INFORMACION NOVEDADES WEB
INFORMACION SUSCRIPCIONES
PEDIDOS Y SUSCRIPCIONES
SUGERENCIAS

CULTURA PARA LA ESPERANZA número 47. Primavera 2002

Lección aprendida

"Dichoso quien coja a tus hijos pequeños y los estrelle contra una roca" (Salmo 137, versículo 9)


No pretendemos repetir la crónica de las masacres realizadas (y que siguen realizándose cuando este editorial se termina) por el ejército de Israel en las ciudades y aldeas palestinas y en las personas de los palestinos, especialmente a partir del confinamiento, más bien encarcelamiento, de Arafat en Ramala. Basta, para enterarse, con asomarse a la prensa diaria o a los informativos de las diversas cadenas de televisión.

La desigual guerra israelo-palestina recuerda el duelo bíblico entre David y Goliat, aunque en esta ocasión Israel es Goliat, es decir, él es el fuerte frente al débil palestino; fuerte económica, militar y políticamente desde que tiene a su lado (siempre) al imperio norteamericano y es socio (país asociado) de la Unión Europea.

Sin embargo, es más grave aún si cabe la humillación a que está siendo sometido el pueblo palestino: cercada y anulada su autoridad política, sitiadas o destruidas sus ciudades y viviendas, controladas sus entradas y salidas, quintacolumnada su tierra con los provocadores asentamientos judíos, desoídas todas las resoluciones de la ONU que les son favorables y, por si fuera poco, acusados de ser ellos los provocadores.

Porque el hecho incontrovertible es que el Estado judío le fue impuesto en 1948 a la población palestina por la ONU contra su voluntad, para lavar culpas antisemitas que ellos no cometieron. Pues de seguir la lógica de la culpabilidad, el Estado judío debiera haberse creado en cualquier país de Europa: Inglaterra, Francia, Alemania o Rusia, por ejemplo. Y si se argumenta desde el derecho de una antigua posesión, podrían, por ejemplo, los norteamericanos retirarse del Medio Oeste de su país para dar paso a la creación del Estado de los sioux y demás pueblos indígenas.

La creación del Estado judío fue a todas luces un acto de fuerza mucho más que de justicia. La justicia exigía el respeto, en igualdad de condiciones y en cualquier parte del mundo, para todos los judíos de cualquier estado al que pertenecieran o quisieran pertenecer; pero en modo alguno exigía la justicia la creación de un estado confesional –con confesionalidad religiosa o étnica o con ambas a la vez-; estado que hasta podría ser democrático formal y legalmente dentro de sus fronteras y para los suyos, pero que necesariamente será excluyente frente a los vecinos y quienes, dentro de sus mismas fronteras no tengan la condición de judíos. La expulsión del ajeno (recuérdese el drama de los refugiados) entra en la lógica de todo confesionalismo.

Porque si se quiere ficticiamente decir que el Estado judío no es confesional ¿por qué no se creó un solo Estado palestino (sin dividir Palestina) con una constitución laica y democrática donde cupiesen por igual judíos, árabes y cristianos con los mismos derechos y deberes, incluida, por supuesto, la libertad religiosa de todas las comunidades con el derecho de propiedad, uso y acceso a sus respectivos lugares de culto?

Pero, dada la voluntad de los vencedores de la Segunda Guerra Mundial de crear –pese a la oposición, por ejemplo, del general De Gaulle- el Estado de Israel en Palestina a través de una decisión de la ONU, ¿por qué los miembros del Consejo de Seguridad de la ONU no obligaron a Israel a integrar dentro de sus fronteras a los habitantes árabes de los territorios que le entregaron? ¿Por qué no contribuyeron, sobre todo, Estados Unidos, a reconocer y desarrollar el Estado palestino como lo hicieron con el Estado de Israel? ¿Por qué no crearon una fuerza de interposición que garantizase la convivencia entre ambos estados mientras se consolidaba la paz?

Pero, por encima de todo, ¿por qué desde la guerra de 1967 se ha permitido a Israel la permanencia en los territorios ocupados y la creación en los mismos de cada vez más numerosos asentamientos judíos? ¿Por qué Estados Unidos no obliga a Israel a cumplir las resoluciones de la ONU y por qué interpone su veto cada vez que la condena a Israel pretende ser algo más que retórica? ¿O es que acaso la influencia de Estados Unidos sobre Israel es más débil que la inversa, es decir, la de Israel sobre Estados Unidos? ¿No aparece toda la política norteamericana en Oriente Próximo subordinada a los intereses de Israel?

Desde luego, tras el fracaso de la visita del Secretario de Estado Powel a Israel y Palestina, incapaz de detener la cruel agresión de Sharon, suscribimos totalmente la afirmación del editorial de uno de los periódicos de mayor tirada nacional que, el 18 de abril, afirmaba: "Si el peso de un país se mide por su grado de influencia en lo que sucede, la superpotencia no es Estados Unidos, sino Israel".

Y en este contexto y con esta política de la potencia hegemónica –seguimos nosotros-, ¿se puede criticar sin cinismo la animadversión de los pueblos árabes hacia Estados Unidos? ¿Por qué rasgarse las vestiduras porque, en estas circunstancias - con la ONU sin capacidad para hacer cumplir sus decisiones, con Estados Unidos volcados a favor de Israel, con una Unión Europea incapaz ni siquiera de imponer sanciones económicas a su asociado Israel por más terrorismo de estado que ejerza, con unos regímenes árabes ineficaces voceadores – un pueblo masacrado recurra a cualquier medio que tenga a su alcance? ¿ Puede llevarse a alguien a la desesperación y, a continuación, acusarle de cometer actos desesperados? ¿Puede reducirse a alguien a una situación de inhumanidad y extrañarse, luego, de que reaccione inhumanamente? ¿Quién se cuida de curar la desesperada locura del pueblo palestino?

¿Puede cargarse sobre el pueblo palestino el peso de 3.000 años de historia de los judíos? ¿Pueden las vejaciones, persecuciones y muertes de que ha sido objeto el pueblo judío a lo largo de la historia servir de coartada al Estado de Israel para las vejaciones, persecuciones y muertes que él provoca?

Demasiadas preguntas sin contestar satisfactoriamente para un pueblo palestino invadido, despojado y destruido (cuando estamos escribiendo estas palabras, nos muestra la televisión las imágenes del "terremoto", con muchos centenares de víctimas, causado por el ejército de Israel en Yenín y Nablús), y demasiadas preguntas para cualquier persona medianamente honrada. Pero también muchas certezas sugeridas y confirmadas.

Sin embargo, por encima de toda explicación histórica y de acusaciones sin fin, el nudo gordiano es necesario cortarlo. Por eso nosotros nos atrevemos a hacer las siguientes afirmaciones y propuestas:

1º.- Hoy el pueblo palestino permanece ocupado por el Estado de Israel. Israel es un injusto agresor.

2º.- Israel debe retirar su ejército y sus asentamientos del territorio palestino.

3º.- Israel debe reconocer el Estado palestino en la integridad de sus territorios anterior a la guerra de 1967.

4º.- Israel, junto con la comunidad internacional debe buscar una solución justa al problema de los refugiados palestinos.

5º.- El Estado palestino y el resto de los Estados árabes reconocerán simultáneamente al Estado de Israel.

6º.- Estados Unidos y la comunidad internacional –la ONU-, incluso, si es necesario con la fuerza, obligarán a Israel y a la Autoridad Palestina a aceptar esta solución definitiva.

7º.- La comunidad internacional financiará económicamente la reconstrucción del Estado Palestino, al menos con la generosidad con que lo ha hecho con Israel.

Estas propuestas van siendo comúnmente aceptadas por la opinión pública internacional, a juzgar por lo que estos días se escribe y comenta.

Sin embargo nos tememos – y ojalá nos equivoquemos – que la solución no va a venir pronto. (Ahora mismo el Secretario General de Naciones Unidas ha propuesto al Consejo de Seguridad una fuerza de interposición que Israel se ha apresurado a rechazar).

Porque – entendemos nosotros – quizá la causa más profunda del enquistamiento de la confrontación y, por tanto, de la dificultad de su solución sea de tipo cultural; en concreto, la autocomprensión que de sí misma tiene hoy la sociedad judía (y no sólo la que vive en Israel, sino también la esparcida por otros países, especialmente la de Estados Unidos); y la autocomprensión también de sí misma que tenga la sociedad norteamericana.

En primer lugar, el pueblo judío debe decirse a sí mismo qué es ser judío y qué papel quiere representar en el mundo en cuanto distinto y contradistinto de los demás pueblos; qué ha hecho posible su permanencia como pueblo a lo largo de al menos dos milenios en medio de patrias y sociedades distintas; qué relación quiere mantener con el resto de los ciudadanos en países donde conviven con conciudadanos de otras culturas; qué relación existe entre el conjunto del pueblo judío y el Estado de Israel; qué primacía tiene vigencia, en los judíos ciudadanos de otros países, la de Israel o la del país del que son ciudadanos; qué misión – si es que creen tenerla - es la del pueblo judío en relación con el resto del mundo y cómo piensan que debe ejercerse, y si para ello necesitan ejercer algún tipo de hegemonía en el mundo.

En segundo lugar, el pueblo judío debe exponer clara y lealmente al mundo su propia autocomprensión y las consecuencias que para la convivencia y la paz se derivan o pueden derivarse de tal autocomprensión. Porque, hoy por hoy, el hecho innegable es que la presión del lobby judío es determinante en la política de Estados Unidos, y que éstos apoyan incondicionalmente al Estado de Israel. Y, ante este hecho, es legítimo preguntarse si, por parte de los judíos, se pretende utilizar su peso económico y político en la cabeza del imperio con fines de dominio; por ejemplo, para que Israel conquiste las famosas fronteras bíblicas, a lo que parece apuntar la política de Sharon. En definitiva, es necesario saber si el pueblo judío se apunta al carro del dinero y del poder para dominar a otros.

Y que no piense nadie que se nos ha caído de la memoria y de la conciencia el sufrimiento del pueblo judío, y, de modo especial, el holocausto llevado a cabo por el nazismo. Ante tal dolor, quizá, porque no puede expresarse con palabras, la actitud más adecuada sea la de los amigos de Job: días y noches en silencio como signo de dolor compartido, como expresión de la incomprensibilidad del sufrimiento del inocente, de todo inocente y como indicación de que las palabras que después pronunciarían no iban a ser las adecuadas.

Porque el pueblo judío debe universalizar su dolor – todos debemos hacerlo – hasta abrazar a todos los inocentes, violentamente muertos. Son millones – muchísimos – los muertos, sin culpa, en genocidios, guerras y persecuciones en los últimos tiempos de la historia humana. Más que la venganza, más que la justicia – diríamos – es necesaria la solidaridad universal con las víctimas de todo mal, para purificarlo y destruirlo, porque el verdugo, en definitiva, es víctima de sí mismo al destruir su propia dignidad y humanidad y sólo en el perdón de las víctimas cabe una común redención; pues, si la víctima busca venganza, en lo más profundo de su ser se convierte en asesino.

Es claro que una lectura continuada y acrítica del salmo 137 que tomamos como lema de este editorial induce al deseo de venganza, tanto más profundo cuanto más se haya dilatado en el tiempo la realización de tal deseo. Esperamos que, con los hechos, el pueblo judío manifieste que no es esa la "lección aprendida" de sus sufrimientos, sino la de la universalidad de la salvación y la paz de que aparece portadora Sión en el salmo 87: "Contaré a Egipto y a Babilonia entre mis fieles... El Señor escribirá en el registro de los pueblos: éste ha nacido allí".

De todas maneras ni de Caín es lícito vengarse, porque se lee en el Génesis: "Yahvé le dijo: si alguien matara a Caín, será siete veces vengado. Puso, pues, Yahvé a Caín una señal, para que nadie que lo encontrara lo hiriera".

Nuestra visión de la sociedad estadounidense la hemos manifestado en los editoriales y artículos de los números anteriores de esta revista.

Solamente, terminar diciendo que, si Estados Unidos, con mentalidad mesiánica, pretende imponer "su paz" desde el poder y la fuerza inmisericorde, secundado o impulsado en ello por el Estado de Israel, arrogante hasta el extremo con los pueblos vecinos, ambos han aprendido la lección equivocada y constituyen un gravísimo peligro para la paz mundial.

ACCION CULTURAL CRISTIANA. Sierra de Oncala 7, Bjo. Dcha. 28018 Madrid (España) Correo electrónico: acc@eurosur.org