CULTURA PARA LA ESPERANZA número 39. Primavera 2000.

LA SEXUALIDAD HUMANA:  UNA INTRODUCCIÓN

1.- SOCIEDAD, CULTURA Y ANTROPOLOGÍA DE LA SEXUALIDAD EN EL MOMENTO ACTUAL

    Un filósofo español, gran humanista, y con honda preocupación por la calidad ética del ser humano, J. A. Marina, escribía en un artículo sobre la sexualidad:

    "Si alguna vez llego a saber bastante me gustaría escribir un libro sobre la sexualidad inteligente. Es algo más que saber ponerse el preservativo a tiempo. Como todo lo que tiene que ver con la inteligencia humana empezaría en la fisiología y terminaría en la ética. Me pasma que un fenómeno tan complejo, creador e innovador como es la sexualidad humana se estudie tan fragmentaria y torpemente. A la inteligencia humana se deben dos grandes novedades: que la unión sexual no esté limitada a los momentos de fertilidad de la hembra y que la sexualidad pueda unirse a la afectividad; me parecen dos grandes invenciones. El sexo está de moda: las revistas masculinas, femeninas y neutras ocupan sus portadas con la cultura del orgasmo. En los últimos días he oído a un poeta, a un futbolista y a un bailarín declarar que sus actividades creadoras les producían algo así como un orgasmo; siento que escribir un artículo no sea tan divertido. Lo que hacen estos pensadores es tomar el orgasmo como patrón ideal de la experiencia breve. La gran cultura consistiría, pues, en permitir la frecuente repetición de la intermitencia. Los éticos modernos huyen de estos temas como de la peste. Prefieren hablar de nuestros deberes acerca de la grulla africana o de teorías abstractas sobre la justicia. A los que estamos metidos en el barullo, y sobre todo en el barullo educativo, estos asuntos nos parecen muy interesantes. Hace falta una educación sexual que no sea de veterinario. Por razones muy complejas la moral sexual ha estado centrada sobre el acto sexual y sus consecuencias; cuando sepa lo suficiente creo que intentaré recuperar la enseñanza de los sabios griegos. Tal vez lo importante sea saber qué lugar ocupa la sexualidad en nuestras vidas de sujetos inteligentes"

    El mismo autor comentando un anuncio donde aparecían una serie de mujeres jóvenes con medio cuerpo desnudo y tapándose pudorosamente los pechos con la mano, anota: "Hace unos días una amiga francesa me contaba su irritación cuando su hijo, al que había animado a liberarse de todos los tabúes le dijo que quería ser actor de porno duro y la razón que daba su hijo: para cepillarse a las conejitas. Lo que más le irritaba era no saber por qué la decisión de su hijo le irritaba. Si las relaciones sexuales son un acontecimiento trivial, ¿por qué le molestaba que lo hiciera por dinero? Cuando consideramos que algo es intrascendente, lógicamente devalúa todo lo que toca. Este verano la prensa, (era el verano del 96), se ha ocupado extensamente del adulterio, la paidofilia, la pornografía o el cibersexo. ¿Por qué vamos a escandalizarnos por el turismo sexual o por la paidofilia si la relación sexual es un simple intercambio de estremecimientos agradables? La trivialización lo trivializa todo. En este momento carecemos de una visión coherente de la sexualidad. A veces nos parece un pasatiempo intrascendente y a ratos una realidad trascendental. O banalizamos el sexo o lo sacralizamos. Oscilamos entre una sexualidad del chimpancé o de arcángel, y no nos salen las cuentas. ¿Qué hacemos? ¿Trivializamos la sexualidad y cuanto la rodea?Adelantaríamos mucho si comprendiéramos que somos una especie trashumante, buscando nuestro lugar bajo el sol. La inteligencia humana nos descoloca y nos obliga a inventar muchas cosas, entre otras una sexualidad inteligente". Yo creo que éste es el gran reto.

    Estudios sociológicos sobre el cambio de valores juveniles en torno a la sexualidad producido en los años 90 constatan que ha habido dos grandes movimientos: Uno, socio-cultural, que consiste en la desacralización del sexo, es decir, que se ha liberado del secuestro a que lo tenía sometido el pensamiento religioso y la comprensión más mítica y sacral de la vida y otro axiológico, que consiste en su secularización radical: el mundo del sexo y de la conducta sexual se ha "soltado" de la tutela de la institución eclesiástica, por lo menos, -caso de España-, en aquellos países donde el catolicismo ha tenido un peso y una presencia más fuerte. Y un porcentaje muy significativo, tanto de católicos como de no católicos, disienten y se distancian de las normas y principios morales sexuales que propone el mensaje cristiano.

    Una socióloga del País Vasco, tras analizar estos aspectos, añade: "Admitiendo una serie de aspectos muy positivos en todo este cambio contemporáneo, (en el sentido de que la libertad sexual, con sus luces y sus sombras, es claramente ya un derecho asumido y que mayoritariamente se ha dejado atrás una visión más moralizante), sin embargo, esta transición sexual tan radical plantea graves interrogantes. A falta de la consolidación de una nueva ética sexual, (dando por hecho que la moral tradicional sexual no es seguida, al menos en la práctica, ni fuera ni dentro de la Iglesia) sin embargo la contradicción entre una vivencia instrumental, funcionalista de la sexualidad y un discurso restrictivo que no acaba de entender el cambio, -(donde normalmente se sitúa a los moralistas católicos, sobre todo la propuesta moral jerárquica de la Iglesia), ha ido situando a la sociedad, especialmente a los colectivos más jóvenes, en la creencia de que la sexualidad no necesita de un planteamiento de principios y de valores". Es decir, principios y valores de carácter ético serían necesarios en otros ámbitos de la conducta, en las relaciones interpersonales y sociales, pero este campo queda restringido a la vida privada y ahí no tiene por qué inmiscuirse ninguna instancia civil o religiosa para hacer propuestas, ni mucho menos imperativos de carácter normativo. Es un campo puramente subjetivo donde cada cual establece sus valores y sus pautas conductuales. Pero, continúa la socióloga, "esto es un riesgo. Si a esto se añade que se vive en una sociedad en la que el mercado somete todo objeto de consumo a un proceso de banalización, y el sexo convertido en producto de compraventa también esta sujeto a esta dinámica, -y lo está-, el resultado puede ser un juego sexual inmaduro, irresponsable, irrespetuoso, coactivo, (sólo que con nuevas coacciones, no de tipo religioso) e incluso violento, con la libertad sexual de los demás. Esto evidencia la necesidad de asumir no sólo la información sino también la formación y la educación en valores en el terreno de la sexualidad, de una manera seria, respetando los límites de la libertad y de la autonomía personal en materia sexual y reconociendo también, en los cambios habidos, una dignificación de la sexualidad".

    El referente valorativo es necesario, y no ha de tenerse miedo, aunque goce de poca plausibilidad social, a una moral sexual. No hay que evitar el discurso de los valores humanizadores, personalizadores y liberadores en el mundo el sexo, en la misma medida en que lo es, y se admite como necesario en otras instancias de nuestra vida.

    Indudablemente en el ámbito de la sexualidad se han producido en la cultura occidental cambios muy profundos. Se hace necesaria una descripción y una valoración que ayude a comprender este mundo de nuevas evidencias y de serios interrogantes. Y así la vivencia más liberalizada de la sexualidad tiene las siguientes notas:

    1.- La valoración de la dimensión afectiva de la relación sexual. Es evidente que la iniciación al mundo del sexo no se produce hoy en el ámbito de la prostitución, a diferencia de lo que ocurría décadas atrás, donde la iniciación de los varones se producía, fundamentalmente, en ese campo.

    2.- Asistimos a la recuperación del valor del cuerpo y a la reconciliación del cuerpo con el placer y, en concreto, con el placer físico.

    3.- La utilización del sexo como elemento de consumo y de mercado.

    4.- La experiencia sexual, que en todas las culturas ha sido siempre una experiencia socializada, se privatiza, convirtiéndose en una realidad de signo individual, subjetivo, progresivamente excluida de los ámbitos de socialización tanto civil como religiosa. Y así se rechaza por un sector creciente de la población, - menos en España que en países como Francia, Alemania, países nórdicos...- toda injerencia o invasión de la sociedad, civil o eclesiástica, en la afectividad o sexualidad de la pareja. No se admite, pues, una injerencia ni de lo jurídico ni de lo ético. Esto tiene que ver con la praxis creciente, aunque no mayoritaria, de las uniones libres o de hecho que, en el orden de la tolerancia positiva, alcanza porcentajes altísimos.

    5.- La liberación de la mujer y su nueva autoconciencia, más allá de su tradicional papel de esposa y de madre. Es otro dato sociocultural importante que Juan XXIII, a principios de los 60, en la Mater et Magistra, ya apuntó como un signo de los tiempos y que se ha ido acentuando.

    6.- Se constata que no por el hecho de la mayor liberalización y permisividad todo se convierte en personalización y humanización; las nuevas pautas sociales en torno al mundo sexual prácticamente se reducen a: a) Expresividad espontánea, es decir, no represión ni falsas sublimaciones de tipo religioso o ascético. b) Mutuo acuerdo o consenso: no coacción ni violencia. c) Prevención de efectos indeseados, básicamente, enfermedades de transmisión sexual y embarazos no deseados.

    La normatividad masivamente vivida en nuestra sociedad se reduce a estas pautas. Con todo, los psicosociólogos y los filósofos morales, tanto creyentes como no creyentes, nos advierten que en nuestra cultura postmoderna, la sexualidad, como ámbito privado y prácticamente mitificado de autorrealización personal y de autosatisfacción vital está generando porcentajes muy altos de vacío y de decepción.

    Acaso, dadas estas dificultades y la complejidad de la vida social, se cifraron demasiadas expectativas en el despliegue libre de la sexualidad y de la genitalidad como lugar de encuentro y de recuperación de uno mismo, de reacciones gratificantes y pacíficas con los otros. Y se acaba constatando que no por eso nos vemos libres de los riesgos y de los fracasos. El alto índice de praxis de ruptura -a veces tempranísimas- en las relaciones conyugales, - aun cuando el porcentaje de España no llega ni mucho menos al de EE.UU o Alemania-, tiene bastante que ver con este desajuste de tipo psicoafectivo, con esta especie de exacerbación de expectativas emocionales y de autorrealización personal puestas en la relación sexual.

    Ahora comprobamos que el mundo de la relación sexual no garantiza por sí solo el desarrollo personal, sino que precisa de un cultivo de valores personalizadores. Hoy la ética cristiana no es ajena a los cambios que se vienen operando, aunque sigue encontrando serias y fuertes dudas sobre el valor humanizador de la llamada revolución sexual. Fijémonos en algunos de estos aspectos más problemáticos:

    - La comprensión de la sexualidad humana, –y subrayo el adjetivo porque tiene un valor sustantivo-, como una simple necesidad meramente fisiológica, genital, que debe ser satisfecha sin más restricciones –como se bebe un vaso de agua cuando hay sed.

    - Considerar que el gesto sexual, el coito, simplemente se legitima desde la simpatía o desde la atracción física sin más densidad o trascendencia interpersonal.

    - La falta de valoración de actitudes y valores que se estiman fundamentales como la fidelidad, -la estabilidad en el amor-, y el compromiso de vida y de por vida con otra persona. Se cree que siendo importantes estos valores, no tienen por qué ser constitutivos del marco de expresión de la relación sexual. Es decir, una cosa es el afecto y otra es el compromiso que implica la donación.

    - El tipo de sexualidad difundido por los medios de comunicación y en campañas de carácter sanitario y preventivo, por parte de instituciones públicas, es un tipo de sexo vinculado a lo ocasional, lo cambiante, lo descomprometido, lo efímero, –típico de esta sociedad postmoderna y consumista y que lleva a un sexo de consumo.

    - Y suscita también duda lo que decía J. A. Marina, esa especie de énfasis que se pone en la búsqueda del placer orgásmico, del placer sexual físico y en las múltiples e inacabables técnicas de satisfacción erótica. A veces da la impresión, - exagero un poco-, que para tener una sexualidad satisfactoria se debiera ser un experto en toda serie de técnicas, posturas y artes múltiples. Y se relegan o frivolizan valores básicos, como la ternura, el amor, la abnegación, el espíritu de renuncia y de señorío sobre uno mismo que implica toda religación con otras persona.

    - Un psicoterapeuta francés laico, con una larga experiencia clínica, casado y padre de familia, y autor de libros poéticos que están suscitando debate, Tony Anatella, en su obra, El sexo olvidado, defiende que lo que se olvida en el sexo es la sexualidad. Y apunta que se practica más sexo que nunca, - incluso se hacen estadísticas de la frecuencia, los países, ...-, pero esta práctica masiva del sexo en la que se pierde la sexualidad –con toda su riqueza- puede estar llevando a un círculo vicioso o negativo de "sex-adicción"; es decir, a una búsqueda intensa y repetida del placer genital, pero al mismo tiempo a una creciente insatisfacción personal, porque la antropología y la psicología nos evidencian que el placer genital es inseparable del placer que supone el amor, el encuentro interpersonal.

2.- ANTROPOLOGÍA Y SEXUALIDAD: DIMENSIONES CONSTITUTIVAS DE LA REALIDAD SEXUAL HUMANA.

    Debemos afrontar los grandes retos para dialogar lúcida, constructiva y críticamente. En este sentido tenemos que estudiar  seriamente la antropología, porque el debate en torno a la ética sexual es un debate antropológico, es una cuestión de profundización en la comprensión de la persona humana. Y no hay una única antropología sexual; uno de nuestros teólogos que más profundizó en las antropologías contemporáneas, J. L. Ruiz de la Peña, nos aconsejaba que tenemos que conocer y optar por la antropología más convergente con la visión creyente porque no hay una única antropología de la sexualidad. Cuando intentamos marcar indicadores a lo que es humano en el sexo y en la sexualidad, nos encontramos con que no hay una única concepción del hombre sexuado y de la sexualidad que pueda ser universalizable y así, p. ej., en torno a fenómenos tan controvertidos como el de la homosexualidad, el debate se articula en torno a dos grandes concepciones: para una, la sexualidad es bisexual, en un marco que comprende lo masculino y lo femenino, desde el sexo genético hasta todas las demás expresiones del sexo; sin embargo, otra concepción no cree que el marco va de lo masculino a lo femenino y viceversa, sino que va desde lo hetero hasta lo homosexuado pasando por múltiples expresiones. Y discutimos sobre un tabique del edificio, que es un campo del comportamiento sexual humano, y resulta que donde no estamos de acuerdo es en los cimientos, es decir, en las visiones de la sexualidad humana en sí misma.

    Las grandes concepciones antropológicas de la sexualidad serían las tres siguientes:

    1º) Teorías que subrayan la emancipación, la liberación sociopolítica del ser humano, entre otros por el cauce de la liberación del sexo (Marcuse, etc). Frente a la moral sexual tradicional, considerada como un instrumento al servicio de la propiedad privada y de la autoridad autoritaria de la sociedad burguesa, se reivindica la sexualidad como una necesidad fisiológica fundamental que se regula mediante la satisfacción de la presión de las pulsiones. La liberación sexual es inseparable de la liberación de la persona, y es un factor importante de la revolución emancipadora en el ámbito sociopolítico. Frente a esa tesis advertimos que se reduce la sexualidad a una dimensión que es el ejercicio de las pulsiones, y le acaba reduciendo a una especie de ejercicio zoológico, es decir, menos humano, donde el cuerpo se funcionaliza, es un mero medio para el placer del sexo.

    2º) Teoría humanístico liberal, también llamada la "nueva moralidad". Uno de sus ardientes defensores, y además furibundo anticristiano, fue B. Russell; estas teorías buscan romper las ataduras de la vieja moral sexual victoriana del siglo XIX, la liberalización de aquella vieja sexualidad limitada al matrimonio monógamo y, además, con una doble moral, hipócrita y puritana: para el varón manga ancha, para la mujer vía estrechísima. Eso sí, sigue creyendo que hay valores irrenunciables; el matrimonio, p. ej., sigue siendo necesario por razón de la educación de los hijos, y también lo es la fidelidad, pero no ha de ser una fidelidad posesiva sino compatible con relaciones extraconyugales si ambos así lo han consensuado. Se defiende una conducta sexual que sea responsable, entendida ésta como una no explotación de los sentimientos de la otra persona, como una no manipulación y una responsabilidad que lleve a la no procreación de los hijos no deseados.

    3º) Teorías personalistas, (no necesariamente cristianas): en la base de este pensamiento hay pensadores tan importantes como Jaspers o Heidegger..., que conciben al hombre, varón y mujer, como ser sexuado en su existencia personal y en su posicionamiento y responsabilidad social. Buscan un fundamento existencial y fenomenológico de su saber sobre el hombre y su sexualidad, y encuentran que en el amor - en todas sus dimensiones- se realiza de manera singular el rasgo fundamental de este ser-ahí que somos cada ser humano, en cuanto "ser con otros". En el amor se verifica, se hace veraz , una incansable donación y aceptación de la existencia; con el amor se puede superar el miedo, el sinsentido, la soledad, el aislamiento, el escepticismo; en el amor pueden reconciliarse el hombre con toda la complejidad y con toda la plenitud de la existencia humana, que es finita y a menudo fragmentada, y puede confrontarse con las realidades de la culpa, del dolor y de la muerte. Pues bien, sólo en esta forma de ser-con y por amor es posible ser enteramente humano y sentirse plenamente humanizador. Sostienen estos pensadores que la capacidad de amar es un rasgo fundamental del hombre como ser en el mundo. Hay interpretaciones influidas por el personalismo que son convergentes con la tradición bíblica y con el mejor pensamiento cristiano, –porque también hay un mal pensamiento cristiano.

    Pues bien, el gran reto que tenemos es construir esta antropología personalista, humanizadora, integradora y lo más coherente posible.
 

3.- ELEMENTOS FUNDAMENTALES DE UNA ANTROPOLOGÍA SEXUAL

    Veamos a continuación, en esta línea personalista y socializadora, los elementos básicos de una antropología sexual que girarían en torno a la dimensión amorosa de la persona.

    El Concilio Vaticano II recogió datos antropológicos sobre la constitución psicosomática del ser humano y sobre el reconocimiento gozoso de su condición corporal, sexual, así como sobre la vocación dialogal de la persona humana expresada ya en su misma creación como imagen de Dios. La imagen de Dios no es el ser humano individual por sí solo, sino el varón y la mujer: "A imagen de Dios los creó". La imagen plena del Creador es la imagen del hombre –varón y mujer- en su dimensión dialogal, en su dimensión de reciprocidad, de complementariedad, es decir, de referencia bisexual. Dios no creó al hombre en solitario, dice la Gaudium et Spes, nº 12: esta sociedad de varón y mujer es la expresión primera de la comunión de vida. En efecto, el ser humano es un ser sexuado y no existe al margen de una determinación sexual, como evidencian las ciencias, en concreto la biogenética: están sexuadas hasta las células y el cerebro.

    El sexo, más que una cuestión morfológica, más que una cuestión de figura y de apariencia es una manera de ser y de estar en el mundo, de ser-ahí y de ser uno mismo con los otros. La enseñanza de la Iglesia sobre la sexualidad se expresa hoy en términos mas personalistas e integrales. Un documento del año 83 de la Congregación Romana para la Educación Católica, Orientaciones educativas sobre el amor humano, dice: "la sexualidad es un elemento básico de la personalidad y de su proceso educativo; a la verdad, en el sexo radican las notas características que constituyen a las personas como varones y mujeres en el plano biológico, psicológico y espiritual, teniendo así mucha parte en su evolución individual y en su inserción en la sociedad". Sabemos que nuestra vivencia religiosa y nuestras relaciones espirituales con Dios están marcadas por nuestra condición sexuada.

    Pues bien, la visión cristiana reafirma que la sexualidad sitúa al ser humano en el camino del encuentro interpersonal, y que el cuerpo humano es más que la suma corporalidad o fisicalidad; la sexualidad es la dimensión masculina o femenina que informa toda la realidad del ser personal desde sus inicios, desde la más temprana infancia. Así está recogido en los relatos más originales de la creación, en los primeros capítulos del Génesis: responde, pues, a una sabiduría antiquísima.

    La sexualidad humana supone, expresa y realiza el misterio integral de la persona pues ésta no es un problema sino un misterio (Gabriel Marcel). Y forma parte del misterio de la persona la sexualidad, que es una realidad polivalente, a la vez biológica, psicológica, espiritual y sociocultural, como lo es el ser humano mismo, como estructura unitaria y compleja. Por tanto una genuina comprensión de la sexualidad requiere de un saber interdisciplinar. En este sentido Marciano Vidal habla de distintas dimensiones de la sexualidad como:

    La dimensión biológica. Y recuerda que ni siquiera en ese plano biológico es asimilable, sin más, la sexualidad humana a la zoológica. Lo cual tiene sus incidencias en la comprensión antropológica y moral de la sexualidad. P. ej., la sexualidad humana, desde el punto de vista biológico 1) no está reducida a los ciclos reproductivos: es hábil en todo tiempo, en tiempos fértiles e infértiles.2) Es sobreabundante, es decir, para la fecundación es suficiente un solo espermatozoide con un solo óvulo y, sin embargo, en la realización del coito y de la eyaculación se desperdician millones y millones de espermatozoides, lo cual quiere decir que la sexualidad humana, además de pretender asegurar la reproducción de la especie, es despilfarradora, (algo nos querrá decir). 3) Tiene unos plazos en la propia gestación y en el cuidado de la prole que está vinculada no sólo a asegurar la supervivencia de la reproducción sino la maduración de la descendencia. Es una sexualidad que, incluso biológicamente, conlleva cuidados, ternura, como que reclama la permanencia de los progenitores, mientras que en especies inferiores es distinto.

    Dimensión psicológica: se refiere a la sexualidad como fuerza de integración personal y de interpretación del proceso de crecimiento del propio yo.

    Dimensión dialogal: la sexualidad como lenguaje, como signo de expresión de la propia persona; en este sentido diríamos que el cuerpo es como la palabra que expresa el sonido, que le da significado a la voz. ¡Cuántas veces el cuerpo expresa físicamente lo que psíquicamente no ha madurado todavía como palabra de comunicación! En este sentido el fallo de la relación sexual  estaría en que no hay verdad entre el signo y el significado, pues falta la interioridad afectiva y de comunión. Es decir, hay un desajuste, una desproporción entre el lenguaje físico y el lenguaje emocional, afectivo, espiritual

    Dimensión sociocultural: porque la sexualidad siempre ha sido, y lo sigue siendo, una realidad enmarcada por la cultura social y además ha sido una realidad configuradora de la vida pública. Recordemos cómo en todas las culturas la iniciación a la pubertad, a la fertilidad, está rodeada de mitos: nunca ha sido un fenómeno privado; ahora los ritos son otros pero nunca la sociedad se ha desentendido de las relaciones afectivas y de la formación de la pareja.

    Dimensión existencial: La sexualidad es una forma de existencia personal; es la realización más profunda del ser humano, y también de las relaciones interpersonales. Dimensión mistérica: algún filósofo como P. Ricoeur sostiene que uno de los dramas de la sexualidad de nuestra cultura contemporánea es la pérdida de significados, la pérdida de la dimensión mistérica, su frivolización, su banalización. La sexualidad, más allá de sacralizaciones, tabúes o ritos, es una realidad que expresa la interioridad, la dimensión más honda y verdadera de la personalidad humana y trasciende la piel.

    Para finalizar destaquemos cuatro rasgos característicos de la sexualidad humana con sentido personalista, comunitario y solidario:

  1. Hace referencia a la totalidad y a la madurez integral de la persona; no es una parcela o región de nosotros mismos: no tenemos sexualidad, sino que somos sexuados.
  2. Es una realidad dinámica, en continua evolución, -deseablemente progresiva-, pero que puede ser regresiva y en este sentido deshumanizarse.
  3. Hace referencia a la dimensión dialógica, comunicativa y comunional de las personas, y en este sentido la esencia de la sexualidad humana es esa dual relación varón-mujer en reciprocidad y encuentro de quien, siendo iguales, son felizmente diferentes. La sexualidad humana es sinfónica, como la verdad, como la existencia misma (y los mejores conciertos son sinfónicos y nunca con un solo instrumento.)
  4. Es una realidad hondamente vinculada a la expresión de la afectividad comprometedora de la persona, y al surgimiento de la vida física y espiritual. Una sexualidad que no sepa dar vida y dar sentido a la vida se hace infértil físicamente e infecunda moralmente; el gran reto que tiene un célibe, máxime en el celibato por el reino de Dios es que, siendo infértil físicamente, está llamado a ser fecundo existencial, moral, espiritual y vitalmente, - porque no se puede confundir la infertilidad con la infecundidad.- El drama sería que una vida que ha elegido no ser fértil desde el punto de vista físico no fuese fecunda dando vida y ayudando a vivir. Y este es el reto de todos los modos de vida: célibes y matrimonios.

Luis Díaz Igarza

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