CULTURA PARA LA ESPERANZA número 37. Otoño 1999.

Derecho de protesta

   Puede creernos el lector si confesamos que escribir editoriales y artículos para Cultura para la Esperanza es doloroso.

   En primer lugar porque el análisis en profundidad de la realidad social no da para optimismo fáciles. Por eso, porque el superficialismo de nuestra sociedad querría adormilarse en optimismos fáciles, aportamos, en cuanto somos capaces, datos incontestables. El optimismo nuestro -que lo tenemos- es, con palabras de Mounier, un “optimismo trágico”. A pesar, o más bien precisamente por la situación de muerte en que se empeña en vivir nuestro mundo, luchamos a brazo partido por la vida con esperanza de que es posible mejorar personal y estructuralmente nuestro vivir en sociedad. Para lo cual necesitamos bajar a la raíz del mal, sin quedarse, ni en el análisis ni en el remedio, a medio camino.

    Y se quedan a medio camino en el análisis por unilaterales quienes creen que el problema es sólo de comportamientos individuales o sólo de estructuras sociales, cuando es ambas cosas a la vez. La cultura del individualismo egoísta engendra estructuras de lucha y opresión que a se vez retroalimentan el individualismo de los más fuertes quienes, a medida que los demás (también desde la perspectiva individualista) crecen en poder, han de recurrir, en continua espiral, a mayor grado de violencia tanto física como sobre la conciencia.

    Se necesita no sólo serenidad y clarividencia, sino también fe para resistir sobre todo esta agresión a la conciencia. Es tanto, en efecto, el bombardeo desde los medios de comunicación, desde la publicidad, desde los usos y costumbres que la fe en los valores de la solidaridad y de la comunión entre los hombres, meta a que tiende el cumplimiento de todos los derechos humanos, ha de estar bien fundamentada en la mente y en el corazón para que la lucha no agote y agoste al militante y no aparezca éste con tan poco entusiasmo que nadie crea que cuanto predica y vive puede producir felicidad profunda y contagiosa.

   Se quedan también a medio camino los que proponen, como definitivas, soluciones paternalistas, asistencialistas o reformistas.

    Las soluciones paternalistas y asistencialistas son vejatorias de la dignidad de la persona humana. Todo hombre y mujer debe llegar a la adultez, valerse por sí mismo y sentirse responsable de la comunidad social en que vive.

    Y las soluciones reformistas llevan a una lucha estéril y agotadora; pues, al no reformar el sistema como tal, éste, que por definición está dominado por los más fuertes, siempre encuentra la forma de absorber en su provecho las concesiones que se le arrancan. (Estúdiese, por ejemplo, a este respecto, la relación salario - productividad, salario - beneficios empresariales, fiscalidad - sistema financiero, sistema educativo - inserción social, etc.).

    En segundo lugar, produce dolor pensar que muchas personas que, con buena voluntad, se instalan en la ayuda al prójimo desde el asistencialismo, el paternalismo, o alguna de las innumerables ONGs, pueden sentirse desautorizadas, cuando no agredidas, por nuestras críticas.

    A esto respondemos, en primer lugar, que nosotros no negamos que, provisionalmente, hasta tanto se realice la justicia con los pobres, haya que ayudarles con bienes y servicios en abundancia; con una abundancia tal que cubra todas sus necesidades. Es este sentido la comunión de bienes debe superar con mucho a la limosna cicatera. Lo que juzgamos inmoral es instalarse en la beneficencia sin luchar simultáneamente por la justicia. Permítasenos recordar, a este propósito, aunque sea machaconamente, las palabras del Concilio Vaticano II: “Satisfáganse ante todo las exigencias de la justicia, y no se brinde como ofrenda de caridad lo que ya se debe por título de justicia; quítense las causas de los males, no sólo los efectos; ordénese la ayuda de forma que quienes la reciben se vayan liberando poco a poco de la dependencia externa y se vayan bastando por sí mismos”.

     Además, los benefactores, por así llamarlos, pueden perder su presupuesta buena voluntad cuando, por ignorancia culpable, o no conocen la profundidad y extensión de la injusticia o ignoran sus causas más determinantes. Nosotros, en nuestro esfuerzo por difundir cultura y conocimientos, sabemos bien de la renuencia a informarse debidamente de muchas personas que colaboran en asociaciones de beneficencia y voluntariado.

    Hoy, los datos del problema pueden ser conocidos, pero, con frecuencia, no lo son. La ignorancia no es invencible y, por ello, es culpable. ¿Cómo es posible que en el mundo haya tantos conocimientos acumulados sobre cosas sofisticadísimas y no se sepa que al año mueren de hambre más de 40 millones de personas?.

     En nuestro mundo no sólo es que se roba y mata; es que, además, se miente. Al escándalo de robar y matar hay que añadir el encubrimiento de los hechos mediante la mentira y la tergiversación. Como, por ejemplo en la tan alabada globalización de la economía, propuesta como irreversible por sus defensores. Pero nadie nos dice que la globalización se bifurca en dos: por un lado la globalización de la riqueza y, por otro, la de la pobreza. Es cierto que con la moderna tecnología y la absoluta movilidad y libertad financiera las distancias entre la banca de Hong Kong y la de México se acortan y prácticamente desaparecen; pero, ¿resuelve eso el que 1.500 millones de personas vivan con menos de un dólar al día? Es verdad que aumentan las relaciones entre los mexicanos ricos y los de Wall Street; pero aumentan también las relaciones entre los pobres del Bronx y los del Chad. Las causas de la pobreza y la situación de los pobres son las mismas en cualquier parte del mundo precisamente por la globalización de la riqueza, aunque eso nadie quiere ni explicarlo ni difundirlo.

   Hay demasiada mentira para que sobre ella puede construirse un mundo justo. Por eso y cuanto antecede hemos titulado este editorial: derecho de protesta; conscientes de que este derecho, para que no sea ejercido por fariseos (grupo al que nos esforzamos por no pertenecer), lleva anejo el deber de vivir austeramente y encuadrado en algún grupo u organización que luche por la justicia.

   Pero, supuesto este vivir austero y militante, el primer deber es protestar, testificar en contra, descubrir las contradicciones, hipocresías, manipulaciones, etc. en que se apoya el sistema y con las que defiende sus injusticias. No se sienten muy seguros los poderosos cuando tantas mentes tienen que comprar y pervertir para que los defiendan.

   Por ello, mostrar la endeblez y falsedad de sus justificaciones es el primer servicio que se debe prestar a la justicia. Y no vale dejarse convencer por la seudoacusación  de que no proponemos soluciones viables; porque eso es hipocresía en alto grado. Pues primero se obstruyen los caminos de la justicia; se destruye la militancia y a los militantes; se refuerzan institucional y legalmente las bases del sistema (la propiedad y el dinero, por ejemplo), y, luego, cuando se proponen otras alternativas, se dice que son ilegales o inconstitucionales.

    Lo que se pretende, en el fondo, es llevarnos -como decíamos arriba- a una lucha por reformas que no reforman nada importante, pero que agotan a la militancia en el día a día y le impiden emplear su tiempo y esfuerzo en cambios profundos y definitivos. Es el viejo dilema de reivindicación o revolución.

   En definitiva, son los causantes de los males los que tienen que justificar si es que pueden, no las víctimas. Nosotros, con hechos, ponemos de manifiesto que sus soluciones son perversas. Los poderosos se jactan de haber modelado el mundo a su voluntad y medida, carguen, pues, con la destrucción y muerte que han causado.

   La protesta, por tanto, lo primero, y, después, unida a ella, la rebelión, la desobediencia civil, la no violencia activa, etc.

   Ganar las conciencias, llevándolas de la mentira a la verdad, es nuestra gran baza. La conciencia es más fuerte que las armas, y a la que nunca puede silenciarse cuando es lúcida y consecuente.

   Ahora, con el trasfondo del problema del crecimiento de la población mundial del que se ha ocupado la ONU en estos días, permítasenos aducir algunos hechos, tomados directamente de los medios de comunicación, sobre los que, después, haremos algunas consideraciones encaminadas a poner de relieve la mentira e hipocresía del sistema.

   1. La Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) ha admitido el caso de María Mamérica, una campesina de 33 años del Departamento de Cajamarca (Perú), que murió después de ser sometida en 1997 a una esterilización forzada como parte del programa que aplica el Gobierno Peruano desde 1996.
 
   Existen pruebas de cómo los médicos y el personal de salud son obligados a cumplir “cuotas” de mujeres a las que practicar las citadas intervenciones. Si no las cumplían, perdían el trabajo.

    Un testigo declara que se buscó a las personas campesinas y más pobres. Tanto la comunidad de Sogorón como la comunidad de Sobaya, donde se realizaron estas prácticas, son comunidades pobres, con mujeres analfabetas y un componente étnico fuerte. Más allá de estas prácticas percibimos una cierta “persecución” a las mujeres pobres, casi se podría decir que había cierto tono de genocidio al atentar contra las comunidades indígenas. Al margen de si uno está o no de acuerdo con las políticas demográficas, es que se vislumbra toda una práctica racista contra el ser pobre, ser mujer y pertenecer a una comunidad campesina. Los pobres son un estorbo para este modelo económico, están de más.

    2. Las tres personas más ricas del mundo disponen de los mismos recursos que 600 millones de seres humanos, los más pobres.

   3. El 2% de los propietarios brasileños posee el 56% de la tierra, en un país de 8,5 millones de kilómetros cuadrados.

   4. El presupuesto de defensa de EE.UU. para el año 2000 es de 267.000 millones de dólares (41 billones de pesetas).

   5. Los 41 países más pobres del mundo deben 32 billones de pesetas, de los que se propone, en la reunión del Grupo de los 7, del BM y del FMI, condonar 11 billones con múltiples condiciones para los países deudores y de aquí al año 2016.

   6. La quinta parte más rica de la población mundial  -ONU dixit- consume 66 veces más recurso que la quinta parte más pobre.

   7. Con motivo del 50 aniversario de la creación de la república comunista, el régimen chino exhibe en Tiananmen el poder de su armamento y la vigencia de su sistema.

    Ante estos hechos, y dando por supuesta la responsabilidad de los padres al engendrar nuevos hijos, preguntamos nosotros:

    ¿Es lícito plantear el problema del aumento de población sin cuestionar, entre otras cosas, a) el despilfarro de los individuos y naciones ricas, b) el abandono de la carrera armamentística y la supresión gradual de las armas y ejércitos, c) el reparto racional de las riqueza del mundo, d) el sistema de propiedad vigente y los derechos del dinero frente a las personas

    ¿No es obligación de una conciencia rectamente formada protestar y denunciar esta ¿lógica? perversa y cruel del pensamiento al servicio del sistema, que hace recaer la culpa de la injusticia sobre las propias víctimas?

    Esto es lo que defendemos con el derecho de protesta: decir NO, por respeto a las víctimas, a la prepotencia de los poderoso, en éste y en otros infinitos casos y situaciones.

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