidad a los intereses de la minoría dueña del complejo empresarial-financiero, pero imposible es que se adecue a las variadas peculiaridades y necesidades de toda la especie humana; so pena de conseguir -y en ello anda el imperio, tratando de imponer una única cultura acrítica- un tipo humano estandarizado sin iniciativa ni libertad interior; hecho improbable para cuantos creemos en la fuerza del espíritu humano.

     El paro, la otra realidad mostrenca, es insoluble en este contexto nuestro donde los pocos dueños de los bienes económicos necesitan poco o nada del trabajo humano para seguir enriqueciéndose.

     Evidentemente, como las personas están ahí, algo hay que hacer con ellas; aparte -hablamos a escala universal- de tratar de disminuir su número con "eficaces" controles de la natalidad o con las guerras y etnocidios más o menos abiertamente consentidos.

     Por ello a nosotros nos parecen bien todas las acciones que, a corto plazo, se realicen para paliar los efectos de esta lacra: el subsidio de paro, la supresión de horas extraordinarias, el reparto de trabajo, la reducción de la jornada semanal, la creación de puestos de trabajo para servir al ocio de los ricos y poderosos o para cubrir tareas más o menos asistenciales de las que se desentienden quienes estarían en justicia obligados a ello, etc, etc.

     Nos parecería mejor que se concediese la categoría y dignidad de trabajo remunerable a muchísimas actividades creativas del espíritu humano: el arte, la cultura, la investigación, etc. Pero nos tememos que mientras pague quien paga, sólo las que le sirvan serán recompensadas.

     Pero nos parece mucho mejor e indispensable que surjan entre nosotros grupos de ciudadanos verdaderamente revolucionarios que luchen por conseguir, a medio y largo plazo, desarticular la economía globalizada, adecuar la propiedad de los bienes económicos a los distintos niveles en que la persona humana se desenvuelve y lograr que todos seamos dueños de nosotros mismos y no nos veamos alienados, enajenados, en manos de poderes extraños, viviendo a cuenta y por cuenta ajena.

     No decimos que esta tarea sea fácil, pero sí que, mientras no se ataquen las raíces de los problemas, sólo lograremos, cuando y donde lo logremos, aliviar el dolor y la injusticia humana, pero no suprimirlos. Y desde luego no dejaremos de ser cómplices por nuestra falta de visión y militancia del fortalecimiento del sistema que oprime a los pobres y excluidos.

     Permitasenos terminar -aunque parezca impropio de una editorial- recomendando dos escritos del gran militante obrero cristiano Guillermo Rovirosa: "De quién es la empresa" y "Manifiesto comunitarista". En ellos puede aprenderse que técnicamente es factible y practicable este camino.

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