CULTURA PARA LA ESPERANZA número 38. Invierno 2000.

¿Quién es Andrés Sibomana?

   ¿Cuántas personas “significativas”, -en el sentido del aporte que han dado a la humanización de nuestro mundo-, conocemos con su nombre y apellido de los países del Sur?

   Enterrar la memoria histórica de los pueblos es una de las armas que tiene el sistema de dominación. Todos colaboramos con esta ignorancia culpable que algunos teólogos expresan ya como pecado de nuestra sociedad. No interesa o tal vez es peligroso recordar personas, mártires, acontecimientos, informes... que provocan nuestra vida acomodada.

   Es bueno conocer a Andrés Sibomana, él fue una luz, una esperanza, un profeta en su país. Nació en Ruanda en 1954 en una familia campesina pobre. Fue ordenado sacerdote en 1980 y después de 6 años de trabajo pastoral en su región natal fue a Francia, al Instituto Católico de Lyon para estudiar periodismo. De vuelta a su país en 1988 fue el redactor jefe del periódico de la Conferencia Episcopal de Ruanda, el Kinyamateka, el periódico más antiguo del país y que hasta hoy sigue haciendo posible conocer “la otra verdad”.

   Ante la dramática situación que se vivía, en 1991 creó una asociación de defensa de los Derechos Humanos, y hasta su muerte mantuvo un combate sin descanso por la verdad, la justicia y la reconciliación. El objetivo de esta asociación era sacar a la luz las grandes violaciones que se cometían y que no encontraban ningún cauce ni amparo para defenderse y, al mismo tiempo, hacer un trabajo de sensibilización en el pueblo que ayudase al cambio de mentalidad y en las relaciones entre las dos etnias.

   Andrés Sibomana se enfrentó al gobierno, a los extremismos étnicos, a la jerarquía de la Iglesia católica ligada al régimen. Antes del genocidio de 1994 quiso alertar a la opinión pública internacional sobre la masacre que se avecinaba pero fue en vano. Siempre defendió a los más débiles ya fueran de una u otra etnia. Fue perseguido, difícilmente podía dormir dos noches en un mismo lugar. Escapó varias veces de atentados contra su vida y fue objeto de varias campañas de difamación. Él mismo escribe: “Se que estoy en peligro, pero no tengo derecho a marcharme. Habría podido exiliarme diez, veinte veces...Mi lugar está en medio de los míos. Nunca he cuestionado mi fe, nunca he dudado. Pero he descubierto en medio de la sangre y las lágrimas que el camino de la verdad no es necesariamente un camino feliz. No es Dios quien me plantea problemas, sino el hombre... Busco cómo encontrar al buen camino, cómo conseguirlo y cómo arrastrar hacia él a otros hombres”.

   Aún viendo la trágica situación de su país, decía con fuerza: “No tenemos derecho a renunciar a la esperanza. Hemos de asumir esta realidad y preparar un futuro que será lo que nosotros queramos. Tenemos el reto de volver a aprender a vivir juntos”. En 1995 la revista Mundo Negro le concedió el premio de la Fraternidad por su trabajo a favor de la verdad y la reconciliación.

   Murió, con 44 años, el 9 de marzo de 1998 de una grave enfermedad que pensó poder curarla en Europa. Las autoridades le negaron el pasaporte durante varios meses y, cuando se lo quisieron dar, como su situación era crítica lo rechazó en un gesto último de defensa de los Derechos Humanos.
 Esta es su declaración testamento: “Arrojarme encima un pasaporte cuando ya me encuentro con la enfermedad en su fase terminal es como “encubrir” otras injusticias que se mantienen en silencio. Rechazo este pasaporte, así como la complicidad en la violación de los derechos humanos de mis conciudadanos. Este rechazo pretende ser una valiente reivindicación de la necesidad de que afloren todas las situaciones de injusticia. Mi enfermedad me es familiar desde que me golpeó por primera vez en 1976. Los cuidados médicos disponibles en Ruanda no han sido suficientes y su virulencia actual es devastadora. Si pasa, tanto mejor. Si, en cambio, acaba conmigo, será una deuda que deberán saldar quienes me han negado mis derechos fundamentales”.

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