CULTURA PARA LA ESPERANZA número 39. Primavera 2000.

BIEN COMÚN UNIVERSAL II. Sujetos y protagonistas

    "Miremos a los pobres no como un problema, sino como lo que pueden llegar a ser: sujetos y protagonistas de un futuro nuevo y más humano para todo el mundo".

    Con estas palabras del Mensaje del Día de la Paz del 1 de enero del 2000 de Juan Pablo II terminábamos el editorial del número anterior y, comentándolas más ampliamente, iniciamos éste.

    Se parte, en primer lugar, de la constatación de la existencia del problema, que afecta al conjunto de la humanidad; problema que podemos formular: la conciencia, cada vez más amplia y universal, de la existencia a escala mundial de una injusta desigualdad que pesa hasta la muerte (de muchos y de muy diversas maneras) sobre los pobres, previamente originados, en perfecto círculo vicioso, por esa misma injusta desigualdad. Desigualdad injusta, alimentada en lo cultural por el individualismo y la competitividad sin límite en todos los órdenes; en lo económico, por el predominio de los complejos empresariales y financieros transnacionales fundamentados en la sacralidad del dinero y la propiedad privada y, en lo político, por la práctica imperialista (o tendencia a la misma) de las naciones poderosas con vocación de domino universal. Estados Unidos, por ejemplo, por boca de su Secretario del Tesoro, Lawrence Summers, en el Foro de Davos de enero del 2000, cree que el rechazo a la globalización es la principal amenaza a su seguridad económica.

    Como siempre queremos partir de hechos incontrovertibles, vayan algunos de los efectos de esta injusta desigualdad, tomados de la más reciente actualidad tal como nos los ofrecen los medios de comunicación:

    - La servidumbre de la deuda externa del Tercer Mundo, 2,5 billones de dólares, es un lastre asfixiante y absorbe el 25% de sus ingresos por exportaciones. El Estado español es acreedor de 1,7 billones de pesetas por tal concepto.

    Mientras tanto, la ayuda oficial al desarrollo de los países ricos ha caído, de la década de los 80 a la de los 90, del 0,34% del PIB al 0,22%.

    Los países africanos destinan al pago del servicio de la deuda el triple de lo que invierten en educación y salud en conjunto.

    - En 40 años la importancia de África en el comercio mundial ha descendido del 6% a menos del 2%. Y recibe menos del 1,5% de la inversión total.

    - Según la UNCTAD (Conferencia de las Naciones Unidas para el Comercio y el Desarrollo) los 48 PMA (países menos adelantados) perderán entre 163 y 265 millones de dólares en ingresos por exportaciones gracias a la aplicación de los acuerdos aún vigentes de la Ronda Uruguay, al tiempo que se ven obligados a pagar entre 145 y 292 millones de dólares más por sus importaciones de alimentos.

    Sólo el 10% de la investigación médica se dedica a los males que causan el 90% de las muertes.

    - El ejército de Sudán y sus milicias aliadas están despejando las zonas ricas en petróleo mediante ataques militares a civiles, matanzas colectivas, violaciones y torturas a hombres, mujeres y niños. Así lo denuncia Amnistía Internacional en un informe titulado "El precio humano del petróleo". AI acusa a las empresas petroleras que allí operan, entre ellas Elf, Aquitaine, Total Fina y Agip, de mantener los ojos cerrados mientras las fuerzas de seguridad hacen el trabajo sucio.

    - En 1926 se creó en el sur del Estado de Bahía, en Brasil, una reserva de 54.100 ha de selva virgen para la etnia de los indios pataxós, una de las 167 que aún sobreviven en el país. Pero ahora resulta que el 96,11% aparece vendida a colonos particulares, entre ellos dos altos funcionarios del estado.

    Es evidente, ante la tozudez de estos hechos y otros muchos semejantes y aún más graves, que hasta entre nosotros, los ciudadanos ricos, va calando la conciencia, es decir, la percepción de este problema de la injusta desigualdad, y a muchos los incita a la acción. Por ello, proliferan multitud de asociaciones preocupadas por ayudar a los pobres, en especial a los del Tercer Mundo.

    Sin embargo, creemos que tal percepción está distorsionada, falseada por mal enfocada, y, por consiguiente, las acciones derivadas de ese mal mirar y mal ver el problema resultan inútiles, descorazonadoras y, casi siempre, contraproducentes.

    Y es que el egocentrismo de nuestra civilización –que nos empeñamos en universalizar elevándola a criterio único de verdad y bondad- nos ha hecho creer que el problema son los pobres, cuando, en realidad, es todo lo contrario: el problema somos los ricos.

    En un mundo sobreabundante –así lo creen y afirman la ONU, la UNCTAD, la FAO, el Papa, etc.- la lucha no es tanto contra la pobreza cuanto contra la agresiva civilización de la opulencia.

    A este nivel de conciencia hay que llegar, aunque nos duela. Somos nosotros los que acaparamos, los que explotamos, los que excluimos, los que matamos (aparte de con las armas) con los criterios de lucha que introducimos en todos los órdenes de la vida, con las estructuras económicas y políticas con las que dominamos a los demás y con las leyes y ejércitos con que las defendemos. En definitiva, somos nosotros los que creamos la pobreza y los pobres.

    Esta situación de conciencia deformada hace esquizofrénica la actuación, aun bien intencionada, de la mayor parte de las personas y asociaciones que se proponen ayudar al Tercer Mundo; porque, en nuestro subconsciente colectivo, sabemos que con nuestras ayudas no hacemos otra cosa que devolverles unas migajas del pan que previamente les hemos arrebatado.

    ¡Cuantos accionistas de Telefónica, de Endesa, del BSCH, cuantos inversores de los múltiples fondos de pensión existentes –empresas y fondos que, por poner un ejemplo, han entrado a saco en las empresas y finanzas de América Latina- acallan su mala conciencia con su cuota a Manos Unidas o Intermón! ¿Cúando van a despertar los del 0,7 o los de la Deuda Externa cuando, después de años de diálogo ¿civilizado? Con las autoridades de los países acreedores, la deuda externa crece y la contribución al desarrollo disminuye?.

    Y es que no queremos comprender que nuestra civilización no admite parches que, como en la parábola del remiendo nuevo en vestido viejo, cada vez desgarran más el tejido social. Dice el profesor Luis de Sebastián en su "Alegato contra la desigualdad económica": "Una desigualdad sustancial y manifiesta en el reparto de los beneficios que el sistema democrático ofrece a los ciudadanos destruye los motivos que los menos favorecidos puedan tener para aceptar el pacto social de convivencia y someterse a las reglas de juego de la democracia... La desigualdad extrema es una burla a la noción de un pacto social por medio del cual los ciudadanos se obligan a obedecer unas leyes y a seguir a unos gobernantes, para obtener unos beneficios que por sí solos no podrían obtener".

    Ahora bien, como la desigualdad sustancial, manifiesta y extrema es una verdad incuestionable en relación con los países pobres y aún en los países ricos donde, por ejemplo, "en Estado Unidos -Amy Dean, dirigente de AFL-CIO- más de 14 millones de norteamericanos vagan sin trabajo y sin hogar por las calles y más de 2 millones están hacinados en las cárceles por delitos sociales"; está claro que las leyes y el ordenamiento social que tal situación sustentan están deslegitimadas, aun vestidas del ropaje democrático, y, por tanto, el camino para hacer un mundo justo no pasa por la colaboración sino por la rebeldía y la desobediencia.

    Ser rebelde y atenerse a las consecuencias. Ser rebelde como la única opción responsable, y atenerse a las consecuencias, venciendo el miedo a los bien instalados, que sin duda reaccionarán atacando.

    Pero, como sociológicamente es poco probable que en esta sociedad de ricos aparezcan muchos que enfoquen su acción a la desarticulación de la cultura de dominio que ella misma ha creado e impuesto al mundo, parece evidente que la rebeldía ha de brotar mayoritariamente entre los pobres; quienes, desde la protesta de su dolor y sufrimiento, nos devolverán la auténtica conciencia de nuestro mal obrar y de la radical injusticia en que nos hemos instalado, y, con su acción –por necesidad, solidaria y transformadora- podrán crear otros vínculos sociales que nos acerquen más a la fraternidad entre los hombres.

    Por experiencia histórica y por sentido común, en el editorial anterior descartábamos como agentes del bien común a los dirigente políticos al uso; entre los que debemos incluir a la mayor parte de los de los países del Tercer Mundo, generalmente partícipes de la cultura dominante y, con harta frecuencia, en connivencia con los dirigentes del mundo rico.

    Por el mismo motivo descartamos como agentes del bien común universal a la mayoría de los movimientos de ayuda a los pueblos del Sur surgidos en nuestro mundo rico que, si bien cuestionan las consecuencias del sistema, no llevan tal cuestionamiento hasta las bases o fundamento del mismo. Pues, aunque, al poner ante nuestro ojos los constantes efectos perversos del sistema, contribuyen, sin duda, a la toma de conciencia del mal, su acción, por parcial e incompleta, puede llevar –como arriba dijimos- a transitar por caminos agotadores y a la larga estériles, dada la abundancia de medios de que el sistema está dotado para destruir su acción benéfica con muy poco esfuerzo.

    Así mismo grandes masas de los pueblos de los mismos países pobres encontrarán dificultades para ser agentes de la transformación de mentalidades y estructuras, al haber –en conformidad con las tendencias egoístas con que están también amasados- asumido la cultura del enemigo, es decir, la del consumo y enriquecimiento; si bien, su situación de precariedad y su misma lucha por su identidad y supervivencia acerca necesariamente a muchos pueblos a buscar éstas –la identidad y la supervivencia- en formas de vida solidaria.

    No queremos con esto quitarle valor a las protestas y luchas –véase el paradigmático Seattle- promovidas por personas y organizaciones desde el protagonismo y la perspectiva de los pobres. Pensamos, por el contrario, que es necesario cuidarlas y fomentarlas frente a un sistema que, creyéndose victorioso tras la caída del así llamado socialismo real, ha exacerbado sus contradicciones.

    Nos reafirmamos en que es la rebeldía de los pobres y de los que se colocan en su perspectiva la que puede inaugurar una nueva civilización solidaria, equitativa y fraterna; pero somos, así mismo, conscientes de las dos posibles desviaciones en que puede encallar: la pura reivindicación y la violencia. Las dos frustran la creación de una auténtica nueva civilización.

    ¿Cómo, entonces, "los pobres pueden llegar a ser sujetos y protagonistas de un futuro nuevo y más humano para todo el mundo"?.

    En la medida en que lleguen a ser "pobres en el espíritu". Estamos pensando en Mahatma Gandhi, en Luther King, en Oscar Romero, tres modelos de pobres en el espíritu. Se colocan en la perspectiva de los últimos, asumen sus anhelos, necesidades y aspiraciones; viven en la pobreza y austeridad, porque, para ellos, vale más la persona que los máximos tesoros de la tierra; se enfrentan a los poderosos únicamente con la fuerza de la verdad, que los impulsa, contra toda lógica egoísta, a desobedecerlos y denunciarlos; invencibles por la intimidación y el soborno, dispuestos a no derramar otra sangre que la suya; introyectan en el pueblo la convicción de que en la lucha por la justicia el primero que se salva es el agresor, a quien hay que rendir con la verdad hecha amor comprensivo, y que, por tanto, su lucha –la del pueblo- está liberando y salvando al mundo.

    Es lógico que esta civilización nuestra de la competitividad y el hidrópico afán de posesión haya seguido a los maestros de la confrontación, llámense Adam Smith o Carlos Marx; pero hay que reconocer que esa civilización ya está agotada históricamente, sólo quedan sus amargas consecuencias, pero no es ya creativa. Si queremos la civilización de la fraternidad hay que seguir a otros maestros y andar otros caminos. No vale más de lo mismo.

    En definitiva, estamos propugnando la civilización del amor, que siempre es extática –de éxtasis, no de inmovilidad- es decir, donde la búsqueda del otro y su unión con él en la verdad redunda en mutua perfección. Salida, pues, de sí mismo; no ensimismamiento sino apertura en donación a los demás. Aún vaciándose de sí mismo, porque siempre por secretos veneros uno se llena hasta rebosar en la medida en que se entrega; otorgar la vida gozosamente para crearla y recrearla en el prójimo. Desvivirse en mutua estima y servicio.

    Pero dar la vida día a día o en un momento, y ello con alegría y gozo, exige, para que no sea locura irracional, descubrir la raíz de perennidad, de perpetua permanencia de toda vida en la Vida. Descubrir y adorar el Misterio de Unidad Acogedora que lo abarca todo, aún lo que parece aparentemente destruido.

    Es imprescindible, en una palabra, la religiosidad, el sentido de ligazón, de cordón umbilical que nos une a todos con todo y con el Origen y el Destino. No se trata tanto de una confesión religiosa cuanto de la vivencia del Misterio conscientemente acogido.

    Nosotros no sabemos cómo un no-creyente puede llegar a vivir su ser tal que, cual resorte, lo lance a luchar limpiamente por los demás. Lo que afirmamos es que la lucha para que haya vida humana sobre la tierra es necesaria, debe ser limpia y no debe aparecer absurda.

    Y también debe ser limpia la lucha del creyente; para lo cual debe huir de luchar desde estructuras de poder. Una de las más perjudiciales contradicciones de la Iglesia hoy es que, mientras limpiamente se esfuerzan en la lucha muchos cristianos de a pié en comunión con los pobres, otros –y peor si son jerarcas-, dialogan de poder a poder con los poderes del sistema como si fuera posible llegar a una entente.

    En este número de la revista se habla abundantemente de América Latina. Tal vez nos podamos hacer entender mejor terminando este editorial con algunas noticias reciente procedentes de la Iglesia del Brasil:

    - La Iglesia de Brasil lanza un duro ataque contra la "desigualdad extrema" y la corrupción de los políticos. En su declaración se hace un análisis sin concesiones de la historia de Brasil y de la Iglesia desde los tiempos de la colonización.

    - Los "sin tierra" ocupan edificios públicos en 18 estados brasileños.

    - Los indios de Brasil boicotean los actos del 5º Centenario.

    - La Iglesia de Brasil pide perdón por las injusticias sufridas por indios y negros y apoya el movimiento de los "sin-tierra".

    Esta simbiosis de religiosidad y de lucha no-violenta de los pobres es lo que propugnamos.

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