CULTURA PARA LA ESPERANZA número 41. Otoño 2000.

PERSEVERAR EN LA ESPERANZA
PACÍFICOS Y PACIFISTAS

Escribimos este editorial bajo el impacto, entre otros muchos, de cuatro hechos recientes, de última hora algunos.

1º.- La nueva escalada de los enfrentamientos –de la guerra, mas bien- entre israelíes y palestinos. Israel comienza su provocación con la visita de Ariel Sharon a la explanada de las mezquitas de Jerusalem y termina, por ahora, ametrallando desde los helicópteros la ciudad de Ramala para responder al linchamiento de tres soldados israelíes por la desbordada multitud palestina. Son cincuenta años de guerra y no aparece la paz en el horizonte.

2º.- El reciente Informe sobre el Desarrollo Mundial 2000-2001. Lucha contra la pobreza del Banco Mundial, que constata una vez más que el mundo sigue su curso inexorable hacia una especie de apartheid universal o humanidad dual, caracterizada por la escandalosa separación entre ricos y pobres en todas sus estructuras sociales, sean países en el mundo, regiones en el país o grupos humanos en la región. Es una brecha que se ensancha, a medida que crece la economía y las riquezas aumentan. "En un momento de riquezas sin precedente para muchos países, 2.800 millones de personas (el 46% de la población mundial) viven con menos de dos dólares (380 pesetas) diarios". Cuanta más riqueza se crea, más grande es la desigualdad.

3º.- La represión brutal de los manifestantes en Praga contra la globalización económica, el BM y el FMI, y la posterior detención y encarcelamiento de centenares de ellos. Y, al mismo tiempo, los brotes de violencia de grupos minoritarios de los manifestantes.

4º.- La persistente llegada, acrecentada día a día, de emigrantes, principalmente, africanos, a nuestras fronteras, y que son sistemáticamente rechazados, a pesar de que "los técnicos" aseguran que nos son necesarios varios centenares de miles de ellos.

Estos hechos nos llevan a recordar y a constatar que vivimos en un momento regido y transido por la violencia, cruel sostén de la desigualdad, de la injusticia y de la muerte.

Pero lo que nos preocupa es que a muchos, ante esta situación, se les pueda hundir la esperanza de que es posible que algún día esta realidad de violencia y de injusticia pueda caer, al menos en lo que tiene de institucional (sabemos que el hombre es defectible y, por ello, habrá siempre justos e injustos), y dar paso a unas relaciones entre personas, grupos, culturas y naciones hechas de equidad y fraternidad.

Nos tememos también que esta situación de desesperanza (muchas veces de desesperación, como les sucede, por ejemplo, a los palestinos) lleve a un incremento de la violencia en una espiral sin fin de acciones y reacciones, que, de hecho, sólo beneficia a corto, medio y largo plazo a los poderosos y a los fabricantes de armas que no tienen empacho en enriquecerse con la muerte ajena.

Por otra parte, el riesgo cierto de que cunda el desánimo y la pasividad entre los ciudadanos, que se ven impotentes frente a la brutalidad de los hechos y las situaciones, es uno de los efectos más peligrosos para la paz del mundo. Si el ciudadano se inhibe, deja el campo abierto a la minoría violenta para que imponga su desorden a todos. No en vano los violentos tratan de introyectar el miedo en el ciudadano de a pie "para que no se meta en líos".

Sin embargo, lo más grave de todo –creemos- es que cunda el convencimiento de que por medios pacíficos, por la perseverante denuncia de la injusticia, por la no violencia activa, por la exigencia del cumplimiento de los derechos humanos desde el ordenamiento jurídico a escala mundial, por la propuesta y vivencia de otras alternativas de convivencia en libertad y equidad no se puede tampoco hacer avanzar la paz, y se aboque, por ello, a una aquiescencia con la violencia como mal inevitable.

Está claro que, a pesar de todo, nosotros apostamos porque es posible que se abran camino la paz y la justicia. Es más, estamos convencidos de que todo aquel que se esfuerza, consigo mismo y con los demás, por ser justo y pacífico, ya está realizando la paz y la justicia. Y, por tanto, cuantos –sean grupos, asociaciones, movimientos o redes, etc.-, con más o menos éxito, plantan cara a la global injusticia hoy imperante, ya están implantando la justicia.

Hoy la justicia –y la paz- se está realizando en todos y por todos cuantos sufren por ella porque la aman, la buscan y la practican. Y esa justicia, porque la buscan por caminos justos, florecerá algún día también socialmente. Porque siempre es posible la regeneración de la conciencia de los hombres para descubrir la inviolable dignidad de todos, que nos hermana, nos fraterniza como hijos de un mismo padre. Antes que diferentes, somos iguales en la común dignidad de personas.

Una última advertencia para los que queremos luchar por la justicia desde los países ricos –advertencia ya expresada en anteriores ocasiones. Mientras queramos conservar nuestra riqueza frente a la pobreza de otros, estamos pidiendo a gritos policías y ejércitos que nos la defiendan. El mejor antimilitarismo es hacer justicia a los pobres, sean personas, naciones o continentes.

Y mientras tanto, esforcémonos por conseguir que las naciones ricas, como es de justicia, hagamos a los países pobres la restitución de los bienes que necesitan para vivir con dignidad.

Hay que comenzar a hablar en serio de la "renta básica" para todas las personas, comenzando por las de los países más pobres. La paz es obra de la justicia, no al revés. Debemos aprenderlo los pacíficos que amamos la paz y aceptamos de buen grado a todos y los pacifistas que luchamos porque la paz se haga realidad.

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