CULTURA PARA LA ESPERANZA número 32. Verano 1998

La persona es un ser en relación

    La persona humana, por esencia, está abierta al mundo, es un ser-en-el-mundo. Ser hombre quiere decir ser hacia algo o hacia alguien distinto de uno mismo; ir más allá de sí mismo para salir al encuentro de lo que hay en el mundo y de quienes hay en él. Es decir, la esencia de la existencia humana se encuentra en el propio autotranscender y en su intencionalidad de dirigirse a "estar-con" (a encontrarse con el mundo y con otros hombres).

    Por tanto, esta facultad originaria del ser espiritual es el fundamento y la condición de otras posibilidades: la percepción de otro ente, el pensamiento y el lenguaje, el entenderse unos con otros y ponerse de acuerdo, el recuerdo y la evocación de un ser querido ("estar con" en la distancia, temporal y espacial).

    Sin embargo, sólo entre seres humanos espirituales puede haber una comprensión plena, un "estar uno con otro". Esto, a su vez, sólo es posible en el amor, el cual constituye el modo de ser interexistencial.

    Así mismo, la realidad del hombre es una posibilidad, su ser 'un poder-ser'. Es decir, la vida humana, en esencia, es un proyecto de vida. Desde la persona que cada uno somos, en cada momento concreto de nuestra existencia, estamos llamados a ser una persona distinta, nueva. Nuestra vida se mueve en la tensión "ser-deber ser", entre la realidad personal y social que somos y tenemos y la que estamos llamados a ser y tener. Una persona es tal no meramente por lo que en la actualidad es, sino porque tiene un devenir, tiene la posibilidad de transformarse desde lo que es en la actualidad. Ser-hombre significa ser-facultativamente, no ser-fatalmente.

    La vida del hombre sólo es algo acabado con la muerte en la que acaba la existencia tal y como la conocemos y que nos abre al misterio. En el transcurso de su vida el hombre no puede anclarse en su forma de ser y estar en el mundo. Este dinamismo humano es un dinamismo de apertura, esperanzador, de llamada al avance, al cambio... Nos aleja del fatalismo, de creer que "soy como soy y no puedo hacer otra cosa que resignarme" y nos orienta a buscar el sentido de nuestra existencia en la respuesta que hemos de dar a las preguntas que nos plantea la vida. Así construimos nuestra propia historia y no somos meros juguetes de un destino, pues el hombre es, en su esencia, historicidad y no simple expresión de naturaleza; por tanto, es y permanece formador del mundo y de la sociedad. El concepto de sociedad, en tal contexto, se explica como 'un deber que el individuo debe llevar a término entre y con los otros', como el lugar de sus posibilidades únicas e irrepetibles, por lo cual 'el sentido de la existencia humana supera los mismos límites de la persona para introducirse en los más amplios de la comunidad'.

    Se hace evidente, de esta manera, el carácter de reversibilidad (doble dirección) de la relación que se instaura entre el individuo y la sociedad. En efecto, 'no es sólo la existencia del individuo que necesita de la comunidad para
adquirir un significado pleno; también la comunidad lo adquiere por la presencia y acción del individuo'.

    Esta relación individuo-sociedad está marcada por la radical responsabilidad que caracteriza el ser del hombre porque es un "ser libre". Así, en esta relación la persona se enfrenta a los siguientes interrogantes:

 
     - Si no lo hago yo, ¿quién lo hará?.

     - Si no lo hago ahora, ¿cuándo lo haré?.

     - Si lo hago únicamente para mí mismo, ¿quién soy yo?.
 

    La primera pregunta nos remite a que cada persona es única e irrepetible; la segunda a la unicidad del momento presente y, por tanto, a la responsabilidad por lo elegido y vivido en el mismo y la última a la orientación hacia el mundo de los valores y de los deberes que cada uno ha de descubrir y realizar día a día. La orientación hacia estos valores está motivada por la voluntad de sentido y no por la búsqueda directa de la satisfacción personal de las propias necesidades o del afán de superación.

    En este contexto de unicidad, responsabilidad (que siempre tiene en su base la libertad) y sentido, podemos redescubrir el encuentro, como lugar de fidelidad con el ser, con la vida y con la relación.

    Desde esta perspectiva, podemos recuperar en la relación, en el encuentro entre personas, un carácter adecuado al ser humano. Lo que significa preguntarse con sinceridad: ¿la persona que encuentro es para mí única?, ¿tiene para mí un nombre?, ¿detrás de su cara, leo una historia?, ¿participo de su historia y ella de la mía?. ¿O bien es un simple títere, un anónimo personaje funcional según mis actividades; y para mí, por lo tanto, tener delante a esa u otra persona en el fondo no hay ninguna diferencia?. En resumidas cuentas: ¿ es ella que responde a mis deseos, a mis necesidades, o bien soy yo que presto atención a su única e irrepetible existencia?.

    El encuentro entre dos personas únicas e irrepetibles es realmente auténtico en la medida en que alcanza la dimensión inmediatamente superior, aquella en la cual el hombre se transciende en dirección a un significado y en la que toda la existencia se compara directamente con el logos. De modo diverso, un diálogo y un encuentro no abiertos al sentido, y por tanto, que no se basan en una intersubjetividad autotranscendente (salir cada uno de si mismo para encontrarse con el otro y de esta forma encontrarse también consigo mismo), permanecen como un diálogo y encuentro sin logos, una pura mixtificación (mezcla) encerrada en el estrecho horizonte de buscar únicamente satisfacer las propias necesidades; sin, en cambio, buscar los fines objetivos, llenos de desafíos y de provocación que tienen un carácter de demanda y piden ser realizados.

    Por ello, si nuestra esencia nos lanza a un verdadero encuentro con el otro y a tener un proyecto de vida con sentido, sabiendo que podemos ser de otra forma diferente a la que somos ahora, ¿no se nos abren perspectivas de esperanza en contra de nuestro individualismo y hacia la construcción de formas de vida comunitaria que transformen la sociedad en un verdadero mundo?. Tal vez así se pudiera cumplir la definición que considera al mundo como "el espacio histórico-cultural en el cual el hombre, junto con las demás, intenta realizar la propia existencia, creando una comunidad más humana".

M.A. Noblejas

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