CULTURA PARA LA ESPERANZA número 40. Verano 2000.

Etica sexual fundamental desde una inspiración cristiana

I.- NECESIDAD E IMPORTANCIA DE UNA ÉTICA SEXUAL

Que es necesaria una ética sexual de mínimos es una convicción que se va extendiendo aunque, ciertamente, no es una opinión universal. Y me parece que si en nuestra cultura llegásemos cuando menos al planteamiento que, desde su antiteísmo militante hace Fernando Savater en El valor de educar acerca de lo que debe ser una sexualidad humana y humanizadora, tendríamos un paso importante dado. Ahora bien, sobre esos mínimos compartibles por todos y que parten de una comprensión racional de los fines y tareas fundamentales de una sexualidad humana, pensamos que hay que avanzar. En este sentido una de las principales tareas de todo educador es la de encontrar razones que justifiquen la importancia, necesidad y conveniencia de una ética sexual y ofrecer unos criterios básicos. La necesidad de tal ética, es decir, de unos principios y criterios orientadores y valorativos se justifican por una serie de aspectos básicos:

1) Porque está en juego una dimensión constitutiva de nuestro comportamiento: La sexualidad es un elemento básico en la definición y realización de la personalidad, y en el ser humano no está guiada sólo por mecanismos instintivos sino que es asumida como proyecto personal desde opciones libres, -con toda la condicionalidad que tenga la libertad. El ser humano vive su sexualidad como lenguaje, como mediación expresiva y configuradora del encuentro interpersonal. La sexualidad humana significa algo muy importante y siempre remite a la intencionalidad y a la responsabilidad; justamente porque están en juego fines, valores y significados está en juego la libertad. Y ahí radica la ética, que no es una dimensión ajena sino constitutiva y una mediación para la construcción del propio sujeto.

2) El deseo y la necesidad de humanizar nuestra sexualidad, de que sea una sexualidad personalizadora y socializadora; efectivamente, la maduración de nuestra sexualidad remite a la formación y maduración de la personalidad entera. La sexualidad se inscribe en esta dinámica de maduración y personalización, de construcción humanizadora del propio sujeto y de las relaciones interpersonales y sociales. Frente a algunos planteamientos tenemos que decir que el control meramente biológico o socioestadístico resulta insuficiente para orientar el comportamiento sexual. Al ser humano, en éste como en otros campos de la conducta, no le está permitido ser menos de lo que ya es, es decir, un regreso a una especie de naturalismo zoológico. Acudimos a la razón ética para evitar los peligros de la deshumanización o de la desintegración personal o interpersonal; no pensamos la ética como un catálogo de normas, de imperativos y de prohibiciones sino como una posibilidad de ser lo que somos y de ser cada vez más.

3)La formación moral de la sexualidad humana no puede reducirse a la simple información biofisiológica, ni a la simple apelación al consenso, la higiene y la prevención de efectos no deseados, -importante, pero insuficiente-. Esto supondría una reducción por defecto en la comprensión de la riqueza y la complejidad de los diferentes significados de la sexualidad humana pues toda formación en este campo concluye con una oferta de valores y de criterios de discernimiento.

4)La integración de lo sexual de una forma creativa y transformadora de la persona. La dimensión ética, que está presente de una manera o de otra en todo comportamiento humano, no es una instancia represiva de la realidad.
 
 

II.- EL AMOR, PRINCIPIO DE CONFIGURACIÓN DE LA SEXUALIDAD

¿Cuál sería el principio fundamental para valorar moralmente nuestro comportamiento sexual?. El amor: no hay mandamiento más grande; además, la fe y la esperanza se acabarán en la plenitud, pero el amor no pasará nunca. El amor es el principio configurador y estructurador de una sexualidad humana personalizadora, socializadora; es el criterio ético fundamental y él que nos da las claves para discernir nuestro comportamiento sexual. La sexualidad humana encuentra en el amor su verdadera calidad y plenitud para un comportamiento sexual auténtico; éste, repetimos, es el principio central, la base y el fundamento.

Ahora bien, ¿qué amor? Porque es una palabra que se aplica a todo y cuando una palabra es tan polisémica, al final, si dice tanto el riesgo que corre es que no diga nada. Desde nuestra comprensión de la persona humana, a la luz de las ciencias humanas y de la sabiduría de la fe, hay que intentar rescatar el amor de esa tremenda confusión.

Pues bien, el amor oblativo, agápico, es un amor desinteresado, que integra y trasciende; por supuesto no niega ni ignora el eros y la filía (el afecto, la amistad) sino que los asume, integra y transforma. Es el amor que entrega el propio ser. Este amor es el principio decisivo en la relación entre los sexos y, como vemos, es un ethos, una moralidad muy elevada. Es verdad aquello que decía S. Agustín: "Ama, y lo que quieras, hazlo"; pero S. Pablo había dicho antes, porque es fuente de inspiración agustiniana: el que ama sólo busca el bien del otro; al que ama todo le sirve para bien. Y por eso escribió S. Agustín esa célebre sentencia: "ama et quod vis fac"; pero esa fórmula agustiniana no hay que interpretarla en el sentido de que "ama y haz lo que quieras" porque el amor todo lo justifica, sino más bien "ama y lo que el amor quiera, eso hagas".

Estamos hablando de un amor de autodonación, de donación de sí mismo, y esto no es algo fácil para el hombre; es una escuela permanente y exigente; es un amor "ab-negado" porque se ha "ob-ligado" en la religación con el otro. Por eso conlleva renuncia, renuncia a uno mismo cosa que el hombre instintivamente rehuye. El amor no es un mero sentimiento ni se reduce a una intención vaga.

El "ama y lo que quieras, hazlo" implica una vinculación personal, radical y total mediante el amor. Ese amor implicativo de toda la persona y de todo el existir agudiza la mirada para los derechos y las legítimas aspiraciones del "tú": el amor es muy inteligente, nunca es ciego; ciego puede ser el apasionamiento pero el estar enamorado agudiza la inteligencia. ¿Por qué? Porque no solamente agudiza la mirada de los ojos del rostro, es que pone en ejercicio los ojos del corazón y no olvidemos lo que decía El Principito: "Sólo se ve bien con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos". Así pues el amor hace ver.

Es el amor que llamamos desinteresado, no porque no tenga interés legítimo, sino desinteresado en el sentido de que no es egoísta, el que constituye la actitud más adecuada para saber qué debe hacer quien ama en la acción suprema de "dar-ser" en el "ser-con" y en el "ser-para" los otros. Se trata, pues, de una compresión intensiva del amor y totalizadora de la persona en calidad y cantidad. Entonces la sexualidad es la posibilidad de expresar y experimentar este amor de donación interpersonal. Los obispos alemanes en aquel documento de 1974 decían que la sexualidad se vive como una "oportunidad especial de expresar y experimentar con placer la inclinación y entrega mutua"; es una forma específica de expresar y vivir con gozo el amor conyugal y esta posibilidad se halla sometida a exigencias muy altas en esta capacidad humana de amor y de unión. "Amar" significa darse una persona a otra por ella misma. Por eso el amor supera y transforma el deseo y ve en el otro algo más que un objeto o instrumento del propio yo. "Más bien es el propio yo el que se abre al tú para afirmarlo a él y colaborar en su realización por encima de él mismo". Es ese dinamismo personalizador y liberador de la alterificación, del hacerse uno para el otro. En la pro-existencia, el existir (ex-sistere) para otros, la persona realiza su libertad de una forma creativa, no egocéntrica.

Un gran teólogo y un mártir de la iglesia alemana ejecutado por los nazis, D. Bonhöffer, decía que Jesús, -y está prácticamente citando a S. Pablo en la Carta a los Romanos,- "es el hombre para los demás", es el "pro existente". Pues cada ser humano está llamado a vivir su humanidad según la medida del hombre nuevo, Jesús de Nazaret. Como dice la Gaudium et Spes, nº 22, estamos llamados a existir siendo sí mismos y pro-existiendo para los otros.

La persona realiza su libertad de una forma creativa dirigida hacia el otro, no egocéntrica, incurvada sobre el otro yo. Estamos hechos para vivir en pie, con la mirada tendida a lo alto y al horizonte; el pecado del que está llamado a vivir alterificado, es decir, pro-existente, es vivir incurvado sobre sí mismo porque esa es la muerte del ser humano. El egoísmo es despersonalizador; éste es uno de los tumores metastásicos de nuestra cultura neoliberal y por eso somos tan narcisistas: al final giramos en torno del propio ombligo.

Un amor así une profundamente, enteramente, hace que cada uno vea y sienta cada vez más al otro como parte decisiva de si mismo. Un "tú" "mío", pero, ¿en qué sentido mío?. "Él es mío, "mi" amigo, "mi" esposa "mi" ... Es "mío" en cierto sentido muy verdadero, toda vez que ya no puedo comprenderme a mi mismo sin él. El tú no es el yo, pero tampoco es el otro; es una parte real del yo en la comunión del nosotros". Esto es importante. Es la ruptura del individualismo. Puede parecer muy romántico pero está en la entraña de lo que significa ser persona humana, con humanidad nueva, convertida, transfigurada, es decir, en gracia. De ahí que esta unión -donde el tú no es el yo pero tampoco es sin el yo, y el yo no es el tú, pero tampoco es sin el tú,- esa unión, decíamos, es la comunión del nos-otros, "nos" y los "otros". Esta unión se hace permanente y exclusiva, no excluyente; exclusiva quiere decir que el "tú" no es un otro cualquiera: es insustituible. Todos somos prescindibles en el orden funcional pero nadie es sustituible cuando es un tú. Por eso este amor es una fuerza creciente de compromiso común, de horizonte compartido. Y este amor es el criterio moral fundamental.

III.- EL AMOR, CRITERIO ÉTICO FUNDAMENTAL

El valor y el significado más genuinamente humano de la sexualidad es el de ser gesto expresivo de amor, de entrega, de ternura mutua.

La conducta sexual no tiene como instancia moral directa la norma sino el principio de la verdad de la sexualidad, que es el amor. Esto significa situar la valoración moral en algo intrínseco a ella misma, en las exigencias éticas que brotan de su misma lógica interna. Sin ignorar la importancia y la funcionalidad que tienen las normas hemos de centrarnos en lo esencial que no es sino que el criterio moral se basa en este imperativo central de amar y ser auténticos en el amor. El pecado, por tanto, no está en amar, sino en amar mal o en amar poco. El análisis de comportamientos concretos viene después, pero como no pongamos los cimientos del edificio, ¿para qué vamos a discutir si este tabique tiene que ir aquí o allí o si tiene que ir pintado de azul o de verde?.

Repitámoslo: el criterio moral se basa en este imperativo central de amar y de ser auténticos en el amor. La ética cristiana en todos los campos, pero en este particularmente, está centrada indiscutiblemente en el amor, en potenciar todo lo que signifique altruismo, es decir "alter- acción", salir hacia otro, entrega y generosidad y también capacidad de saber recibir amor, entrega y ternura de los otros a uno mismo. El camino de la realización humana pasa por esta apertura mutua y esta donación recíproca. Como dijo Mounier: "Existo en la medida en que existo para otro, ser es amar". Amo luego existo.

El criterio moral en el comportamiento sexual se sitúa en este ámbito propio de todo compromiso moral humano, en el de la realización personal como respuesta radical al don que es llamada del amor mismo, que es Dios. La primera Carta de Juan nos da el primer dogma teológico: Dios es amor. Es el amor mayor, el amor absoluto; luego la fuente y la meta del amor con mayúsculas es Dios, es Él mismo como don y su amor como llamada.

¿Qué es la moral, entre otras cosas? La correspondencia: amor con amor se paga. Lo más genuino de la moral cristiana no son los imperativos categóricos; eso viene añadido, es un despliegue. Lo más genuino es que es experiencia o vivencia personal y comunitaria del amor con que somos amados: "Que no es que vosotros le hayáis amado a Él primero, sino que Él os amo primero, y tanto amó que se entregó a sí mismo, es decir, entregó a su Hijo". En el Credo decimos que Jesús es "Luz de Luz , Dios de Dios", es decir, Amor de Amor. El ser de Dios es Amor, amar; Jesús es el hijo del Amor. Es el Amor hecho hermano. Por consiguiente ¿qué es ser uno mismo?. Dar-se. ¿Qué es existir? Ser desde, salir desde, pro-existir. Esta es la antropología personalista y comunitaria.

Lo que el criterio moral exige de nuestra conducta sexual es que el amor sea auténtico, constructivo, personalizador y promotor del otro, que realice esa humanización promoviendo las aspiraciones y las esperanzas más profundas del ser humano. Y concluimos diciendo que el criterio ético del amor es muy exigente. Y no se puede dar por sabido tan pronto lo que es amar: "Es que como ya nos queremos...". ¿Os queréis? Pensémoslo despacio al tiempo que recordamos algunos de los grandes rasgos del amor.

a) Es un amor sexuado: no es un amor desexuado sino que es un amor masculino, femenino. Es amor de seres humanos sexuados constitutivamente.

b) Es auténticamente humano: en este sentido es material, sensible y espiritual.

c) Es un amor personalizador porque va en búsqueda del carácter único de la persona, que no es algo, sino alguien insustituible.

d) Es un amor total porque supone entrega y compartición personal plena.

e) Es un amor universal, abierto a todos; el que sea exclusivo no quiere decir que sea excluyente.

f) Es un amor fiel que supone permanencia eterna, -ahora que vivimos en la cultura del momento y del fragmento, de lo inmediato, de lo pasajero, de lo frágil, de consumir y tirar-, supone estabilidad; sí, el amor es un principio de eternidad; G. Marcel decía a su mujer gravemente enferma y amenazada de muerte: "Mientras yo viva, tú no morirás". "Mientras yo viva, tú no morirás" y yo casi me atrevo a decir, y mientras yo sienta que tú vives, yo no moriré.

g) Es un amor creativo, fecundo: fecundo porque da vida y sentido para vivir y esto es una tarea para quienes estamos llamados a vivir el amor en cualquiera de las formas –en la forma conyugal o en la forma célibe.

Lutero decía: "ama fortiter", ama fuertemente; es un amar fuerte como intencionalidad profunda y decisión abarcadora de todo el dinamismo sexual humano; y esto es lo que nos ayuda a ver el fallo moral, el pecado sexual en aquellos comportamientos en los que los gestos sexuales se desvinculan del amor auténtico. ¿Sabéis donde situaba Santo Tomás los pecados de sexualidad? Eran pecados contra la caridad, contra el amor verdadero. Y es significativo porque Sto. Tomás no construyó la moral sobre los mandamientos, sino que levantó todo el edificio de la moral sobre las virtudes, la teologales y las cardinales.

V.- DISCERNIMIENTO DEL COMPORTAMIENTO SEXUAL

Debemos discernir nuestro comportamiento sexual, interpretarlo y valorarlo moralmente. Y hay una moral teológica y una ética cristiana que reflexiona acerca de la regulación de la sexualidad humana sin centrarse ni reducirse al ejercicio de la sola genitalidad, pues la sexualidad se vive no sólo en el ámbito de los actos genitales sino en la aceptación humanizada, personalizadora y socializadora de la dimensión sexual que tiene toda relación humana.

Cuando la ética de inspiración cristiana plantea al hombre contemporáneo interrogantes sobre la calidad de la vida sexual, no requiere únicamente un juicio sobre relaciones genitales, sino que sitúa esa conducta sexual en el conjunto de la vida personal y de la sexualidad personal. Y ahí es donde hay que comprenderla. Es decir, el significado de la conducta sexual y la posibilidad de una valoración ética en una persona, tiene sentido no como un compartimento estanco sino en esa interrelación con otros elementos del sistema al que pertenece. La sexualidad de un sujeto va unida a sus relaciones con la afectividad en general y la agresividad, con el dinero y el poder, con la clase social a la que pertenece y el ambiente en que vive, etc.

La reflexión ética fija como criterio importante de discernimiento moral el llegar a descubrir el significado real del ejercicio sexual en la vida de una persona. Pues bien, más allá de la intención y de los deseos subjetivos- que son muy importantes, porque ahí entran una serie de condicionamientos, de circunstancias que pueden ser atenuantes o eximentes a la hora de asignar culpabilidades personales-, hay también unas dimensiones objetivas; es decir, no basta tener en cuenta la intención subjetiva o el deseo individual, -que también hay que considerarlo- sino que es necesario valorar los significados objetivos que presentan las situaciones en las que se vive la sexualidad personal. Dicho más claramente: los comportamientos pueden ser sometidos a una reflexión objetiva teniendo en cuenta unos criterios éticos en los que se considerarán el bien del sujeto, el de los demás y el de la comunidad. Y, aunque hoy estas ideas tienen mala prensa, mantenemos que hay unas normas objetivas, -en el sentido explicado-, de lo que es bueno y malo, correcto e incorrecto, adecuado e inadecuado, personalizador o despersonalizador, constructivo o desconstructivo en el comportamiento sexual, porque ahí está en juego el sentido verdadero y el, -vamos a llamarlo así- uso correcto que merece la sexualidad de la persona.

El principio fundamental es el principio de la reciprocidad. Y este principio se puede formular de tal manera que sirva de orientación para realizar una valoración moral básica de nuestra conducta sexual. La formulación de ese principio de reciprocidad de la moral sexual, tal como la expone un moralista y psicoterapeuta francés es la siguiente: "Jamás debe reducirse a nadie, ni siquiera a sí mismo, a servir de medio para la obtención de su único y exclusivo placer". Resuena en este principio el imperativo kantiano de que el hombre, es un fin y un valor en sí mismo que no debe ser utilizado nunca como medio, como un objeto. Y en este sentido, uno no se valora a sí mismo como fin cuando utiliza como medio su propia corporeidad.

Profundicemos en algunas cuestiones que permiten a la conciencia personal discernir la calidad moral de los comportamiento sexuales. Lo haremos en forma de preguntas que se corresponden con los significados y valores fundamentales de la sexualidad humana y con sus funciones básicas. Tres vienen a ser las cuestiones que pueden interpelar las conciencias respecto a la humanización y eticidad de la sexualidad.

1º) ¿Qué es lo que se busca en la sexualidad? ¿Trato de encontrar al otro "tú" en su verdadera singularidad personal, con todo lo que supone de reconocimiento, de aceptación etc., o me busco a mí mismo por medio del otro y de su utilización?. ¿Se busca por medio del otro la afirmación del propio poder sexual, -esa capacidad de conquista que uno tiene- o el desarrollo liberador de cualidades y posibilidades de cada uno, reconocido y aceptado por sí mismo en la confianza, en el abandono, en la ternura, más que en la posesión?. Si el tú se convierte en objeto de deseo seducido, es decir, manipulado o utilizado como instrumento para la afirmación del propio placer sexual entonces ya no es un fin en sí mismo sino un medio para mí. Esto, que puede parecer rebuscado, creo que es muy real. Se generan muchas frustraciones, sobre todo en las mujeres y más aún en las jóvenes y en las adolescentes cuando caen en la cuenta de que muchas veces han sido utilizadas como objeto intercambiable. ¿Qué es, pues, lo que se busca en la sexualidad?.

2º) ¿Qué parte tiene el amor? El deseo debe ir abriéndose a la ternura, al afecto respetuoso, y ambos, deseo y ternura, deben crecer hacia la verdad del amor humano que es erótico, afectivo y también agápico, oblativo, de donación. Por eso el proceso de crecimiento en el amor supone una serie de etapas y la sexualidad es un lenguaje de comunión y de comunicación interpersonal hasta lograr que los gestos de intimidad, signifiquen algo más que el sólo placer físico; estos gestos capacitan a las personas para respetarse a sí mismas y expresarse en verdad más allá de las palabras, porque las palabras a veces son promesas engañosas. Las palabras tienen que responder a la verdad del contenido.

Es una tarea apasionante la de ir integrando el deseo y la ternura en el corazón del amor. Y para un matrimonio cristiano este proceso de maduración e integración se puede vivir como una forma de compartir la Pascua, es decir, ese paso por la vida que se entrega a la Vida plena, que es el paso pascual de Cristo Jesús. Esta es la fuente de la espiritualidad matrimonial: vivir ese pasar al amor mayor con el espíritu de Jesús, es decir, con el aire mismo de Jesús. Entonces, ¿sobre qué aspecto se marca más el acento para que sea una relación más humanizada?. ¿Qué es lo que caracteriza más, de hecho, estas relaciones?. ¿Se centra más en el deseo erótico y en su pronta y total satisfacción, o sobre la ternura, con su carga de afectividad? ¿O se centra más en el amor que va integrando creativamente estos dos componentes en un proceso de equilibrio armónico, y entonces incluye el placer físico y psíquico también en un nuevo gozo vital de carácter comunional, interpersonal y espiritual?.

3º) ¿Qué lugar ocupa la creatividad y la fecundidad? Las relaciones y su realización, ¿permanecen abiertas a la creatividad y vertidas hacia el nosotros?; es decir ¿son relaciones abiertas para enriquecer-nos y enriquecer a los demás y al mundo con un dinamismo creciente que va dando vida, dando la vida, o más bien esas relaciones se cierran sobre sí mismas en la esterilidad, con perjuicio de todos, empezando por la asfixia de los propios esposos?.

Luis Díaz Igarza

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