CULTURA PARA LA ESPERANZA número 32. Verano 1998

¿Alimentos Manipulados Genéticamente?
No, Gracias

Son alimentos transgénicos:

a) Los organismos sometidos a ingeniería genética que se pueden utilizar como alimento.

 b) Los alimentos que contienen un ingrediente o aditivo derivado de un organismo sometido a ingeniería genética.

 c) Los alimentos que se han elaborado utilizando un producto auxiliar para el procesamiento (por ejemplo, enzimas) creado por medio de la ingeniería genética.

    Para la introducción de genes foráneos en una planta o animal comestibles es necesario utilizar como herramienta lo que en ingeniería genética se llama vector de transformación, es decir, "parásitos genéticos" como plásmidos y virus, a menudo inductores de tumores y otras enfermedades como sarcomas, leucemias..., y que aunque normalmente estos vectores se mutilan en el laboratorio para eliminar sus propiedades patogénicas, se ha descrito la habilidad de estos vectores mutilados para reactivarse, pudiendo generar nuevos patógenos. Además, tales vectores llevan muchas veces genes marcadores que confieren resistencia a antibióticos como la kanamicina (gen presente en el tomate transgénico de Calgene) o la ampilicina (gen existente en el maíz transgénico de Novartis), resistencias que pueden incorporar a las poblaciones bacterianas (en nuestros intestinos, en el agua o en el suelo). La aparición de más cepas bacterianas patógenas resistentes a antibióticos (un problema sobre el que la OMS no deja de alertar) constituye un peligro para la salud pública de predecir.

    Si bien la ingeniería genética es una herramienta potentísima para la manipulación de los genes, actualmente existe un gran vacío de conocimiento sobre el funcionamiento genético de la planta o animal que se va a manipular. ¿Qué genes se activan y se desactivan a lo largo del ciclo vital del organismo, cómo y por qué lo hacen? ¿Cómo influye el nuevo gen introducido en el funcionamiento del resto de genoma? ¿Cómo altera el entorno el encendido o el apagado de los genes de la planta cultivada? Actualmente, todas esta preguntas se encuentran, en gran medida, sin respuesta. La introducción de genes nuevos en el genoma del organismo manipulado provoca alteraciones impredecibles en su funcionamiento genético y en su metabolismo celular, y esto puede acarrear:

* La producción de proteínas extrañas causantes de procesos alérgicos en los consumidores (estudios sobre la soja transgénica de Pioneer demostraron que provocaba reacciones alérgicas no encontradas en la soja no manipulada).

* La producción de sustancias tóxicas que no están presentes en el alimento no manipulado (en EEUU la ingestión del aminoácido triptófano, producido por una bacteria modificada genéticamente, dio como resultado 27 personas muertas y más de 1.500 afectadas).

* Alteraciones de las propiedades nutritivas (proporción de azúcares, grasas, proteínas, vitaminas...).

    Los peligros para el medio ambiente son incluso más preocupantes que los riesgos sanitarios. El cultivo de variedades manipuladas genéticamente supone la introducción en el entorno de organismos exóticos a una escala y ritmo de dispersión sin precedentes en la historia de la humanidad. Por otra parte, a diferencia de otras especies introducidas cuya biología nos es razonablemente conocida, carecemos de información sobre el comportamiento de los cultivos transgénicos con otras especies del medio. La extensión de cultivos transgénicos aumenta la dependencia de la agricultura de sustancias herbicidas dañinas, y pone en peligro la biodiversidad, tanto agrícola como silvestre, que constituye la base de la seguridad alimentaria y el equilibrio ecológico del planeta. Según un informe de la OCDE, el 66 % de las experimentaciones de campo con cultivos transgénicos que se realizaron en años recientes estuvieron encaminadas a la creación del plantas resistentes a herbicidas. Tal es el caso de la soja transgénicas de Mosanto, resistente al herbicida Roundup, que produce la misma multinacional. El Servicio de Pesca y Fauna Silvestre de EEUU considera que este herbicida de amplio espectro ha puesto al borde de la extinción una gran variedad de especies vegetales de EEUU; también se le considera uno de los herbicidas más tóxicos para microorganismos del suelo como hongos, actinomicetos y levaduras, y tiene efectos nocivos para la fauna en general. Otra de las preocupaciones fundadas acerca de los cultivos transgénicos es el posible escape de los genes transferidos hacia poblaciones de plantas silvestres relacionadas con estos cultivos, mediante el flujo de polen: ya han sido bien documentadas numerosas hibridaciones entre casi todos los cultivos y sus parientes silvestres. La introducción de plantas transgénicas resistentes a plaguicidas y herbicidas en los campos de cultivo conlleva un elevado riesgo de que estos genes de resistencia pasen, por polinización cruzada, a "malas hierbas" silvestres emparentadas, creándose así "malísimas hierbas" capaces de causar graves daños en cultivos y ecosistemas naturales. La incorporación de genes procedentes de especies muy distintas puede dotar a las nuevas variedades transgénicas de rasgos novedosos que supongan una ventaja competitiva, favoreciendo su expansión y el desplazamiento de especies autóctonas, con repercusiones en cadena en los ecosistemas difícilmente previsibles e imposibles de controlar. Se ha demostrado experimentalmente, por ejemplo, que las toxinas insecticidas producidas por algunos cultivos transgénicos afectan no sólo a los insectos considerados "plaga", sino a los predadores de estos insectos, que son imprescindibles para el control biológico de las plagas.

    Hay demasiados peligros reales para afirmar que estos alimentos son seguros. Hoy por hoy, la comercialización de alimentos transgénicos es un acto irresponsable que convierte a los consumidores en cobayas humanos, y a nuestra insustituible biosfera en un laboratorio de alto riesgo. En Europa el debate está abierto. En diciembre de 1996 llegó a Barcelona el primer cargamento de soja transgénica procedente de EEUU, entre las protestas de los grupos ecologistas. Encuestas realizadas en numerosos países han revelado un rechazo generalizado al consumo de alimentos transgénicos por parte de la población. Las autoridades de la Unión Europea están sufriendo una gran presión por parte del gobierno de EEUU y de las multinacionales agroquímicas para conseguir una legislación laxa que no ponga ningún tipo de restricción a los cultivos y a los alimentos transgénicos. Se intenta que países como Luxemburgo, Italia y Austria, que han prohibido el maíz transgénico de Novartis, vuelvan atrás sobre su decisión. Los vegetales transgénicos se comercializan mezclados con los normales, y además las Compañías se niegan al etiquetado distintivo, con lo que los ciudadanos y ciudadanas nos encontramos totalmente indefensos y sin posibilidad de elección. El interés económico y monopolístico de las multinacionales agroquímicas no es la mejor garantía para nuestra seguridad alimentaria, nuestra salud ni la habitabilidad de la biosfera.

    En otro orden de cosas, no se puede perder de vista que uno de los mayores problemas a los que se enfrenta el abastecimiento sostenible de alimentos a nivel mundial es la pérdida de diversidad genética y la sustitución de la agricultura familiar por la agroindustria. El número de especies que constituye la base de la agricultura mundial es una parte pequeña de la biodiversidad de la tierra, pero su variabilidad es vital para la seguridad alimentaria: la capacidad de una determinada variedad de resistir la sequía o la inundación, medrar en suelos pobres o ricos, resistir a una plaga de insectos o una enfermedad, dar mayores rendimientos proteínicos, pueden ser características cruciales para la producción futura de alimentos. La introducción de variedades manipuladas genéticamente favorecerá este proceso, al potenciar el monocultivo de unas pocas variedades diseñadas expresamente para el cultivo a gran escala y la venta en mercados globales.

    Por otra parte, el coste prohibitivo de las nuevas biotecnologías y de las patentes biotecnológicas las hace inasequibles para muchos programas de mejoramiento de los países desarrollados, y por supuesto, para los países en desarrollo, favoreciendo un preocupante control de toda la cadena alimentaria (desde semillas hasta lo que llega a nuestra mesa) por una decena escasa de Compañías transnacionales agroquímicas, que persiguen únicamente acaparar los mercados mundiales e incrementar sus beneficios. El coste de las semillas patentadas y las características de los nuevos cultivos, ventajosas para las grandes explotaciones muy mecanizadas, aumentará la marginación de los pequeños productores locales en el suministro de alimentos, poniendo en peligro el medio de subsistencia de más de la mitad de la población mundial que todavía vive de la agricultura, y agravando el problema de acceso a los alimentos para los más pobres. Lejos de contribuir a solucionar los problemas del hambre, por tanto, los cultivos transgénicos y el monopolio de las semillas mediante las patentes biotecnológicas son una amenaza para la agricultura sostenible y para la seguridad alimentaría de los pueblos.

    A menudo se evoca la necesidad de promover una amplio debate social acerca de los alimentos transgénicos. Este loable propósito se convierte en una sangrante tomadura de pelo si ya se han adoptado -sin participación democrática- las decisiones que introducen estos alimentos en nuestros mercados, nuestras cocinas y nuestros estómagos. Y precisamente eso es lo que está sucediendo hoy. Venga el debate serio, profundo, riguroso, sin prisas y al final del debate voten en referéndum todos los ciudadanos y ciudadanas (como se hará en Suiza esta primavera), pero pospónganse hasta entonces las decisiones, o se estará aplicando con cinismo la violencia de los hechos consumados, demasiadas grandes opciones tecnológicas ya han mostrado, en el pasado reciente, su potencial de catástrofe como para permitirnos ninguna ingenuidad a este respecto: bastará seguramente con evocar las tecnologías de generación nuclear de electricidad o la agricultura espurreadora de biocidas. Las tristes experiencias pasadas aconsejan una prudencia extrema, aplicando la sabiduría contenida en el dicho "más vale prevenir que curar". La OMS acaba de poner en marcha una investigación internacional para estudiar la relación entre la utilización de teléfonos móviles y el aumento de los tumores cerebrales, pero, una vez más, la investigación y el debate se hace cuando ya se han tomado opciones tecnológicas, a veces, irreversibles. Sería deseable que al menos una vez, en el caso de los alimentos transgénicos, las autoridades de España y de la Unión Europea obraran de verdad de acuerdo con el principio de precaución para que no pueda ocurrir ninguna nueva crisis de las "vacas locas", ni ningún Chernobyl tecnológico. No lo decimos animados por ninguna intención anticientífica, sino precisamente al contrario: queremos más ciencia, pero también mejor ciencia, ciencia con conciencia que no pueda ser sino ciencia con prudencia... y sobre todo más democracia, también, para decidir sobre las políticas científicas y tecnológicas.

 

JORGE RIECHMANN

 (Departamento Confederal de Medio Ambiente de AEDENAT Madrid)

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