CULTURA PARA LA ESPERANZA número 31. Primavera 1998

DE LA INJUSTICIA AL FRACASO

Explotación y dominación

    "La justicia es el amor que los hombres consiguen ir poniendo en pie contra las injusticias que siempre intentan echarlo abajo."

    Esta descripción de la justicia, evidentemente, no proviene de un manual legislativo, ni busca establecer baremos concretos ya que no se puede medir el amor que se ha puesto en pie, especialmente cuando a pesar de luchar por lo que era más justo; lo injusto, al menos en apariencia, se impone. Sin embargo, esas dos líneas sintetizan un espíritu a menudo olvidado y lo presentan de una forma dinámica.

     El intento por ahogar ese dinamismo antagónico entre lo que es justo y lo injusto, el esfuerzo por diluir las fronteras entre ambos conceptos, la astucia en el modo de desviar las responsabilidades ante las distintas formas de actuar en uno o en otro sentido, son algunos aspectos en los que hay que reconocer la maestría del sistema neoliberal que rige nuestro mundo a las puertas del tercer milenio.

     La realidad pone ante nuestros ojos diariamente un antagonismo que podríamos llamar de "situación". Basta con acercarse al Metro donde la mendicidad, aunque perseguida, todavía subsiste; o salir a la periferia de la ciudad donde el chabolismo aflora; o ver en el telediario imágenes como las de la reciente hambruna en Sudán, un país inmerso durante ya demasiados años en una guerra civil, para percibir la existencia de grandes diferencias sociales. Debajo de esa situación desigual se esconde un espíritu, unsentir, una percepción de la propia dignidad, que debería desembocar en un antagonismo "vital" contra la situación de desigualdad reinante. Debería existir una fuerte tensión no sólo social, sino también personal e institucional que hiciera insoportable una realidad así, especialmente cuando hay medios de sobra para evitarla. Sin embargo, las realidades injustas se van instalando en nuestro vivir cotidiano y acaban siendo un aspecto más con el que nos acostumbramos a convivir.

     Es cierto que históricamente siempre ha habido situaciones de opresión, de violencia, de abuso de poder y que las seguirá habiendo, pero también hay que decir que uno de los elementos que han caracterizado al hombre, y que le han ido dando su verdadera categoría humana, ha sido su capacidad para enfrentarse en cada momento histórico a esas realidades que le oprimían. Realidades que, por otro lado, el propio hombre había creado en la mayoría de los casos. Esto nos hace tener esperanza en que si otros imperios cayeron éste, el neoliberalismo, también caerá, pero hay que empujarlo.

     La pregunta que surge es ¿quién es hoy el enemigo del neoliberalismo?, ¿dónde están los bárbaros que amenazan este imperio?, ¿qué armas tienen?, ¿de qué efectivos disponen?, ¿dónde se refugian? ¿quién los arenga?. Todos los imperios se han tenido que hacer estas preguntas un día y otro día y otro día... para poder mantener su hegemonía a salvo. El ser vulnerables, o simplemente el parecerlo, era un riesgo que no se podían permitir, hoy tampoco. Y, todas esas preguntas ¿qué respuestas tienen hoy en la época de la economía globalizada, de la revolución computacional, de los medios de comunicación de masas con alcance mundial, de las armas sofisticadas...?

     Algunos han apuntado a los pobres como peligro en potencia, planteando el tema como una cuestión numérica a controlar (campañas de esterilización, cierre de fronteras porque en las democracias formales todavía un hombre sigue siendo un voto, etc); otros apuntan a la Iglesia (inversiones multimillonarias en lanzar sectas religiosas y en potenciar la vivencia de valores religiosos exentos de

compromiso social); otros a los nacionalismos; otros a los integrismos, etc. Pero en el fondo saben que el peor enemigo que tienen es el hombre consciente de su dignidad. Por eso el camino que han elegido es cualitativamente distinto al que eligió el antiguo capitalismo de explotar a los obreros para obtener mayores beneficios, en el sentido de que la explotación, por sí sola, no arranca el sentido de injusticia; la dominación sí.

     Al objetivo de conquistar la hegemonía económica o política a nivel mundial, se une la estrategia de hacer penetrar en la cultura unos valores que justifiquen los excesos que cualquier situación de explotación lleva implícitos; de este modo, se asegura en el tiempo la hegemonía conquistada.

     Este planteamiento, aunque puede parecer exagerado a los ojos de no pocos, conviene ser tenido en cuenta, no estando de más el que hagamos un esfuerzo por contrastarlo con la realidad personal, social e institucional en que nos movemos. ¿Cuál es nuestro grado de compromiso por transformar lo que vemos como injusto?, ¿qué tiempo le dedicamos a ese tipo de tareas?, ¿cuántos se dedican a atender los efectos de los excesos del sistema actual y cuántos a combatirlo en su raíz?, ¿qué peso real tienen los más débiles en nuestra sociedad?, ¿cómo velan por ellos las instituciones?... Las respuestas a todas estas preguntas y otras muchas que podríamos hacernos, quizás, no nos dejen en muy buen lugar, pero por ahí se empieza.

 
    El poder de la seducción

     Son machaconamente repetidos los mensajes cuya finalidad es que no nos cuestionemos a fondo las situaciones que nos rodean, desde sloganes como "España va bien" a "los años 90 en el futuro serán calificados como la Década de la Solidaridad", pasando por toda la amplia gama de cantos de sirena que ofrece la publicidad y que nos embarcan en el consumismo. No son precisamente estos los cantos, ni tampoco sus cantores, a los que se refiere Mercedes Sosa en su canción cuando dice:
 

"... que ha de ser de la vida si el que canta
 no levanta su voz en las tribunas
 por el que sufre,
 por el que no hay ninguna razón
 que lo condene a andar sin manta.
 Si calla el cantor mueren las rosas
 de qué sirve la rosa sin el canto.
 Debe el canto ser luz sobre los campos
 iluminando siempre a los de abajo,
 que no calle el cantor
 porque el silencio cobarde
 apaña la maldad que oprime,
 no saben los cantores de agachadas
 no callarán jamás de frente al crimen.
 Que se levanten todas las banderas
cuando el cantor se plante con su grito
 que mil guitarras desangren en la noche
una inmortal canción del infinito..."
 

    Resulta llamativo constatar cómo cuando se nos presentan algunos hechos que claman al cielo, la gran mayoría de las veces los mensajes que nos llegan asociados con ellos ocultan la responsabilidad estructural y evitan a toda costa el hablar de injusticia. En fenómenos que van desde el paro hasta las guerras alentadas desde occidente, desde la esclavitud infantil hasta el sistemático esfuerzo por quebrantar la memoria histórica de continentes enteros como América Latina, la búsqueda de la impunidad, la permanente omisión de las causas de la injusticia nos van envolviendo en una especie de fatalidad inevitable, que adquiere su ratificación objetiva a través del repetido esfuerzo por identificar lo legal con lo justo.

     Dos son los argumentos, las coartadas, que últimamente se han añadido a una larga lista ya existente para justificar lo injustificable: la desigualdad es natural y el mercado es el instrumento que todo lo regula.

     Se argumenta que si la naturaleza nos ha hecho diferentes, nos ha dotado de forma desigual, empeñarse en que tiene que existir un mínimo de igualdad, es ir contra la propia naturaleza. Cuando la sociedad se pone en manos de los más aptos avanza y si se pusiera en manos de los menos aptos retrocedería. Claro está que no nos dicen hacia donde avanzamos cada vez que el PNUD saca datos como el hecho de que el patrimonio de los 10 multimillonarios más ricos era en 1996 de 133.000 millones de $, es decir 1.5 veces la renta de los 48 países menos avanzados del planeta. Como dice con mucha chispa una amiga "subimos en picado".

     Por otra parte, la panacea del mercado; entelequia que decide de acuerdo a la oferta y la demanda en casi todos los órdenes de la vida, ya no sólo en el económico; y tras el cual es fácil ocultar al pueblo las verdaderas políticas que se están siguiendo. Hay que decir que hoy en día se está afirmando la libertad del mercado por encima de los derechos de las personas y de los pueblos, de modo que el papel que les va quedando a las democracias formales, ahogadas entre la especulación económica y la demagogia política, es doble: por una parte, ser guardianes del orden establecido y, por otra, actuar como colchones de gigantescas dimensiones atenuando las tensiones sociales bien sea vía subsidios, bien sea conduciendo el diálogo social hacia el pacto con lo injusto, etc.

     Hoy más que nunca la tarea del cantor que describe Mercedes Sosa se hace precisa. Es necesario un profundo cambio de valores, dotar a la gente de capacidad de análisis, despertar la conciencia social, cultivar una férrea voluntad que dote de coherencia nuestro vivir día a día, no olvidando que en muchos casos el campo en el que se dirime esta batalla es el de la cultura.
 

Recuperar el sentido de injusticia

    Entre toda esa ingente tarea que hay que ir haciendo vamos a fijarnos en un aspecto: la necesidad de recuperar el sentido de injusticia. Un sentido de injusticia que no es limitarse a criticar al gobierno de turno en la tertulia con los amigos, es un sentimiento de indignación profundo ante el sufrimiento generado, al tiempo que un afán por construir una realidad más digna, más humana.

     En nuestras sociedades desarrolladas esto se hace cada vez más necesario, fundamentalmente por lo que nos toca como opresores y porque la mediocridad va invadiendo a marchas forzadas el espacio reservado a los ideales. Pero no sólo a nosotros nos toca esforzarnos, quizá una de las peores cosas que pudieran ocurrirnos es que los explotados también pensaran con la cabeza del sistema, es decir, que su única aspiración fuera la de vivir como viven los que viven bien. La televisión, el vehículo cultural de más calado de la historia de la humanidad, presente tanto en la habitación de un hotel de alto standing como en la chabola del suburbio hace que esto pueda ser una realidad.

     Cuando afirmamos que el sistema va eliminando el planteamiento de injusticia debemos preguntarnos ¿pone algo en su lugar?. Creemos que sí, que no sólo se trata de implantar una ceguera, una sordera o una amnesia general; la injusticia se sustituye por el fracaso. En la lógica de la confrontación capitalista a la explotación le correspondía el sentido de injusticia, aglutinado y organizado por el Movimiento Obrero; en el sistema neoliberal a la dominación le corresponde el sentimiento de fracaso individual, de modo que podemos afirmar que hoy el fenómeno de la marginación, de la exclusión, ha sustituido a la lucha de clases.

     El sentido de injusticia pone en disposición de buscar sus causas, de despertar el ánimo de lucha, de descubrir la necesidad de la colaboración, de traspasar la autoculpabilización permanente, de abrir las mentalidades dotándolas de un carácter más universal. Sin embargo, el fracaso al que nos referimos apunta hacia la resignación, el aislamiento, la falta de valoración personal. Probablemente no será la situación de los cuatro dirigentes de empresas tan importantes como ATT o Apple que el año pasado se vieron obligados a dejar sus puestos a causa de sus malas políticas empresariales y que a pesar de todo fueron indemnizados con 145 millones de $, es decir unos 22.000 millones de pts, y por supuesto, ya deben estar ocupando otro sillón en otro Consejo de Administración.

    El sentimiento de fracaso va calando en las estructuras más pequeñas y básicas de la organización social, aunque de vez en cuando recibamos un balón de oxígeno viendo cómo algún colectivo de parados se organiza y entra en la Bolsa para increpar a la gente que allí se encuentra, e increpar a una de cada tres familias españolas que tienen en ella invertidos sus ahorros. El que tuviera 1 millón en Bolsa en enero ¿qué méritos cree haber hecho para tener en 4 meses 1,4 millones? ¿de dónde cree que sale en tan breve plazo tan alto beneficio? ¿de la nada o de la especulación pura y dura aunque legal? Ojos que no ven...

     Si la competitividad y la autosuficiencia se han convertido en rasgos esenciales de la organización social, las personas mayores, los discapacitados, los parados... irán e iremos formando parte poco a poco de ese enorme cementerio de elefantes que es la exclusión.

     En las sociedades de los países más desarrollados se hace cada vez más difícil la situación de las personas dependientes. Si nos acercamos al fenómeno del paro podemos constatar cómo genera en la familia una grave situación de vulnerabilidad, adquiriendo suma importancia la fragilidad personal como factor generador de pobreza. La sensación de fracaso lleva a percibir la vida como una adversidad constante donde la persona experimenta la "mala suerte" de su destino y donde se hace constante el reproche hacia uno mismo por no conseguir entrar en los circuitos de integración social consiguiendo un trabajo que permita una mínima estabilidad económica.

     En este sentido, el sentimiento de fracaso provoca situaciones de culpabilización en la persona, la cual lejos de relacionar las causas de su "desgracia personal" con aspectos institucionales del sistema, tal vez por adoctrinamiento, sitúa las causas en su poca valía personal o profesional, aceptando de forma resignada el "yo no valgo".

     La transcendencia de esto se puede observar de forma elocuente en las familias que se dirigen a los servicios sociales buscando de forma momentánea algún tipo de prestaciones económicas para poder salir adelante. En muchas de estas familias, donde en principio el único problema que presentan es el de tener que afrontar una situación de paro, se empiezan a percibir, con el tiempo, otros problemas derivados de la frustración y de las pocas perspectivas de cambio que creen tener, tanto más cuanto mayor es la edad de las personas.

    Ejemplos de esto son la mayor incidencia de problemas de salud mental en estas familias (procesos depresivos, baja autoestima, pérdida de roles...) o la existencia de problemas de grave conflictividad familiar, ya que, en muchas ocasiones y, sobre todo, en el caso de parejas de 50 años en adelante el hecho de que el hombre, que ha sido el principal sostenedor de la economía familiar, se quede en paro, supone que la mujer debe comenzar a buscar trabajo fuera de casa -en general trabajos no cualificados y mal pagados-. Esta situación provoca tensión y modificación en los roles familiares tradicionales y conllevan más frustración y pérdida de identidad.

    Se acentúa el problema cuando se trata de situaciones prolongadas de paro, produciéndose en los tradicionalmente llamados "cabeza de familia" problemas de alcoholismo, ya que han dejado de representar esta figura y sienten perdida su autoridad, sobre todo en familias de escaso nivel socio-cultural.

     El sentimiento de fracaso no sólo conlleva situaciones de bloqueo o de falta de capacidad de respuesta, sino que además conlleva la pérdida de estima de la propia dignidad y el aislamiento social, degradándose la persona humana en todas sus dimensiones.

     Realidades como la del paro, o como la mayoría de las situaciones de exclusión que conocemos, tienen antes o después el transfondo de la lucha por defender la propia dignidad. Esa batalla hay que lucharla siempre porque nuestra dignidad de persona no nos la da ni nos la quita ningún sistema político ni económico, es un don recibido que siempre será nuestro principal activo. Somos tarea de nosotros mismos, somos un proyecto que llevar a cabo en el que los otros son necesarios pero nunca pueden sustituirnos, ya sea en el plano personal, social, político, religioso... Esto es lo que la dominación consigue que olvidemos.

     Desde esta perspectiva el paro no se puede abordar como un problema de costes, de eficacia o de valía. Ya decía Yunus que "el hecho de que los pobres estén vivos es prueba de su habilidad". El paro, no es un problema, es una injusticia, y hasta que esto no cale en nuestras conciencias, especialmente en la de quienes lo sufren, y nos remueva vitalmente y demos una respuesta organizada, las empresas seguirán reduciendo plantillas para abaratar costes de forma imparable, y nuestro país seguirá invirtiendo cientos de miles de millones de pts en comprar carros de combate a Alemania cuando se dice no tener dinero para crear y potenciar nuevas políticas de empleo.

     Aceptar el camino que lleva de la injusticia al fracaso es aceptar el "Fin de la historia". Pero, la Historia, como la Persona, no es la historia, ni la persona con minúsculas que quiere presentarnos el neoliberalismo, están infinitamente por encima. A descubrir esto y sobre todo a vivirlo hemos de ayudarnos mutuamente porque ya son demasiadas las víctimas de la indigencia y de la no indigencia, que de todo hay, si nos fijamos en el hecho de que según los datos de la policía en Japón se suicidaron 478 ejecutivos de empresas por asuntos relacionados con sus negocios en 1996.

    El quehacer que se nos presenta es apasionante desde el ámbito de lo personal hasta el de la lucha por transformar las estructuras de injusticia: el esfuerzo por descubrir la propia vocación, el desarrollo de una conciencia social que nos lleve al rechazo permanente de lo injusto, la incesante búsqueda de la verdad y de las causas de las situaciones que nos rodean, el cultivo personal que nos lleve a descubrir nuestras posibilidades y a trabajar por corregir nuestros defectos, el desarrollo de una voluntad recia, la cercanía vital hacia los olvidados, la colaboración y el trabajo organizado con otros que permita encauzar de forma creativa y eficaz las respuestas a las injusticias descubiertas, la puesta en marcha de proyectos comunitarios que muestren cómo es posible vivir de forma diferente, la creación de iniciativas autogestionarias... Ciertamente el quehacer que se nos presenta es apasionante, al tiempo que cargado de dificultades y por qué no decirlo de persecuciones. Es el reto que nos exigen abordar los tiempos que corren, reto por el que algunos, quizás muchos más de los que pensamos, entregan su vida a veces desde el más profundo de los anonimatos.

    No olvidemos que la neutralidad no existe, la superficialidad y la inconsciencia sí, y la cobardía que nos permite seguir instalados también; pero ese camino es viejo y está cargado de polvo, trabajemos por construir otras sendas, por ser propositivos, por seguir poniendo en pie el amor contra las injusticias que siempre intentan echarlo abajo.

ROSA GARCÍA Y JOAQUÍN GARCÍA

ACCION CULTURAL CRISTIANA. Sierra de Oncala 7, Bjo. Dcha. 28018 Madrid (España) Correo electrónico: acc@eurosur.org