CULTURA PARA LA ESPERANZA número 31. Primavera 1998

Por la Nación y contra los Nacionalismos

                   "Hemos hecho pueblos y tribus diferentes -dice Dios en el Corán- con el fin de que os conozcáis".

    Existe ese famoso "carácter nacional" que el nacionalista cree captar tan cabalmente y que, sin embargo, se desvanece al menor análisis. Aparte de quienes se fundan en el color de la piel o de los cabellos, todo el mundo vacila cuando se trata de definir la originalidad fundamental de un país: en esta se incluye la geografía, la historia, la lengua, la psicología, sin que ninguno des estos factores sea determinante.

     Y ello porque la nación es más que la suma de sus características propias, porque reclama una operación específicamente humana que la trasmuta en comunidad viva y coherente.

     El marxismo estaba de acuerdo en que existe en la formación nacional algo que rebasa la síntesis de los caracteres originales, pero que no lo explica.

     Es conocida la famosa definición de Stalin: "La nación es una comunidad estable, históricamente constituida, de lengua, de territorio, de vida económica y de formación psíquica, que se traduce en la comunidad de cultura".

     Pero si la historia es la historia de la lucha de clases ¿cómo explicar ese factor realmente común que sobreviva a las condiciones del capitalismo ascendente que lo han "determinado históricamente"?.

     La nación es doble: conjunto de determinaciones objetivas y conjunto de "hechos de conciencia fundamentales"; depende de lo más carnal y linda con lo más espiritual... Lleva en sí un proyecto formado por un pasado común, una voluntad de comunidad presente, para una tarea futura.

     La nación no es un simple estado accidental, que conviene rebasar hacia unos marcos más extensos so pretexto de que el avión atraviesa en tres horas la Europa Occidental.

     La nación es la causa de una cultura humana y de una toma de conciencia, a las que no podrán reemplazar unas construcciones ajustadas a la rentabilidad óptima de las líneas de ferrocarril.

     Existir -la nación- para ella misma significa existir para todas la demás y no contra las demás.

     Usar de los medios de la soberanía contra las pretensiones asimiladoras de los bloques no es nacionalismo sino antinacionalismo.

     En un mundo amenazado de división, hacer que vivan el mayor número posible de naciones es, tanto en el plano de la cultura como en el de la política, oponerse a una uniformización prematura y esterilizante, y es preparar la unidad no totalitaria del mundo; pues también esto el progreso se abre por dos caminos: el de la nivelación, la reducción al más burdo denominador, y el de la universalización mediante el reconocimiento y el enriquecimiento de las diversidades múltiples.

     La verdadera opción para las naciones no es ya saber si estas se anularán en un espacio más extenso, sino si orientarán su voluntad, si usarán de su soberanía para ayudara la unificación pacífica del mundo.

     Bauer, marxista austriaco, dejó dicho que "no se podría utilizar el carácter nacional para hacer política".

     Es muy citado por los europeístas un texto de Montesquieu: "Europa no es más que una nación compuesta de varias", juicio que no podríamos hacer de Norteamérica, pues de ésta podríamos decir que es "un estado compuesto de varios".

     Pero hay otro texto menos conocido de Montesquieu, pero no menos célebre: "Si yo supiera de alguna cosa que fuera útil a mi patria, pero perjudicial para Europa y el género humano, la consideraría un crimen.

     Dicha declaración es una mera paráfrasis de un texto de las "Relaciones" de Francisco de Vitora, donde dice:

     "Si una guerra de España contra Francia fuera emprendida por motivos justos y por otros motivos fuese útil al reino de España, pero su condición se hiciera con un perjuicio mayor y con peligros para la cristiandad, entonces sería mejor abstenerse de tal guerra".

     Como puede observar el lector, el único matiz diferencial está en que Montesquieu habla de Europa donde Vitoria habla de Cristiandad.

     La tópica unidad soñada por la Edad Media -El Imperio- estuvo siempre enfrentada con los poderes fragmentados de príncipes, obispos y señores feudales.

     El mundo moderno va a resolver esa dialéctica entre particularismo y universalismo conla fórmula del Estado nacional. El mundo medieval europeo, por encima de las referencias ideales a un Sacro Imperio o a una Cristiandad unida, venía estructurado por el particularismo feudal, que trituraba la vida social en una multiplicidad de formas y órdenes, incapaces de articularse en la superior unidad del Imperio.

     Hegel vio con profundidad cómo el Occidente europeo empieza a edificarse sobre el particularismo y la confusión.

    La época moderna, que abre los horizontes geográficos e históricos del planeta, lo hace desde la institución nacional como empresa hacia el futuro de una colectividad solidarizada con un proyecto común.

     Partiendo de las ideas de Renán de "la nación como plebiscito cotidiano", Ortega presentaba los estados nacionales basculando entre dos formas de vida: la que les viene de un fondo europeo común a todos ellos, y la diferencial y propia, creada sobre ese fondo común en cada nación.

     Afirma Vidal-Quadras que nuestro mundo se ha visto sacudido por la Revolución Francesa, transformado por la industrialización y humedecido por el romanticismo alemán. Y criticando a Herrero de Miñón dice que "el nacionalismo no es hoy ese amor a la patria templado por la razón histórica... sino el cultivo feroz y obsesivo de la diferencia separadora hacia el exterior y la imposición coactiva de pautas uniformadoras en el interior".

     "Las necesidades afectivas -sigue diciendo- no son suficientes para mantener en marcha 'el motor de la voluntad de vivir juntos'". Y hace una acusación muy enérgica, con la que estoy de acuerdo, de que ni Xavier Arzallus ni Jordi Pujol sienten el menor afecto por la idea de España ni perciben la Monarquía española -sería lo mismo con la República- como depositaria legítima del "sugestivo proyecto de vida en común" orteguiano.

     No habrá lectura del título VIII de la Constitución por generosa y descentralizadora que sea, ni bloques de transferencias y delegaciones de competencias... ni eventual modificación de la Carta Magna, por rupturista y fragmentadora de la soberanía que resulte, que sea suficiente para calmar a unas élites que creen llegada su oportunidad histórica. -"Ahora o nunca", fue la recomendación de Jordi Pujol al Presidente de Eslovenia-, mientras aprietan con mano implacable la palanca de la manipulación de los sentimientos vasco y catalán y redescubren con mal disimulado alborozo un instrumento de movilización de masas cuya peligrosidad sólo es comparable a su sobrecogedora eficacia.

     Con todos los respetos para la lengua, cultura, geografía e historia de los países vasco, catalán y gallego, etc.etc., seguimos estando de acuerdo con Vidal-Quadras cuando afirma que "El nacionalismo no es una solución para el siglo XXI, sino al contrario, una fuente de división, de debilitamiento y de conflicto. Y si hay una forma inconveniente de canalizar las energías inherentes a todo sano patriotismo, es la vía nacionalista".

     El auténtico enemigo de los pueblos vasco y catalán no son los pueblos del resto de España sino las multinacionales, contra las cuales -dicho sea de paso- no se han mostrado muy eficaces que digamos ni Arzallus ni Pujol.

     Y es que el nacionalismo es una ideología totalizadora y absorbente basada en tres postulados inamovibles:

a) Todo individuo queda adscrito, por nacimiento o por asimilación (nótese que entre los años 50 y 60 nada menos que tres millones de personas llegaron a Cataluña, constituyendo el porcentaje más espectacular de toda Europa), a una nación con carácter exclusivo.

b) El objetivo último e irrenunciable de toda nación es alcanzar su plenitud histórica dotándose de un Estado independiente (que se relacione en pie de igualdad con los demás Estados...) Los caminos son la autodeterminación, la soberanía, la independencia, etc.

c) En el interior de cada nación ha de existir homogeneidad cultural y lingüística.

     Para conseguir esos objetivos todo vale... hasta el ridículo.

     Como todo el mundo sabe, el Foro de Davos está cobrando un protagonismo impresionante. Allí se reúnen más de dos mil personajes de la política, de la economía, etc. En Davos se analizan los principales problemas de la economía mundial y se sientan las bases para un cambio de modelo socioeconómico en Europa.

     Cuando viene de esa reunión a la que asistió, el Sr.Pujol se descuelga afirmando que la "política lingüística" es la piedra angular de la política de la Generalitat, "tanto a nivel catalán como de todo el Estado".

    No hemos de extrañarnos si las Juventudes de Unió -adscrita a la democracia cristiana- también se descolgaran pidiendo a Monseñor Carles, Arzobispo de Barcelona, que no aceptase si le proponían para Presidente de la Conferencia Episcopal Española.

     Significativa fue también la reacción de Arzallus en 1995 ante el nombramiento de Ricardo Blázquez como Obispo de Bilbao, pues según él, era una conspiración de la Conferencia Episcopal Española, del Opus Dei y de la derecha española. En relación con el tema religioso, un autor ha dicho que el fundador del PNV -Sabino Arana- "fue un nacionalista secular que consumó en poco tiempo una transformación de sacralidad desde la esfera religiosa a la política".

     También es significativo que los nacionalistas vascos hayan lanzado sobre Unamuno un cerco de silencio y los nacionalistas catalanes hayan hecho lo mismo sobre Cambó.

     Según Madariaga, Cambó es "el genio político mejor dotado que producido la sociedad actual".

     Durán y Lleida declaraba: "Nuestro modelo, el de Unió, no es el de Cambó... nuestros orígenes no son la Lliga. Al revés, nuestros fundadores son gentes que dejaron la Lliga por carecer esta formación de una política social y por algunas tibiezas en la defensa de la personalidad nacional de Cataluña".

     Es verdad que a lo largo de su vida Cambó tuvo momentos de desfallecimiento y pesimismo, pero recordemos al Cambó lleno de energía y esperanza:

     "El separatismo de los pueblos es como el suicidio en los individuos, es un acto de desesperación, casi de irresponsabilidad".

     "Soy uno de los españoles que más trabajan para que a España ... le aguarde un porvenir de grandeza".

     "No creo que Cataluña pueda ser rica en una España pobre, que Cataluña pueda ser culta en una España atrasada, que en Cataluña pueda florecer la libertad si en el resto de España domina la opresión... Recluirse, apartarse, sería la mayor de las ignorancias".

     "No sólo hemos de repudiar, como repudiamos, los catalanes todo propósito de separación material, sino que el simple divorcio moral de Cataluña para con el resto de España es ya un daño considerable y un intento suicida".

     "Sería insensato egoísmo que Cataluña se contentara con gozar solo de las ventajas que con ello pueda obtener, arrancándole poderes, débiles concesiones y ventajas de su exclusivo interés, mientras los abusos y corruptelas de la vieja política imperan en el resto de España".

     "Cuanto más catalanes os sintáis, más trabajaréis por una gran España".

     Desde los primeros tiempos de la ciudad antigua, la política fue un esfuerzo de razón y de voluntad para rebasar los particularismo en el interior de la ciudad y entre las ciudades. Los filósofos han orientado a los políticos hacia lo universal, les han dado por utopía la igualación, la homogeneización del mundo.

     Por la grandeza de esta intención la increíble regresión de que se han hecho culpables los nacionalismo de los siglos XIX y XX.

     En la época en que el capitalismo introdujo una diferenciación sin precedentes entre las clases (burguesía-proletariado) y entre los pueblos (pueblos industriales e imperialistas-pueblos colonizados), los dirigentes burgueses renunciaron al esfuerzo de organizar y de armonizar; en vez de reducir esa diferenciación económica, la justificaron con las doctrinas de la superioridad nacional o racial innata e hicieron de ella la base "mística" de una política de compulsión.

     El nacionalismo fue inventado -según Barrés- y fomentado para paliar la indigencia de una burguesía en su declive, incapaz ya de forjar los conceptos universalizables, necesarios para una política digna de tal nombre. Así, pues, la clase dirigente se contentó con oponer a las reivindicaciones sociales la gloria de ser alemán, italiano, francés o español y la abominación de los pueblos adversos.

     Cuando los negocios van mal, el nacionalismo moviliza contra el extranjero.

     Sin embargo, el nacionalismo puede ser válido cuando un pueblo está oprimido: entonces reúne en una aspiración bruta las fuerzas sociales diversas, humilladas y esperanzadas por igual; pero cuando ese pueblo es liberado y está en condiciones de debatir sus propios asuntos, el nacionalismo no puede proporcionar respuesta seria a los problemas reales, únicamente excitaciones estériles y contradicciones indefinidas.

     Se convierte en la coartada de los privilegiados, que recurren al mito de la "totalidad nacional" para hacer olvidar las desigualdades reales.

     Atacar el nacionalismo de los pueblos oprimidos con argumentos tomados del nacionalismo de los pueblos independientes es injusto.

     Pero no deja de ser patente el peligro de que un nacionalismo nacido en la opresión se convierta luego en el medio demagógico de eludir las tareas de la construcción económica y de la igualdad social.

     Dar existencia a una nación no es fundir en un mito un cierto número de contingencias, sino crear una comunidad lo más homogénea posible.

     El patriotismo reclama la participación de todos en el patrimonio material y cultural. Por eso la cultura no puede ni debe ser aristocrática (los veinte mil millones gastados en el teatro de la Opera no van a ser nunca disfrutados por el pueblo).

     El auténtico patriotismo se opone al nacionalismo que sustituye por complejos de grandeza y de resentimiento la verdadera encarnación del país en sus hombres.

     Y en nuestros días se oponen tanto más cuanto que la elevación de los niveles de vida exige el desarrollo de las solidaridades internacionales.

Luis Capilla

 

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* Tres libros han puesto más de moda, si cabe, el nacionalismo:

    . El bucle melancólico, de Jon Juaristi, Premio Espasa Hoy 1997.

    . Contra Catalunya, de Arcadi Espada, Premio Ciudad de Barcelona, y

    . En el fragor del Bien y del Mal, de Alexis Vidal-Quadras.

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