CULTURA PARA LA ESPERANZA número 36. Verano 1999.

Miedo y violencia

   Cuando la tozuda y mostrenca realidad demuestra año tras año con hechos verificables y cuantificables la radical injusticia que configura la sociedad mundial actual, los defensores (no digamos los beneficiarios) del vigente sistema social, político y económico resultan, cuando menos, sospechosos de falta de honradez porque dan la impresión de que mienten deliberadamente.

    ¿Cómo es posible que, después de dos siglos de dominio del sistema liberal capitalista y financiero, el mundo haya progresado geométricamente en desigualdades y enfrentamientos (a muerte en muchísimas ocasiones) y aún se siga diciendo que tal sistema es el único posible y viable? ¿Tan poco futuro piensan que tienen la justicia y la paz, tan anheladas por todos en lo profundo de nuestro ser? ¿Tan poco inteligente son ellos? ¿Es posible pensar como bueno para el mundo entero lo que sólo resulta favorable para un 20% de la humanidad? Cuando los hechos invalidan -falsan, diría la lógica formal- sus teorías, ¿por qué no confiesan honradamente su extravío mental? ¿A qué nuevo invento esperan para que su sistema cree la igualdad?, porque el último grito -Internet- resulta que  también agrava la distancia entre ricos y pobres, dado que el 20% más pudiente de la población mundial controla el 93% de los accesos a la red.

   Decimos todo esto a propósito de la reciente publicación del Informe sobre Desarrollo Humano del PNUD (Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo) correspondiente al presente año. Con poquísimas variantes aparece como eso sí, constatando que las desigualdades aumentan.

    Ab assuetis non fit passio, decía ya un aforismo latino; que viene a querer decir: lo que se repite constantemente no conmueve a nadie. Somos, efectivamente, conscientes de que, según muchos, recordar una y otra vez las injusticias cometidas en nuestra sociedad puede producir cansancio, desánimo y ausencia de compromiso. Pero también somos conscientes de que el desánimo y la falta de compromiso procede más de la propagación -muy principalmente desde la publicidad- del hedonismo y el consumismo que enervan el ánimo de cualquiera para cualquier esfuerzo que no lleve a una mayor comodidad propia.

   Por eso, porque todavía creemos que toda persona posee semillas de honradez (que deben crecer y desarrollarse) para captar la perversidad de determinadas situaciones y tomar postura frente a ellas, nos permitimos transcribir algunos de los datos del informe del PNUD:

   1.  Las tres personas más ricas del mundo poseen activos que valen más que el PIB de todos los países menos desarrollados y sus 600 millones de habitantes.

   2. Sesenta países se han estado empobreciendo de manera continua desde 1980.
 
   3. El tráfico ilegal de mujeres y niñas para su explotación sexual representa un negocio anual de más de un billón de pesetas. En India, las mujeres trabajan 12 horas más a la semana que los hombres; en Nepal, la diferencia es de 21 horas a favor de la mujer.

   4. El 20% más rico de la población mundial gana 74 veces lo que el 20% más pobre. La diferencia era de 30 a 1 en 1960.

   5. El mismo % de los ricos del mundo posee el 86% del PIB mundial; el 20% más pobre tiene el 1%.
El quinto más rico de la población del planeta tiene el 74% de las líneas telefónicas. El quinto más pobre sólo tiene el 1,5%.

   6. El 20% con mayores ingresos del mundo utiliza el 84% del papel que se consume cada año.

   7. La dieta media diaria de esas personas contiene 16 veces más calorías que las que consumen los más pobres del mundo.

   8. Las 10 principales empresas de telecomunicaciones controlan el 86% del mercado. Entre diez compañía dominan el 85% del mercado mundial de plaguicidas. Otras diez son dueñas del 70% del negocio de productos para uso veterinario.

   9. Los países industrializados acaparan el 97% de las patentes.

   10. La tasa de desempleo en Europa permanece en torno al 11% a pesar del desarrollo económico sostenido de la última década.

   Insistimos. Si estos hechos se repiten invariablemente durante décadas y décadas, hay que concluir que el sistema social vigente algo debe tener de esencialmente perverso. Y hemos omitido hablar de los estragos de las innumerables guerras que asolan hoy el mundo; del hambre que mata a miles y miles de personas; de la eterna deuda externa que encadena países a perpetuidad; de las agresiones a la nutricia madre Naturaleza (en estos días, por ejemplo, el gobierno de EE.UU. pretende multar a la empresa Toyota con 9,5 billones de pesetas por contaminar); etc.

   Una sociedad constituida en lo político sobre el poder como dominio; en lo económico, sobre el lucro ilimitado; en lo social, sobre el consumismo hedonista, y en lo cultural, sobre el prestigio y la competitividad, sólo puede crear injusticia y desigualdad. Por tanto, el primer deber de quienes desean que se haga justicia es desvelar la inconsistencia de tales fundamentos. Poner éstos y otros muchos hechos ante los ojos de la sociedad para que contemple, como en un espejo, su propia fealdad, es siempre una tarea obligada.

   Abordados en esta revista en múltiples ocasiones los aspectos estructurales de la organización social, hoy queremos incidir en un aspecto antropológico que, creemos, está en la base de muchos comportamientos humanos, a partir de los cuales se crean después todos los complejos estructurales de la violencia.

   Nos referimos al miedo al otro que nos lleva a agredirle en cuanto nos creemos preparados para hacerlo con posibilidades de victoria.

   El competitivo -y la sociedad actual nos quiere a todos competitivos- se prepara para luchar y vencer al otro en algún aspecto de la vida y, a ser posible, en todos. El competitivo considera el mundo y la sociedad como un campo de batalla donde triunfan los fuertes,  y por eso él se prepara para serlo más que otros y vencerlos, en el campo que sea.

    Si el competitivo se asocia con otro (también competitivo, por supuesto) es para acrecentar su poder y mientras lo acrecienta. De esta manera queda viciado todo el asociacionismo humano, que se convierte, a mayor o menor escala, en estructura de poder y dominio. En la finalidad de muchas asociaciones no está tanto la consecución de una determinada perfección o bien cuanto el fortalecimiento del propio poder frente a otros. ¿Se puede entender si no, por ejemplo, el derecho de patentes de bienes imprescindibles para todo ser humano -entiéndase medicamentos, alimentos básicos, etc.?

   Y en el fondo de todo está el miedo que es, fundamentalmente, percibir y sentir al otro como una amenaza que puede destruir o perjudicar nuestra vida y del que, por tanto, debemos defendernos, bien destruyéndole, bien explotándole, bien dominándole o bien -y esto resulta lo mejor- domesticándole por hacerle creer que su felicidad consiste en servirnos a nosotros y a nuestros valores.

   Toda violencia está compuesta a partes iguales de miedo y cobardía. Miedo que considera a los demás como enemigos; cobardía que no cree en la propia capacidad de entendimiento y colaboración porque exige entrega de lo mejor de nosotros mismos controlando los instintos zoológicos.

   Así, socialmente, nos dan miedo los inmigrantes pobres. Son una amenaza para nuestras vidas satisfechas y cómodas; pero nuestra cobardía nos hace delegar en la fuerza bruta (ejércitos, policía...) para evitarnos abordar el problema enfrentándonos en diálogo con los pobres.

   Pero, ¿por qué en el fondo nos tenemos ese miedo mutuo? Sin duda, porque nos consideramos extraños y ajenos unos a otros. No hemos descubierto el radical ensamblaje de nuestras vidas: hasta qué punto sólo es vida la compartida y convivida.

   Ésta es la herida que destruye a la persona: su ensimismamiento, su contemplarse sólo a sí mismo hasta extrañarse de que otros también existan y vivan, creerse él solo con derecho a la vida. De ahí que todo lo demás,  personas y cosas, deben existir únicamente para él, y, por tanto, debe dominarlas o destruirlas si no puede lo primero. Toda violencia tiene aquí su origen.

   El pensamiento de cada cual puede que no llegue conscientemente a estos radicalismos, pero la conducta manifiesta en muchos que ésta es su realidad vital.

   Se impone, pues, como premio a todo, una pedagogía que eduque al hombre en la convivencia y le cure del miedo y el ensimismamiento. Algún elemento de esta pedagogía queremos apuntar aquí.

   En primer lugar hay que ayudar a todos a descubrir la propia menesterosidad, la real dependencia que tenemos unos de otros; para lo cual es buen camino la comunión en el dolor. ¡Oh, si vencedores y vencidos pusiesen en común su dolor, cómo descubrirían que se necesitan mutuamente! ¡Cuán fructífero sería el dolor compartido de serbios y kosovares, por ejemplo.

   Si los clásicos lo son por la perennidad de sus planteamientos, qué provechoso resulta leer el último canto de La Iliada y descubrir cómo Aquiles, matador de Héctor, necesita, para liberar su angustia por la muerte a manos de Héctor de su amigo Patroclo, devolver a Príamo el cadáver de su hijo Héctor. Descubre que no es ultrajando un cadáver como calma el dolor por el amigo, sino devolviéndoselo a su padre. Emociona comprobar cómo se hacen mutuamente conscientes del común dolor y abominan ambos de la guerra. No tiene sentido infligirse mutuamente dolor y sufrimiento, sino recomponernos por el perdón. Nada más creativo que el perdón: Es donación doble: da el ser y suprime la ofensa.

   En segundo lugar, cultivar la religiosidad, sentirnos ligados a Alguien (mucho mejor que a algo) que nos plenifica a todos y que nos abre a todos. Sin Dios tiene que resultar muy difícil arrepentirse de nada ni perdonar nada a nadie. Y sin perdón no hay vida, pues siempre hay alguien que nos ofende y a quien ofendemos.

   ¡Ay, por eso, de las religiones cuyo Dios no religa sino que divide y separa!, porque entonces tal Dios ha devenido en ídolo sanguinario. En Dios  nos abrimos todos a todos y, abriéndonos a todos, nos encontramos en Dios.

   Y este gozo, sin excluir el dolor; porque de curar una herida se trata: la de la cerrazón del hombre sobre sí mismo.

   Amad a vuestros enemigos, rezad por los que os persigue. Así seréis hijos de vuestro Padre del cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos y hace llover sobre justos e injustos. Si amáis sólo a los que os aman, ¿qué premio mereceréis?

   Un hombre así curado sí puede construir una sociedad solidaria, fraterna y libre.

ACCION CULTURAL CRISTIANA. Sierra de Oncala 7, Bjo. Dcha. 28018 Madrid (España) Correo electrónico: acc@eurosur.org