CULTURA PARA LA ESPERANZA número 37. Otoño 1999.

La deuda externa del Sur: un desafío a la ética

   1. Deuda externa y economía humana, desde la ética social cristiana

   1.1. La deuda externa es más que economía

   La crisis producida por el endeudamiento de los países del Sur es abordada, con frecuencia, bajo una perspectiva economicista, de una economía liberada de consideraciones morales. Es bien cierto que, desde el plano técnico, el problema de la deuda externa resulta bastante complejo, por los diversos factores que intervienen y por la dificultad para encontrar una solución eficaz, que no produzca ciertos bloqueos en las pautas establecidas de funcionamiento de la economía global, y sobre todo que evite los riesgos de fortalecer estructuras y procesos que generen mayores desigualdades y consecuencias indeseables para unos y otros. 

   Ahora bien, desde una perspectiva ética solidaria, lo decisivo está en que las víctimas de esta situación que se hace "eterna" son los más pobres de la Tierra. Cuando la cuestión se aborda desde el ángulo de una economía verdaderamente humana, es decir, inspirada por fines de orden ético, es necesario clarificar y promover unos valores y unos fines humanizadores. 

   Se trata de hacer una aplicación crítica a la actual estructuración de las relaciones económicas internacionales y, en este marco, al problema de la deuda exterior, de los conocidos principios de justicia y de solidaridad, para el bien común, los cuales en teoría forman parte del acervo ético común, y en concreto de la Doctrina social de la Iglesia (DSI). 

   1.2. Etica social, Jubileo y liberación de las deudas

   En este ámbito podemos contar con una clarificadora aportación de la enseñanza ético social cristiana.  No hace mucho el Papa Juan Pablo II, en su Carta Apostólica Tertio millennío adveniente, propuso a la Iglesia, para el año 1999, un compromiso específico de la preparación del Jubileo cristiano.  Al rememorar a Jesús Pobre y evangelizador de los pobres, lo planteó claramente: "¿cómo no subrayar más decididamente la opción preferencial de la Iglesia por los pobres y los marginados?. Se debe decir ante todo que el compromiso por la justicia y por la paz en un mundo como el nuestro, marcado por tantos conflictos y por intolerables desigualdades sociales y económicas, es un aspecto sobresaliente de la preparación y de la celebración del Jubileo. Así, en el espíritu del Libro del Levítico (25,8-28), los cristianos deberán hacerse voz de todos los pobres del mundo, proponiendo el Jubileo como un tiempo oportuno para pensar entre otras cosas en una notable reducción, si no en una total condonación, de la deuda internacional, que grava sobre el destino de muchas naciones..." .

   Ciertamente la tradición hebrea del “Año Jubilar” implicaba una radical llamada a la regeneración de la fe religiosa, expresada en unas prácticas de transformación de las relaciones y estructuras sociales, guiadas por una rica ética social basada en la justicia, hacia la meta de una nueva convivencia humana. El "año de gracia", el Jubileo, era un medio de corregir lo que hoy llamaríamos "injusticia estructural" en el régimen de propiedad, pues comportaba al mismo tiempo la dimensión social (liberación de los esclavos), la económica (perdón de las deudas y recuperación de la propiedad) y la ecológica (descanso de la tierra), como signos en la vida pública de la auténtica renovación de la Alianza con Dios.  Obviamente, estas referencias bíblicas no proporcionan fórmulas para resolver actualmente la complejidad de las deudas internacionales ni principios y normas concretas para alcanzar una justa resolución, pero ofrecen un paradigma interpretativo de la situación de desigualdad social, proponen unos valores normativos y una perspectiva ético teológica para comprender y plantear las relaciones entre acreedores y deudores y unas claves de actuación con amor solidario. 

   Es importante, pues, asumir y potenciar el espíritu del Jubileo, del "año de gracia" del Señor, que conlleva el anuncio a los pobres de la buena noticia y a los oprimidos de la liberación: según él, quienes están endeudados mantienen su dignidad así como sus derechos humanos fundamentales, los cuales imponen demandas claras a los acreedores: los deudores no pueden ser reducidos a una situación de pobreza extrema para pagar sus deudas. 

   Parece claro que estos temas deben desarrollarse en términos institucionales con el fin de dar solución liberadora y duradera al problema de la deuda externa, porque las relaciones contractuales no ocurren entre individuos sino entre empresas, gobiernos, bancos comerciales e instituciones multilaterales. En este sentido, la Iglesia ha actualizado los conceptos bíblicos fundamentales de caridad, justicia y solidaridad a categorías estructurales de análisis ético social. En base a ellas, se realiza una valoración crítica de la legitimidad moral de los fines, condiciones y medios implicados en las relaciones de dependencia socioeconómica entre los países, así como de la justicia de los procesos y mecanismos a través de los cuales se ha contraído y ha de reembolsarse la deuda. 

   1.3. La moralidad del préstamo con intereses, y la condición de los pobres

   En la sociedad moderna el gran aumento de la producción y de la productividad ha cambiado el estatuto de la economía. Ya no es una economía estática, sino que es dinámica, capaz de crear riquezas nuevas que responden a nuevas necesidades y a nuevos descubrimientos.  En este marco, el dinero, de simple medio de cambio, se ha convertido, al lado del trabajo, los recursos naturales y la técnica, en un factor de producción, generador de riqueza suplementaria. La aplicación de dinero en un proceso de producción se toma como inversión. Y se considera normal que el dinero invertido aporte en la medida del papel que juega en la producción de bienes y servicios. Parece que los prestamistas o/e inversores tienen derecho a recibir más de lo que han prestado, ya que, gracias en parte a su aportación, el prestatario habrá producido más riquezas que las que hubiera podido producir si no hubiese dispuesto de este factor productivo. 

   En relación con nuestra cuestión, es preciso preguntarse: ¿se puede prestar dinero a un pobre?, ¿y con qué tasa de interés?. Más en concreto, ¿es justo y moral prestar a un país pobre aplicándole las tasas de recuperación de la deuda que están vigentes en las sociedades pudientes?. Desde luego, un país empobrecido no está en condiciones de reembolsar sumas importantes de dinero.  Si se ve obligado a ello, no lo podrá lograr más que sometiéndose, de buen o mal grado, a drásticas medidas de ajuste.

   Si se presta dinero a alguien que lo necesita, parece claro que se hace para sacarlo de un apuro. Se entiende que podrá devolver ese dinero cuando ya no lo necesite, es decir, cuando el prestatario, gracias a los beneficios logrados, haya salido de forma estable de la situación de penuria. Entonces incluso podrá aportar intereses si, gracias al dinero prestado, consigue no sólo alcanzar un determinado nivel de subsistencia, sino también producir un aumento de riqueza, en el que el acreedor como tal estará legítimamente asociado. Esta es la moralidad del préstamo y ésta debiera ser la moralidad bancaria: el reembolso del capital y de los justos intereses será exigible una vez que el deudor, en virtud de este préstamo, haya alcanzado un nivel de vida suficiente que le permita pagar sin quedar aplastado ni sometido. Si el deudor es todavía demasiado pobre para reembolsar la cantidad y, con más razón, para pagar los intereses, la relación humana, ética y económica, que debe prevalecer con respeto a él no es la del préstamo financiero, sino la de la donación y el reparto equitativo. Se trata, en todo caso, de una lógica distinta de la lógica financiera, pura y dura, del lucro y de la usura. 

   En suma, cuando se presta a alguien más pobre una suma importante que le ayude a salir de esa situación, no se puede pretender, de forma inmediata, con la soga al cuello, exigirle la devolución del préstamo o pedirle, en forma de intereses usureros, una buena parte de los presuntos beneficios que aún no ha tenido tiempo para conseguir. Sin embargo, esto es lo que está sucediendo en la esfera internacional. 

   Desde hace más de veinte años, como sabemos, las deudas de los países del Sur siguen aumentando y, para mayor sarcasmo, a pesar de que vienen haciendo una cuantiosa transferencia de capitales hacia el Norte. Además de las pérdidas que sufren en el desigual intercambio comercial, y por las medidas proteccionistas del mercado de los países del Norte, también se puede constatar que el capitalismo de los países del Norte aún se enriquece más con sus inversiones en el empobrecido Sur.  Estos países siguen oficialmente endeudados y están pagando de diversas maneras bastante más de lo que han recibido, tanto por la repatriación de beneficios que efectúan las multinacionales como por el pago de intereses, comprendidos los intereses acumulados de los "préstamos-puente" destinados a afrontar los intereses del capital primitivo recibido como préstamo 

   1.4. Los verdaderos deudores de los "países pobres"

En el ejercicio de análisis ético que realizamos, hay que preguntar ahora por la responsabilidad de los actores en estas operaciones de endeudamiento, los prestamistas por un lado y los prestatarios por otro. Las entidades financieras internacionales no son entes abstractos o monstruos todopoderosos que surgen por generación espontánea.  Es fácil comprender que los financieros del FMI y del BM no actúan sólo a título particular, sino en nombre de los países más ricos y de sus instituciones bancarias: Club de París y de Londres, y el G-7. Tales organismos actúan por mandato recibido de los bancos asociados, respaldados por los gobiernos de los países miembros. 

   No hay, por tanto, una gran distancia entre los usos bancarios y las costumbres políticas de los países occidentales que se proclaman democráticos.

   En este campo, por consiguiente, saltan a la vista las responsabilidades de los financieros, los Gobiernos, las grandes empresas transnacionales, incluidos también los de la Unión Europea.  En efecto, los países del Norte y sus instituciones políticas y bancarias privadas y públicas no están libres de responsabilidades en el endeudamiento de los Estados del Sur, en su proceso y en sus consecuencias y perspectivas.  En los tiempos optimistas de "vacas gordas" y en pleno rebalse de "petrodólares", muchos agentes prestamistas recorrían el mundo para ofrecer abundantes créditos en condiciones muy halagüeñas, que después fueron revisadas al alza con efectos multiplicadores.

   Por otro lado, ¿qué ha pasado a los países deudores y en su espacio interior?, ¿quiénes son los responsables del endeudamiento?, ¿sobre quiénes deben recaer las exigencias?, ¿con qué condiciones se ha de plantear un nuevo tratamiento de la deuda?. En primer lugar, advirtamos que la expresión "países pobres deudores", tomada en su generalidad indiferenciada, resulta engañosa y puede ser una trampa.  En efecto, una característica de muchos países empobrecidos del Sur es la enorme desigualdad de rentas que existe entre una minoría privilegiada, que vive ostentosamente igual o mejor que los sectores ricos de los países avanzados (la "cabeza de puente" del.  Norte en el Sur), y una gran mayoría de pobres, muchos de los cuales, hundidos en verdadera miseria, malviven y con dificultad pueden acceder a los bienes de primera necesidad (el hondo y ancho “Sur del Sur”).  Entre estos dos polos, una clase media, de variable importancia y nivel económico, se inclina hacia uno u otro polo o se encuentra a mitad de camino. 

  Estos "pobres del Sur" sobreviven en condiciones infrahumanas, a pesar de la inmensidad de recursos y medios de que disponemos a escala planetaria. La pregunta ética y social es clara: ¿acaso estos empobrecidos son los verdaderamente deudores frente al Norte enriquecido y superdesarrollado?, ¿acaso han sido tenidos en cuenta por sus oligarquías dominantes y sus clases dirigentes, en las decisiones relativas a la petición y gestión de los créditos?. Todo lo contrario: los sectores populares se han ido viendo más bien despojados y marginados, víctimas de unas políticas económicas restrictivas del gasto social y de la consolidación de viejas estructuras de desigualdad, corrupción y opresión social. 

   2. Consideraciones éticas sobre la deuda exterior y su correcta resolución 

   2.1. Liberación del peso de la deuda de forma proporcionada

   En primer lugar, y por coherencia con los principios de justicia y solidaridad que propugna la ética social, se debe sostener que el coaccionar a los pobres al pago de la deuda por medio de medidas que les lleven a agotar sus recursos normales de existencia, ya bastante precarizados e insuficientes, para disponer de unas condiciones mínimamente dignas de vida, es una acción inmoral, inaceptable y mortífera sobre los más oprimidos y desvalidos. Debe ser suspendida inmediatamente. 

   Por otra parte, el hecho de que, como ocurrió en bastantes regímenes de escasa credibilidad democrática, las clases dirigentes políticas, militares y económicas, para contraer esa deuda, se hayan arrogado indebidamente la representatividad de la población de sus países, no puede ser considerado "neutralmente" como un problema de mero orden interno de esas naciones.  Cuando está en cuestión el derecho fundamental a la vida y al desarrollo de millones de seres humanos, sobremanera de mujeres y niños, los agentes financieros, económicos y políticos no pueden inhibirse y tienen el deber de velar por la moralidad y eficiencia de sus inversiones, para asegurar que su destino prioritario sea realmente la mejora de las condiciones de vida de las poblaciones cuyos sectores más desposeídos deben ser los primeros beneficiarios.  Esto es de elemental racionalidad moral y sociopolítica.  Este deber moral de los prestamistas, privados y públicos, es también y con mayor motivo la primera obligación de los que han solicitado y gestionan los créditos. 

   En cuanto al tratamiento de la deuda y su "renegociación", en primer lugar es necesario afirmar rotundamente que toda práctica de la usura, tanto en el sentido de exigir el reembolso de los créditos sin preocuparse por saber si han generado suficientes beneficios económicos y medios para el desarrollo; cuanto la amortización de los préstamos cuyas cláusulas, plazos y tasas de interés acaben asfixiando al prestatario, debe quedar descalificada y ser impedida.  

   Con vistas a la reducción significativa o cancelación total de la deuda externa, parece normal y conveniente que, además de la parte de deuda proveniente de la usura (no exigible en modo alguno), otra parte de la deuda sea computada por inversión en desarrollo, para compensar la "deuda social" con los sectores populares. Básicamente consiste en liberar ("condonar", en ciertos casos) a los países deudores de una porción notable de la deuda con el compromiso de invertir en proyectos y obras realmente productivos, que tengan una finalidad directa de promoción social solidaria.  

   Resta todavía parte de la deuda externa. Pues bien, debería ser reembolsada por los verdaderos responsables de los préstamos y por aquellos sectores socioeconómicos que se han beneficiado de los créditos de inversión.  Es de todos conocido que los dictadores y dirigentes políticos de bastantes países del hemisferio Sur y las oligarquías (no pocos terratenientes, militares, banqueros, empresarios, etc.) que les rodean, depositan fuera de sus fronteras, en bancos extranjeros o incluso en los mismos bancos emisores, capitales considerables (los llamados "créditos de ida y vuelta"). Estos capitales representan una parte sustancial de la deuda externa. 

   Es importante que nos preguntemos si los pobres actuarían de manera inmoral si rechazasen aceptar el pago de la deuda. Y hemos de responder, desde la más genuina enseñanza moral cristiana , que más bien tienen el deber moral de no pagar, pues cada uno debe defender ante todo su derecho fundamental a la supervivencia. En este sentido, toda medida represiva directa o indirecta que pretenda obligarles a  sacrificarse para el pago de una deuda que no ha sido nunca asunto suyo y no les ha aportado beneficio alguno, debería ser considerada como un grave atentado a los derechos del hombre, y máxime del pobre. 

   2.2. Hacia un nuevo orden económico mundial

   Tenemos presente que la cuestión de la deuda externa y sus cauces de resolución es compleja. Se trata de un fenómeno que tiene su proceso y sus expectativas, sus crisis, riesgos y alto costo social, y una situación de difícil salida correcta y satisfactoria, con la debida equidad y solidaridad 

   La creciente y desigual interdependencia Norte-Sur está haciendo apremiante la vigencia efectiva de principios éticos y de instituciones que intervengan y controlen este viejo "nuevo orden" capitalista neoliberal globalizado que de hecho está derivando en un darwinismo social mundializado. Estos principios tienen que remitir, en última instancia, a la más radical y genuina solidaridad en la corresponsabilidad y con equidad.  Las instituciones de una estructura política y económica internacional deberían, por su parte, configurarse como instancias dotadas de un poder real coactivo, capaz de garantizar una paz basada en la justicia y en el desarrollo humano. La creciente interdependencia al modo neoliberal está conformando un modelo socioeconómico globalizado del que sólo cabe esperar "más de lo mismo", mayor crecimiento del abismo de la desigualdad Norte-Sur, mayor desequilibrio mundial y gravísimos conflictos.

   En efecto, la economía mundial, por razón de supervivencia de la humanidad, debe afrontar el desafío ético de gestionarse en función de la equidad y la justicia con solidaridad.  Y en este ámbito la participación activa, el protagonismo y la promoción liberadora de los pobres deben ser la prueba central de la moralidad del sistema.  Es claro, en este sentido, como se dijo, que el problema de la deuda está íntimamente relacionado con todos los demás problemas económicos y políticos internacionales, de cuya solución depende el bien común mundial.  "El reto, por tanto, es no sólo corregir el desequilibrio actual sino abordar la necesidad de un cambio fundamental en el propio sistema económico mundial". 

   Los analistas explican que ni siquiera la cancelación total de la deuda resolvería el problema en su hondura, porque dejaría intactas las causas sistemáticas subyacentes a la crisis actual, tanto estructurales como de actitudes y comportamientos. Cabe pensar entonces que semejante reto no sólo es una meta imposible, sino una oportunidad por la que vale la pena apostar.  

   Una cosa parece clara: el proceso hacia un verdadero Nuevo Orden Internacional va a requerir también la implicación y la acción coordinada de los países económicamente enriquecidos y poderosos.  Pero "habrá que forzarla para que pueda ser". De ahí la importancia de ir creando sin demora y de forma permanente una opinión cívica universalizada, que presione moralmente y con eficacia a los gobiernos de nuestros pueblos y a las élites dirigentes de la vida pública en el Norte y en el Sur.  Estamos ante un enorme desafío político y ético-cultural: el de ir creando día a día una mentalidad, un estado de conciencia, una cultura de solidaridad liberadora y de democratización auténtica.  

   Cuando se plantea el necesario cambio estructural e institucional del tan desigual y excluyente "orden establecido" a escala planetario, será la solidaridad con la justicia debida la única actitud y empeño ético y político capaz de guiarlas y transformarlas hacia un auténtico "nuevo orden", por el cual la mayoría de "pobres de la tierra" viene clamando de hecho con su dolor y opresión.  Una solidaridad, como estilo de vida y estrategia de acción político-social, que debe traducirse cada día en una tarea compartida por todos. Ella llevará a plantearse cuáles son las tareas más urgentes y las verdaderamente importantes. En este marco, la llamada opción por los pobres no se agotará en "caridad de urgencia", reducida a medidas de emergencia y a corto plazo, sino que impulsará un esfuerzo continuado y de largo alcance a favor de una transformación de la vida pública, local y universal, hacia una nueva convivencia internacional, basada en la defensa y promoción solidaria de todos los derechos del hombre para todos.

   2.3. Para una praxis transformadora: solidaridad efectiva que reclama medidas técnicas

La solidaridad estructural, económica y política, tiene significados y contenidos cada vez más precisos, significados materiales (cf. PP 45-50, 58; SRS 43-45), cuya realización es compleja y costosa en términos de ingresos y de gastos, de consumos y de renta disponible, de instituciones y de leyes, de valores y de principios, etc.

   La solidaridad global reclama un cambio en las estructuras de una sociedad, en este caso de la Comunidad Mundial, de naturaleza crecientemente asimétrica. El actuar y el ser desde la solidaridad, en su significado socioeconómico y estructural, plantea claramente la cuestión de los espacios de intervención política para que se realice como justicia radical y debida, real y concreta. 

   Es preciso definir los ámbitos y las medidas técnicas, de naturaleza estructural, que cabe plantearnos:

   1. La erradicación inmediata de las pobrezas, sobre todo en sus formas de hambre, desnutrición, cuidados elementales de salud, analfabetismo y desempleo, es el primer objetivo que la Comunidad Mundial comparte (cf. Cumbre Mundial del Desarrollo Social, Copenhague 1995: segundo compromiso). Además de medios financieros (unos 40.000 millones de dólares al año), una condición material de ética pública aparece como imprescindible: la sensibilidad política de la sociedad puede y debe volcarse de forma organizada en la presión política persistente para la solución estructural que reclama este crimen social de la pobreza extrema. 

   2. Su mediación política, el gran pacto internacional de responsabilidades compartidas, "una concertación mundial para el desarrollo" (CA 52), en analogía a los pactos sociales, interiores a cada Estado, como condición que reclaman la mayoría de los que se plantean un desarrollo humanizador, sostenible y planetario. La reorientación democrática de los presupuestos nacionales de los países del Sur (pacto 20/20), la Ayuda Oficial al Desarrollo (AOD) hasta alcanzar en un plazo corto y como mínimo el 1 % del PIB, una mejor distribución de la misma en torno a verdaderos objetivos sociales y la renegociación-cancelación de la deuda externa son posibilidades y exigencias reales para este acuerdo mundial.

   Enumeramos algunas propuestas, en forma de contenidos de una acción internacional pactada:

   - Democratización real de las interacciones transnacionales y sistema abierto y equitativo de las relaciones de comercio y finanzas.
   - Articulación y control de unas instituciones internacionales democráticas, germen de un gobierno real del mundo en "asuntos de naturaleza planetaria": trabajo, ecología, paz, población, etc.
   - Reformas políticas democráticas efectivas y medidas de política económica interna en los países "MA", frente al plan de ajuste neoliberal y sus costos, para un crecimiento aceptable.
   - Desarrollo autóctono, adaptado al lugar y con atención preferente a las necesidades primarias. Inversiones intensivas en capital humano, conocimientos y tecnologías apropiadas, capaces de generar empleo y facilitar el desarrollo autóctono.
   - Promoción del estatuto social liberado y autónomo de las mujeres, como condición de posibilidad, imprescindible, para la planificación familiar y la regulación demográfica en libertad responsable. Defensa de la vida humana y de la responsabilidad de los esposos en la transmisión de la vida. Subsidiaridad, en el campo de la política demográfica y en el de los organismos internacionales.
   - Compensación de costes al Sur, por el esfuerzo ecológico exigido, que no podrían sobrellevar ni aceptar sin reparación equitativa.
   - Nuevo planteamiento de las políticas de Inmigración en los países enriquecidos del Norte. 

   Condición imprescindible es la voluntad política democrática , combinada con el conocimiento técnico, el realismo político y el compromiso moral.  A su vez, y como condición de posibilidad, ha de ser expresión de la sensibilidad cultural y política de la sociedad civil democratizada, que supere el localismo insolidario de los intereses desarrollistas del Norte (y en el Sur) y que, con un "nosotros" universalista, debe volcarse en un creciente protagonismo y presión moral política y económica liberadora, por ganar una convivencia más inteligente, austera, solidaria y suficiente para todos, y forzar la solución estructural que requiere la problemática de la pobreza y la miseria, y la configuración de un plan de desarrollo global. La solidaridad es, pues, en el fondo, una cuestión de decisión política y voluntad ética. 

Luís Díaz Higarza

ACCION CULTURAL CRISTIANA. Sierra de Oncala 7, Bjo. Dcha. 28018 Madrid (España) Correo electrónico: acc@eurosur.org