CULTURA PARA LA ESPERANZA número 32. Verano 1998

Trabajar menos para trabajar todos: El lobo con piel de cordero

(Una reflexión crítica sobre la jornada
Laboral de 35 horas)

    "Hemos llegado al corazón de Europa que es un corazón de estabilidad política, de estabilidad económica, de empleo y de cohesión social. Hemos llegado por nuestro propio esfuerzo, por nuestro trabajo, nadie nos ha regalado nada. Hemos culminado con éxito lo que ha sido un ejemplo de voluntad, determinación y un camino colectivo de la sociedad española.

                (José M. Aznar. Cumbre Europea. Bruselas. Mayo 1998)

    "La vida de los trabajadores es hoy muy diferente a cuando nacieron. Los trabajadores ya no están concentrados en grandes lugares de producción, ahora trabajan en condiciones más individuales.

        En el futuro, es obvio que los periodos de empleo y paro van a sucederse muy rápidamente, y eso hará muy difícil que los sindicatos sean capaces de recuperar su función tradicional.

        El paro sin alternativas no es aceptable. Con la Unión Monetaria habrá más desempleo".

                (Ralf Dahrendorf. Escritor. Asesor político deTony Blair. Abril 1998)

        "En definitiva, las propuestas a favor del reparto del trabajo tienen más sombras que luces..., de lo que se debería discutir es de cómo conseguir que se cree más riqueza y cómo alcanzar que la distribución de la riqueza sea socialmente más justa.

        El reparto del trabajo no crea riqueza y es bastante dudoso que distribuya mejor la existente".

                (Juan Fco. Jimeno Serrano. Catedrático de  Análisis Económico)

 
Introducción

     El pasado día 10 de febrero la Asamblea Nacional Francesa aprobaba en primera vuelta la adopción de la jornada laboral de 35 horas en un intento por frenar el fantasma imparable del desempleo y la marginación. Con los 316 votos a favor de los partidos de izquierdas (socialistas, comunistas, radicales y verdes), y los 254 votos en contra de los diputados conservadores (liberales, gaullistas y democristianos), la Ley de la Semana Laboral de 35 horas comenzará a aplicarse a partir del año 2000 en las empresas francesas de menos de 20 trabajadores, y a partir del año 2002 en las compañías con más de 20 empleados.

     La llegada del socialista Lionel Jospin al gobierno francés ha introducido el germen de la discordia en el seno de la socialdemocracia europea. Las organizaciones situadas más a la izquierda dentro del espectro político europeo han mordido el anzuelo de una reforma que a través del reparto del trabajo, que no de la creación de empleo, pretende vendérsenos a la opinión pública como garante de la estabilidad social. Estabilidad cercenada, cada vez más, por los graves problemas planteados en la carrera iniciada por los países de la Unión Europea y que tiene como fin la conquista de la moneda única y la puesta en marcha de la Unión Económica y Monetaria el próximo 1 de enero de 1999.

 La propuesta de la jornada laboral de 35 horas aceptada por la Asamblea francesa e impuesta por la movilización de importantes sectores de la sociedad civil, recordemos las últimas movilizaciones de parados en Francia, se ha trasladado también al ambiente político y sindical español. Desde diferentes frentes de la praxis política y sindical institucionalizada, pero también desde el seno de algunos sectores del movimiento ciudadano, supuestamente de carácter más "alternativo", se alzan voces a favor de la adopción de una medida similar que contrarreste los efectos negativos del desempleo a costa de "parchear" el problema del paro.

    Pero la medida que pretende vendérsenos bajo la apariencia de una reforma estructural del tiempo de trabajo no es, en absoluto, una conquista novedosa. Obviar a estas alturas el hecho de que la semana laboral de 35 horas se ha aplicado ya en algunos países de nuestro entorno sin obtener los resultados esperados, deja al descubierto la irresponsabilidad política y social de aquellos sectores que enarbolan la bandera de las 35 horas como la solución inmediata al problema del paro.

     El debate planteado en tomo a la reducción de la jornada laboral, el reparto del empleo o la reducción de los salarios, constituye desde hace algunos años el caballo de batalla de los "intelectuales de izquierdas" quienes, como Dahrendorf, pretenden hacer converger una situación de economía globalizada con la adopción de ciertas medida sociales que humanicen el rostro del neoliberalismo.
 

Vino viejo en odres nuevos

    La bandera del reparto del tiempo de trabajo ha sido enarbolada por la clase obrera a lo largo de los dos últimos siglos como medida para mejorar su calidad de vida, sus condiciones laborales y su realización personal. El debate sobre la conveniencia o inconveniencia de reducir la jornada laboral no es nuevo, aunque sí lo son sus objetivos y las condiciones sociales y políticas que lo preceden. En cualquier caso, ya en el año 1900, el socialista vasco Indalecio Prieto se expresaba al respecto con una argumentación que cobra máxima actualidad si la aplicamos a la polémica surgida en nuestros días:
 

    "Hay quien ve en esto de la rebaja de las horas de trabajo menos ventajas para el obrero de las que pudiera reportarle el aumento del salario. Error craso; al obrero le conviene, hoy por hoy, mucho más la rebaja de la jornada que el aumento del salario. Le conviene en primer lugar por razón directa de su salud El aumento del salario tiene que venir forzosamente después de la disminución de la jornada...

     Con la reducción de la jornada de trabajo no disminuye la producción, pues ésta, siguiendo el curso natural de su desarrollo, va siempre en aumento ... Entonces es cuando cabe el aumento del salario, y aun casi sin reclamarlo lo ver la clase

obrera aumentado, porque así como hoy existe ese remanente de brazos sobrantes que ofrecen su productividad a cualquier precio para atender a su sostenimiento, siendo esto causa de baja de los salarios, así entonces, cuando ese excedente de mercancía humana desaparezca, los mismos patrones ofrecerán mayores salarios"

     (Indalecio Prieto. "La lucha de clases". Abril de 1900)
 

    Pero la reivindicación obrera que abogaba por las ocho horas de trabajo junto a otras ocho horas para el descanso, y ocho más para el ocio y el desarrollo personal, dista mucho de parecerse a la moderna demanda de la izquierda que utiliza la consigna de las 35 horas a modo de argumento para perpetuar su existencia como cipayos al servicio del capital y como herramienta para crear e inmortalizar lugares de estancia en el proceso productivo.

     La propuesta de la semana laboral de 35 horas no sólo no cuestiona el sistema económico imperante sino que, además, abre la puerta de par en par para la incorporación de los trabajadores a un modelo laboral basado en la inestabilidad, la eventualidad y la precariedad en el empleo. Así lo demuestran algunas experiencias que ya se han realizado y que cobran un significado especial si tenemos en cuenta que Alemania, país pionero en la aplicación del reparto del tiempo de trabajo, no sólo no ha logrado disminuir su tasa de desempleo sino que la ha incrementado, contabilizándose en la actualidad casi cuatro millones de parados en el territorio alemán. En enero de 1994 cerca de 100.000 trabajadores de la empresa de Volkswagen en Alemania aceptaron reducir su jornada de 32 a 28 horas semanales con motivo de la crisis de producción de automóviles. Esta reducción de más del 20% de la jornada tuvo como contrapartida un recorte salarial del 15% y el reconocimiento posterior de la empresa de que con esta medida se salvaron 20.000 empleos pero no se logró crear ninguno nuevo.
 

La formulación teórica

    Desde diferentes frentes de la práctica política y social de nuestros días se insiste cada vez más en la necesidad de elaborar una propuesta teórica que minimice el impacto desestabilizador que el proceso de globalización económica y la revolución tecnológica han imprimido sobre la esfera del mundo del trabajo. Desde el campo sindical, pero también desde las altas cumbres de la política institucionalizada, se ofrecen programas orientados a solucionar el problema del paro y que, paradójicamente, convergen en su formulación a pesar de proceder de ámbitos ideológicos muy diferentes.

     Mientras las propuestas sindicales de reparto del tiempo de trabajo insisten en volver, una y otra vez, sobre cuestiones tangenciales y de escasa incidencia real, tales como la jornada laboral de 35 horas, los años sabáticos, los contratos de relevo y solidaridad, el adelanto de la edad de jubilación o la propuesta de una 5. semana de vacaciones, estas iniciativas evitan, al mismo tiempo, cualquier referencia a los auténticos factores causantes del desempleo.

     De entre todas las propuestas manejadas para la configuración de este artículo, no he logrado encontrar ninguna en la que se plantee un cuestionamiento del sistema económico neoliberal como causante de la exclusión y la inestabilidad laboral. Por otra parte, la necesidad de un modelo más equilibrado de construcción europea o las posibles repercusiones periféricas generadas por un drástico recorte del sistema de producción en los países del norte, no figuran, tampoco, como cuestiones a tener en cuenta en el modelo sindical de reparto del tiempo de trabajo. Por el contrario, diferentes agentes sociales continúan reivindicando el crecimiento económico y el progreso como instrumentos generadores de empleo, aunque cada vez resulte más evidente que la creación de empleo es una variable independiente del crecimiento económico de un país. Una opinión la nuestra que, a tenor de unas declaraciones recientes, no es compartida por Antonio Gutiérrez, secretario general de CC.OO:

    "Desde la izquierda hemos inducido a la confusión sobre la cuestión europea por llegar tarde.

     La Unión Europea es una necesidad de los pueblos De entrada, el euro, la moneda es algo más que la representación monetaria de los valores económicos, una moneda es también un colorarlo de modelos sociales, culturales y aún políticos.

     Frente a la cultura del dólar que impera por necesidad, precisamente en las latitudes del mundo, incluido el Tercer Mundo, está la cultura del euro (...) y será un buen instrumento para que sirva de moneda de reserva en estos países.

     Nos encontraremos que si con la misma moneda se valoran los bienes y servicios que producimos e intercambiamos en un mercado que ya nos es común, unico y que nos vincula, nos guste o no desde hace ya bastantes años, pues tendremos ahora la obligación y la responsabilidad algunos de luchar hasta conseguir que las condiciones de trabajo de quienes producimos esos bienes y servicios que se van a intercambiar y se intercambian, y que se valoran con la misma moneda, sean condiciones de trabajo más homogéneas".

    Esta es la ideología que subyace bajo las propuestas sindicales orientadas a paliar el problema del paro. Conviene tenerlo muy presente para no pecar de ingenuos cuando podamos dejarnos seducir por la apariencia de viabilidad de algunas de estas propuestas que no son otra cosa que simulacros perfectamente ensayados por una izquierda y un mundo sindical que han interiorizado, mejor que nadie, la retórica vendida desde el poder.

     Pero las estrategias encaminadas a resolver el problema del desempleo no proceden únicamente del ámbito sindical. Desde el epicentro mismo causante de la inestabilidad, la Comisión de Asuntos Sociales y Empleo del Parlamento Europeo, se manejan propuestas encaminadas a solucionar el problema del paro como requisito imprescindible para garantizar un proceso de integración económica al margen de cualquier brote de tensión o violencia social.

     Junto al argumento de que una reducción masiva del paro generaría un ahorro público importante y una merma del déficit de la UE, desde la época de Delors (ex-presidente de la Comisión Europea), los padres del proyecto de unificación europea abogan también por las tesis socialdemócratas de reparto del empleo sustentadas sobre tres argumentaciones suficientemente convincentes para la dinámica y los intereses del sistema neoliberal: a menos horario, menos absentismo; a menor fatiga, mejoras marginales de la productividad; y, sobre todo, la  libertad absoluta para reorganizar constantemente el proceso productivo en beneficio de las necesidades impuestas, en cada momento, por el capital.

    "La persistencia de un desempleo pasivo constituye una amenaza para la cohesión económica y social, la aceptación y el progreso del proceso de integración europeo, y el futuro del sistema democrático ".

     (Informe sobre una estrategia de empleo coherente para la UE. Documentos de sesión del Parlamento europeo. Junio de 1995).

    Introducidos en la vorágine neoliberal, atrás quedan las legítimas reivindicaciones obreras que demandaban una reducción de la jornada laboral como medio de estabilizar las condiciones del sistema productivo. En este sentido, conviene insistir, una vez más, en el hecho de que las propuestas actuales que abogan por una jornada laboral de 35 horas resultan reduccionistas al centrar sus esfuerzos transformadores en reformas parciales donde no sólo no se cuestiona la producción sino que, al mismo tiempo, se corre el riesgo de incrementarla en beneficio del capital. Este es el caso de la semana laboral de 35 horas con cómputo anual aprobada recientemente por la Asamblea francesa. Esta medida se traducirá en la práctica en una manera de garantizar al empresario la existencia de una mano de obra "a la carta" para cubrir los períodos de mayor demanda, y de la que éste podrá prescindir en los momentos de menor producción. De esta manera, se dará el caso de trabajadores con jornadas laborales de menos de 15 horas semanales o, incluso, con más de 50, dependiendo de las necesidades "temporales y periódicas" del capital.
 

El fatalismo visionario

    En los últimos dos años, coincidiendo con la gestión política del PP, el gobierno español ha aplicado las recetas neoliberales más estrictas encaminadas a cumplir con los criterios de convergencia estipulados en Maastricht. El avance español hacia la Europa Económica y Monetaria del próximo año ha supuesto un alto precio social y la ruptura y desmembramiento de un ámbito tradicionalmente estable: el mercado de trabajo. De esta manera, España afronta su incorporación a la Unión Monetaria con una tasa de paro real que dobla la media de los países de nuestro entorno. Si bien es cierto que "España va bien" (es esta una realidad que no podemos obviar), no es menos cierto que esta marcha no ha beneficiado de la misma manera a los diferentes grupos de status que configuran el panorama social.

    Mientras España asiste a un crecimiento económico sin precedentes en su historia reciente, al mismo tiempo, paradójicamente, el número de ciudadanos desempleados, precarios y temporales no deja de crecer. El empleo se ha convertido en un bien escaso sujeto a las premisas de temporalidad, precariedad e inestabilidad. Es en esta situación, con una tasa de paro que supera el 20% de la población activa (entre 2 y 4 millones de parados dependiendo de las estadísticas que se manejen), y con más de 10 millones de pobres excluidos definitivamente de cualquier posibilidad de demanda social, donde la izquierda institucional y la no institucional, presionadas por el peso de su propia incapacidad, han optado por trasladar al panorama político español la propuesta francesa de reparto del empleo.

     En cualquier caso, ¿cómo se puede tomar en serio una propuesta que no atiende al crecimiento exponencial que el desempleo ha sufrido en los últimos años y a sus alarmantes perspectivas de crecimiento, una propuesta que ignora el impacto de la técnica y la revolución tecnológica como instrumento desarticulador de la estructura socio-laboral, una iniciativa que no cuestiona el sistema de tenencia y reparto de la riqueza ni los intereses, intocables, del gran capital...?

     Si tomamos el ejemplo concreto del caso español, los datos no pueden ser más escalofriantes. En los últimos 10 años la tasa de desempleo ha oscilado entre el 16% y el 24% de la población activa, es decir, entre 2,5 millones y 3,5 millones de personas luchando por acceder al mercado laboral. Según la encuesta de población activa correspondiente al tercer trimestre de 1995 (en nada diferente de cualquier otro período que hubiéramos podido elegir), la situación del desempleo en España se estructura de la siguiente manera:

* De cada 100 activos hay 23 parados.

 * De cada 100 cabezas de familia u hombres casados, 18 están en paro.

 * De cada 100 hombres, 18 están en paro.

 * De cada 1 00 jóvenes menores de 25 años, 42 están en paro.

 * De cada 100 hijos que conviven en el domicilio familiar, 36 están en paro.

* De cada 100 cónyuges féminas, 24 están en paro.

 * Casi 2 millones de parados llevan más de 12 meses buscando trabajo.

* Casi 900.000 personas buscan su primer empleo mientras que, casi 700.000, lo perdieron hace más de tres años, tratando desde entonces de reincorporarse al mercado laboral.

     Pero si estas son las cifras del desempleo, el panorama de quienes disfrutan de un puesto de trabajo no es, en absoluto, mucho más alentador. Vamos a verlo:
 
 
 

MAPA DE LA PRECARIEDAD LABORAL EN ESPAÑA    (1997)
Trabajadores con contratos temporales
3.238.500
Trabajadores a tiempo parcial
1.043.300
Trabajadores de ETTs 
622.726
Parados 
3.364.900
 
 Afortunadamente, algunas voces alertan ya sobre la incapacidad del sistema para frenar la máquina productora de parados. Según el Instituto de Investigaciones Económicas y Sociales de Alemania, en los próximos 10 años tan sólo el 25% de la población activa europea serán trabajadores permanentes, cualificados y protegidos por algún tipo de legislación laboral. Otro 25% pertenecerán a la plantilla de empresas periféricas, subcontratadas o de servicios, con empleos precarios, poco cualificados, mal pagados y con horarios laborales sometidos a las fluctuaciones del mercado. El 50% de la población activa restante serán trabajadores marginales, parados o semiparados, que harán trabajos estacionases o con carácter ocasional.

     Frente a estas alarmantes perspectivas resultan irrisorias, casi cómicas, las propuestas sindicales de reparto del trabajo. Si el problema del desempleo tiene una solución viable para nuestras sociedades, como lo tiene el drama del hambre para el Tercer Mundo, y teniendo en cuenta que las causas que generan ambas situaciones hunden sus raíces en nuestra interiorización pasiva y acrítica del discurso del neoliberalismo, la solución pasa, necesariamente, por cultivar e impulsar una cultura socio-laboral solidaría. Se trata de oponer al "salvase quien pueda" de la segmentación laboral actual, una clase trabajadora unida (con la inclusión de los esclavos del Tercer Mundo), donde se imponga una justa distribución de la riqueza generada en el proceso productivo, se "vigile" el papel de la tecnología en ese proceso, y se ensayen formas de vida alternativas que sean capaces de cuestionar la lógica imperante del trabajo asalariado. Todo lo demás son soluciones hipócritas y marginales que no conducen más que a apaciguar y a ralentizar la explosión del desorden.
 

El porvenir

    Pase lo que pase en los próximos años, el problema del desempleo emergerá cada vez con mayor violencia en el panaroma político y social de los países más desarrollados. Asistimos ya a las primeras manifestaciones de un incipiente malestar que ha forzado la adopción institucional de medidas orientadas a paliar el drama del desempleo.

     Desafortunadamente, estas iniciativas, partidarias de la reducción de la jornada laboral y el reparto del tiempo de trabajo sin reducción salarial, arrancan de presupuestos erróneos y poco realistas. Frente a estas propuestas que garantizan la creación de nuevos empleos a consecuencia del reparto, sólo es posible argumentar con el peso aplastante de la lógica semántica. Repartir no significa crear. Repartir el trabajo nos lleva inevitablemente a pensar en un pastel de talla limitada, ante el que se sientan distintos comensales. Cuando llega un nuevo comensal que no había sido invitado -en nuestro caso, un parado-, será necesario reducir la parte de cada uno si queremos poder darle de comer. La trampa es que sólo hay un pastel y éste no se multiplica.

     Si bien es cierto que no podemos obviar algunas propuestas que desde sectores externos al mundo sindical vislumbran acertadamente un terreno potencial para la acción social a favor del empleo, no podemos tampoco negar que estas propuestas fracasan, estrepitosamente, al enarbolar la bandera de las 35 horas y la reducción de las horas extras como ejes centrales de su reivindicación militante. Al margen de estas cuestiones, sí podemos converger con estas iniciativas en su demanda de la urgente necesidad de dotar a la clase trabajadora de una nueva cultura y una nueva conciencia solidaria; en su idea de gravar fiscalmente las innovaciones tecnológicas en función de la productividad que proporcionen o, especialmente, en la idea de establecer un cambio profundo en el mundo del trabajo que humanice las relaciones laborales a costa de mermar la lógica del capital.

     Pero, lamentablemente, estas propuestas no representan a un sector significativo dentro del campo de la lucha social. La dimensión mastodóntica de los sindicatos mayoritarios y la insistencia de quienes, no siéndolo, no renuncian a la dinámica trasnochada impuesta desde la izquierda, amenazan con sumimos a todos en un debate sin contenidos reales, plagado de recovecos y carente de sentido.

     Por su parte, conocedores de esta realidad, los padres de la socialdemocracia no dejan de trabajar para paliar las consecuencias de un desempleo que será masivo y prácticamente total en un futuro cercano. A estas alturas, y después de generaciones enteras adoctrinándonos en la lógica del capital y su sistema del trabajo asalariado, muchos de estos pseudo-políticos esgrimen ahora las consignas de la sociedad del ocio y del erróneo valor conferido al trabajo. Así lo expresaba en una entrevista reciente el eurodiputado francés Michel Rocard, católico y socialdemócrata, y ex-primer ministro de la República Francesa:

    "El bien más preciado de nuestras sociedades no es el trabajo. Es la libertad y la democracia, valores inventados por los atenienses, que pretendían acabar con el trabajo y lo hicieron encomendándolo a los esclavos.

     El sueño socialista de sustituir la esclavitud del trabajo humano por el trabajo de la máquina puede cumplirse. El trabajo en si no es un valor. Sí lo es, en cambio, el espíritu de creación profesional.

     La liberación de horas para la cultura y la liberación artística, para la formación y el deporte, para la sexualidad y la comunicación, para la vida de ciudad, cambiarán el concepto de vivir".

     Bonito regalo para una sociedad tradicionalmente educada en los valores del trabajo, abstraída de cualquier función o actividad al margen de lo estrictamente económico e incapacitada, a lo largo de la historia, para hacer uso de la aparente libertad que ahora se nos ofrece. De la misma opinión es la escritora Hannah Arendt que en un nostálgico discurso, no carente de pesimismo, define la contrautopía socialdemócrata esbozando los rasgos de la sociedad futura:

    "Es una sociedad de trabajadores que se va a liberar de las cadenas del trabajo, y esta sociedad ya no sabe nada de las actividades más altas y más enriquecedoras para las que valdría la pena obtener esa libertad... Lo que tenemos ante nosotros es la perspectiva de una sociedad de trabajadores sin trabajo, es decir, privados de la única actividad que les queda".

    Parafraseando a la autora de este texto y compartiendo parte de su dramatismo vivencias, sólo me resta añadir que no es posible imaginar nada peor

SUSANA GOZALO

 

BIBLIOGRAFÍA

- Joaquín Estefanía. La nueva economía. La globalización. Barcelona : Debate, 1996.

 - Félix Ortega. El mito de la modernización. Barcelona : Anthropos, 1994.

 - Julián Gómez del Castillo. El paro, esa canallada. Madrid : Movimiento Cultural Cristiano, 1995.

 - Pepe García Rey. Informe sobre la precariedad social. C.G.T,  1998.

 - Central General de Trabajadores. Acción directa contra el paro. C.G.T, 1998.

 - Autogestión. M.C.C. N. 15, octubre 1996.

 - Autogestión. N. 17, febrero 1997.

 - J. Petras. Informe. Cultura para la esperanza. A.C.C.

 - Agustín Morán. Empleo, trabajo y capital. C.A.E.S, abril 1997.

 - El Mundo, 5 de abril de 1998.

 - Diario 16, 8 de abril de 1998.

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