CULTURA PARA LA ESPERANZA número 46. Invierno 2002.

Afganistán bajo las bombas (¿y Asia Central en peligro?)



Va pasando el tiempo desde el ataque terrorista a los EE.UU. y vamos conociendo algunas de las razones de la reacción de los americanos; y quizás oscureciendo las razones de los propios atentados. Esas razones que no aparecerán con claridad en los medios de difusión masificados y que apenas se reflejan en ciertas publicaciones especializadas.

Como en muchos de los conflictos armados pasados, de los que con el tiempo vamos conociendo datos con cuentagotas, el "oro negro" parece situarse en el entramado de la situación.

Afganistán no parece esconder en su subsuelo el preciado petróleo que tanta importancia tiene para la industria occidental y su economía en general. Pero -siempre hay un pero- sí que se halla en sus proximidades, en una región, el Asia Central, donde existen unas importantísimas reservas de petróleo. Prácticamente todo el entorno del Mar Caspio es un gigantesco campo petrolífero.

Ya los Nobel (los de la invención de la dinamita y fundador del premio del mismo nombre) comenzaron, en 1873, la explotación del petróleo de la zona asentándose en Bakú (capital de la actual Azerbaiyán). La revolución bolchevique les llevó a la bancarrota en este negocio.

Hasta la desintegración de la Unión Soviética, al inicio de los 90, el petróleo de la zona se consideraba marginal. A Rusia no le interesaba invertir en yacimientos y temía la exacerbación nacionalista de los países de la región de hacerse pública esta riqueza (por aquello de que nunca son los pobres los que piden la independencia). Por tanto, se conformó con explotar una mínima zona.

Con la ‘perestroika’ se inició la búsqueda, sobre todo por europeos, de petróleo en Azerbaiyán, Turkmenistán y Uzbekistán. Los estudios dieron como resultado la cuantificación de las reservas en unos 20.000 millones de barriles y abundantes yacimientos de gas natural. Esto hemos de sumarlo a los campos ya en producción de la Federación Rusa y de Kazakistán. Afganistán no aparece en esta lista de poseedores de crudo.

Dado que los países con la riqueza petrolífera no suelen optar por un desarrollo industrial que les permita su uso, éste se centra en la exportación. Por tanto, tan importante o más que poseer el preciado líquido, es controlar sus vías de distribución. Ahí es donde entra en escena Afganistán.

Los analistas denominan ‘big game’ (gran juego) a las maniobras estratégicas para controlar la distribución de petróleo por parte de todos los implicados: a saber, los rusos, los iraníes, los turcos, los chechenos, los europeos con sus multinacionales petroleras, los norteamericanos con las suyas, los afganos, los indios, los pakistaníes y, eventualmente, los chinos.

Para no perderse en las explicaciones de este ‘juego’, es conveniente consultar el mapa adjunto al artículo.

Moscú piensa llevarse la mayor parte del petróleo del Mar Caspio, a través de dos oleoductos que controla, a sus terminales, especialmente la de Novorossisk, en el Mar Negro, y darle salida al Mediterráneo por medio de su flota de petroleros. De hecho, uno de los oleoductos que pasaba por Chechenia ha sido desviado a causa de la guerra con Rusia. Probablemente en el conflicto ha influido el 25% de ganancias sobre los beneficios que pedían los chechenos por permitir el trasiego del ‘oro negro’.

La República Islámica de Irán pretende que el petróleo pase a su terminal de Asalieh, también en la costa del Mar Caspio, para distribuirlo después con su propio crudo y darle salida al Golfo Pérsico a través de su propia red de oleoductos. En este proyecto están implicados Rusia e Italia fundamentalmente, aunque también hay intereses franceses e ingleses.

Turquía quiere que los oleoductos vayan por su territorio hasta sus puertos en el Mediterráneo. Para este proyecto cuenta con la colaboración de la ‘British Petroleum’ y también de compañías americanas. Pero aquí entra en juego el problema kurdo, por cuyo territorio debería pasar parte del trazado del oleoducto y que podría convertirse en objetivo prioritario de las acciones armadas del PKK kurdo. La estrategia de EE.UU. en esta vía sería presionar a Turquía para solucionar el problema kurdo.

El petróleo kazako puede ir también directamente a China por un oleoducto del cual varios tramos ya están construidos.

Queda aún otra vía que interesa a India y a multinacionales occidentales (así como secundariamente de nuevo a China) para evitar conflictos con anteriores países. Sería una ruta que atravesara Turkmenistán, Afganistán y Pakistán. Esta vía, aun sólo en proyecto, parece ser estratégicamente decisiva para los USA, a los que se ha relegado en las otras alternativas.

De hecho, puede que China se esté adelantando a los americanos. China ha cultivado una tradicional amistad con Pakistán, que a través del apoyo chino para el control de la tecnología nuclear trabaja para controlar las ansias de hegemonía de India en la zona (control que interesa a China). Apoyándose en esta histórica cooperación han firmado un acuerdo para construir un gran puerto en Guadar, en la costa pakistaní del Océano Índico, por valor de 1.200 millones de dólares, de los cuales las primeras ayudas ya han sido aprobadas. El proyecto interesa a Pakistán porque su gran puerto, Karachi, puede ser bloqueado por los indios en caso de conflicto. Por su parte, China aumentaría su influencia en la zona reactivando la opción afgana de la salida del petróleo al mar. A finales de los 60 la antigua URSS, con la intención de tener salida a un mar caliente, ya ofreció a Pakistán la construcción de una carretera desde Kandahar (ya famosa ciudad de Afganistán) hasta el puerto de Guadar que también ayudarían a construir. En plena guerra fría el proyecto no fue aceptado por Pakistán, alineado con el bando occidental. Hoy resucita el temor americano al control de China de puertos y canales del mundo (una empresa China ha optado a la gestión del Canal de Panamá), más la posibilidad de que el trazado del oleoducto afgano se reactive.

Aunque Rusia e Irán parecen haber llegado a un acuerdo para excluir los intereses de las multinacionales occidentales, el ‘gran juego’ parece más orientado a la eliminación de los adversarios que a la cooperación.

Bin Laden conoce muy bien la influencia del ‘oro negro’ en la vida económica y geopolítica del planeta. Su familia, con origen en el Yemen, forma parte del círculo cercano a los gobernantes de Arabia Saudí, nación basada en el petróleo con la complacencia política y militar de los USA.

Parece que en diferentes ocasiones Bin Laden ha hablado de su utopía política: crear un califato islámico que unifique a todos los árabes y musulmanes, por encima de los intereses de sus corruptos gobernantes, en especial los sometidos al control occidental (en clara alusión a Arabia Saudí). Esta unificación permitiría aprovechar las inmensas riquezas de sus territorios para mayor gloria de Alá. El proyecto puede considerarse muy ambicioso y nada probable pero relaciona claramente el petróleo, el integrismo islámico y la lucha contra occidente.

El Afganistán de Rabani, apoyado por Irán y Rusia se veía como una amenaza por parte de Pakistán (con frontera también con el propio Irán) que, a su vez, se ve siempre acosado por India. En este contexto se decidió por parte de USA y Pakistán el apoyo a los talibán tanto para aliviar la presión sobre su socio pakistaní como por el sencillo razonamiento de que si el oleoducto Kazakistán-Golfo Pérsico iba a ser controlado por Rusia e Irán en beneficio principal de japoneses y europeos, mejor sería que no se construyese. Ya en 1996 (¡el siglo pasado!) los medios americanos, como ‘Time’ o ‘News Week’ destacaban que los talibán de mulá Omar habían sido azuzados y armados contra la República Islámica de Afganistán presidida por Rabani para garantizar a las multinacionales americanas el control de las vías energéticas.

En 1997 una delegación talibán se reunió en Washington al más alto nivel con las compañías petrolíferas americanas. Las reuniones eran organizadas por Leily, afgana y mujer del expresidente de la CIA Richard Helms. Leily ha sido representante oficiosa de los talibán en USA, hasta agosto de 1997 en que se discutió un proyecto de 2.000 millones de dólares (un poco menos en euros, esa es otra de las ventajas del euro, unos 200.000 millones de antiguas pesetas) para la construcción de un oleoducto, en el que participaría también la saudí Delta Oil Company, y que reportaría a los talibán unos 100 millones de dólares anuales. Osama Bin Laden parece que desbarató estos proyectos con los atentados contra las embajadas de EE.UU. en África.

Cabe preguntarse si Afganistán le ofreció refugio a Bin Laden tras los atentados contra intereses norteamericanos en África y Oriente Próximo, o el Propio Bin Laden se fue allí a jugar sus bazas en el ‘gran juego’.

En todo lo expuesto hay motivos más que suficientes para que los EE.UU. hayan mentido en todos los hechos anejos al ataque a Nueva York y Washington y el posterior a Afganistán ya que el resultado de los últimos movimientos del ‘gran juego’ permite a los USA poner el pié en Asia Central por medio de sus tropas en Uzbekistán (con fronteras con todas las ex-repúblicas soviéticas) y en el propio Afganistán, dando un vuelco a la situación geopolítica planteada hasta la fecha.

Algunas de las mentiras que ya han aflorado las vamos a comentar; empezando por algunos aspectos más anecdóticos para pasar temas de mayor importancia.

En primer lugar, la bochornosa actuación del presidente Bush, escondido en una carrera sin fin del Air Force One (el avión estratégico del presidente). La justificación que se dio el día 12 de septiembre de 2001 es que se había recibido un mensaje amenazador contra el Air Force One. El día 13 se publicó en la prensa y se confirmó por otras fuentes. Dos semanas después la Administración Bush ha desmentido la información pero sólo ha aparecido en algún noticiario nocturno de la CBS y en las páginas interiores del ‘The Washington Post’, mientras la mayoría de medios no publicaron el desmentido, incluido el ‘The New York Times’, por si los familiares de las víctimas lo leían. Se parece a la historia de aquella ave cubierta de petróleo que presentaron en la Guerra del Golfo, cuando ‘liberaban’ Kuwait, que era sacada de las imágenes de los efectos de una marea negra anterior de una zona completamente distinta.

Por otra parte, las noticias de las pruebas de la implicación de Bin Laden en los atentados, simplemente por el modo de su presentación mediática ya generan recelo. Independientemente que si Bin Laden sea culpable o no, habría que demostrarlo, sobre todo si se va a provocar ‘colateralmente’ la muerte de miles de personas. De juicios de hecho contra presuntos culpables ya tenemos experiencia. Por periódicos holandeses se tiene información de que el representante de Holanda en la OTAN, Michael Patein, intentó vanamente conocer las pruebas que implicaban a Bin Laden. Se presentaron a un grupo reducido que indicó que no habían recibido ninguna prueba convincente para ser considerada por ningún tribunal y que no era nada nuevo respecto a las informaciones generales que ya conocían. Era lo que pedían las autoridades Afganas para salir de la disyuntiva de agachar la cabeza ante los EE.UU. o sufrir su potencial destructivo militar. Varios analistas que siguieron el proceso de ‘negociación’ para la entrega de Bin Laden creen que no hubo ninguna voluntad de negociación. Predicción: Bin Laden nunca aparecerá vivo. Aunque eso ya lo sugieren los carteles americanos de ‘Se busca, muerto o vivo’.

Por último, la noticia más escalofriante. El 26 de julio de 2001 la publicación ‘India Today’ (India Hoy) informó que un secretario del Ministerio de Asuntos Exteriores Indio había declarado que India ‘cooperaría’ con los planes americanos y rusos para lanzar una ofensiva militar contra los talibanes afganos. Lo hacía a la salida de una reunión del segundo grupo de trabajo conjunto indio-ruso sobre Afganistán. Más aún reveló que el ataque iba a partir de Tayikistán, donde consejeros americanos estaban ya operando. Parece ser que en julio también hubo en Berlín una reunión del Grupo de Contacto de Naciones Unidas sobre Afganistán, integrado por los vecinos de Afganistán (Rusia, Pakistán, Irán, Tukmenistán, Tayikistán, Uzbekistán y Kazakistán) más Estados Unidos. Allí planteó USA su estrategia de ataque y Pakistán rechazó la sugerencia.

Si el ataque no fue al menos consentido, les vino muy bien para sus planes. La implicación de un gobierno que, ante otras amenazas, ha sido capaz de experimentar con su propia población el efecto de la guerra nuclear y biológica, no parece ofrecer garantías del nivel de implicación que haya tenido en el ataque del 11 de septiembre, por acción u omisión.

Mientras, los ciudadanos occidentales, empezando por los norteamericanos, nos dormimos en nuestro consumo y en nuestras mentiras convenientes. Escuchamos a nuestros ‘presidentes’ identificar con terrorismo toda disidencia y enardecer a la lucha porque una sociedad ‘militarizada’ es más maleable. Ante ello sólo cabe seguir promoviendo la información y la reflexión que den lugar a realizaciones de denuncia de los grandes de este mundo que les hagan más difícil su política de expolio y muerte.

Antonio Saa
 
 
 
 
 
 
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