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CULTURA PARA LA ESPERANZA número 47. Primavera 2002

Soldados israelíes que dicen no

Joseph Algazy

Le Monde Diplomatique

Marzo 2002



"Nosotros, oficiales y soldados reservistas miembros de unidades combatientes de las Fuerzas de Defensa de Israel, criados según los principios del sionismo, el sacrificio y la entrega por el pueblo y por el Estado de Israel, que siempre servimos en las líneas del frente y fuimos los primeros en asumir cualquier misión, difícil o fácil, para defender el Estado de Israel y para fortalecerlo. ( ... ) Nosotros, que hemos sentido cómo las órdenes que recibimos en los territorios [ocupados] destruyen todos los valores que nos fueron inculcados en este país. Nosotros, que entendemos que el precio de la ocupación es la pérdida del carácter humano del Tsahal [ejército israelí] y la corrupción moral de toda la sociedad israelí. Nosotros, que sabemos que los territorios no son Israel, y que finalmente habrá que evacuar todas las colonias. ( ... ) Nosotros no vamos a combatir más fuera de las fronteras de 1967 para dominar, expulsar, matar de hambre y humillar a un pueblo entero. Nosotros declaramos que continuaremos sirviendo en el Tsahal y cumpliendo cualquier misión que sirva a la defensa del Estado de Israel. Las misiones de ocupación y de represión no sirven a ese objetivo; no vamos a participar más en ellas."
 
 

La declaración, publicada por primera vez como carta en el diario Haaretz el 25 de enero pasado, y firmada entonces por 52 soldados y oficiales de reserva (1) va multiplicando las adhesiones hasta hoy. Mientras tanto, la iniciativa provocó una conmoción en todas las capas de la sociedad, empezando por el ejército, y desató un amplio debate que llegó al seno de la Knesset, el Parlamento israelí.

El mismo 25 de enero, el diario Yedioth Aharonot publicó testimonios de reservistas: Ariel Shatil, suboficial de artillería, relató cómo había descubierto que soldados de su unidad practicaban el tiro al blanco sobre personas inocentes. David Zonshein, teniente paracaidista, vio a sus camaradas apropiarse de casas por la fuerza y luego destruirlas. Ishai Sagi, teniente de artillería, había sido enviado para defender a colonos que golpeaban a los palestinos y quemaban coches en Cisjordania. Shoki Sadé, suboficial paracaidista, había oído a soldados de su batallón relatar con indiferencia como habían matado a un niño en Jan Yunes. Sionistas comprometidos, estos cuatro veteranos de las guerras libradas por Israel en Líbano se declaran dispuestos a cumplir con su deber de reservistas, pero no en los territorios ocupados, donde -explica el diario- "sintieron que perdían su dimensión humana. Desde entonces ya no aceptan callar. Su objetivo: crear un movimiento de rechazo popular que modifique el orden de las prioridades nacionales".

Nadie o casi nadie en Israel se engañó hasta el punto de pensar que el ejército podía reprimir la sublevación palestina sin cometer crímenes de guerra. Hasta el ministro de Transportes, el ex general de brigada Efrain Sneh, había advertido sobre los riesgos de escalada bélica seis meses después de iniciada la intifada: "Yo no iré con Sharon al Tribunal Internacional de La Haya" (2). Pero la opinión pública comprendió sólo gradualmente la dimensión de los abusos cometidos por el ejército en su guerra contra los palestinos, hasta que alcanzaron el paroxismo a mediados de enero de 2002 con la destrucción de varias casas habitadas en Rafah, al sur de la franja de Gaza. Los desmentidos del alto mando no convencieron a nadie.

Una semana antes se había realizado en Tel Aviv un debate sobre el tema ¿Tomaste el camino de La Haya? Ex coronel, ex piloto de combate, prisionero de guerra después de que su aparato fuera derribado en Egipto en agosto de 1970, durante la guerra de desgaste, el doctor Igal Shohat recordó en ese coloquio el veredicto del tribunal que condenó a algunos responsables de la masacre de Kfar Kassem (29 de octubre de 1956) y que legalizó la negativa a obedecer órdenes ilegales. Matar civiles intencionadamente es un crimen de guerra", declaró. Pidió luego a los soldados que se negaran a entrar en los territorios ocupados; a los pilotos que no aceptaran bombardear las ciudades y a los conductores de excavadoras que no destruyeran viviendas. Es decir, que cada cual en su terreno debía desobedecer las órdenes "cubiertas por la bandera negra de la ilegalidad".

"Hay personas que nunca ven la presencia de la bandera negra, ni siquiera cuando se asesina a un árabe atado de pies y manos. Otras la ven sólo cuando envejecen. Como yo: cuando era un joven piloto no me preocupaban los medios empleados." (3)

En medio de esa polémica, el ex general Ami Ayalon, ex jefe de la Marina de Guerra y particularmente ex jefe del servicio de seguridad, el Shin Bet, se sorprendió porque "rnuy pocos soldados desobedecen órdenes evidentemente ilegales. Ahora bien, matar a niños desarmados es una orden ilegal" (4). Esa gota colmó el vaso y desató el furor del establishment político-militar, decidido a fragmentar el movimiento. El general Shaul Mofaz, jefe del Estado Mayor, previno a todos los firmantes de la petición que serían presentados ante tribunales marciales y castigados si se obstinaban en negarse a servir en los territorios ocupados. Por su parte, su predecesor, el ex general Amnon Lipkin-Shahak, describió esa negativa como una brecha que podía derrumbar la muralla del Estado de Israel (5).

Un "monstruo catastrófico"

El movimiento apareció en Israel a finales de los años setenta, cuando algunos soldados se negaron, de forma individual, a servir en los territorios ocupados y luego en Líbano. Aquellos pioneros no imaginaban que años después sus hijos se hallarían en una situación similar. En abril de 1970, durante la guerra de desgaste entre Israel y Egipto, un grupo de estudiantes de secundaria dirigió, poco antes de su movilización, una carta abierta a la primera ministra Golda Meir, en la que le solicitaba que no rechazara ninguna posibilidad de paz. Durante el verano de 1980, veintisiete jóvenes anunciaron al ministro de Defensa Ezer Weizmann que se negarían a efectuar su servicio en los territorios ocupados: algunos de ellos fueron condenados a penas de prisión incondicional. En el verano de 1983, otros decidieron negarse a ir a Líbano y crearon la asociación Yesh Gvul (Hay un límite), que actualmente sigue en activo.

El primero en alentar a los objetores de conciencia fue el profesor Yechayalui Leibovitz (1903-1994), que ya en marzo de 1969 advertía a Israel de los peligros de la ocupación de territorios árabes y de la dominación de cientos de miles de musulmanes. Para Leibovitz, el Gran Israel era sólo un "monstruo catastrófico" que podría "pervertir al hombre israelí y aniquilar al pueblo judío" al "envenenar la educación" y "afectar la libertad de pensamiento y de crítica" (6). Años más tarde afirmó: "Si yo digo que esos jóvenes objetores de conciencia son verdaderos héroes de Israel, es porque se niegan a obedecer al Gobierno y al mando del ejército. Es decir, dos instituciones legales cuyas órdenes transforman el carácter del Estado de Israel, que no fue creado para dominar a otro pueblo. Los dirigentes civiles y militares quieren transformar el organismo político de la independencia nacional del pueblo judío en aparato represivo de un poder judío violento contra otro pueblo para imponer una fuerza judía, armada con hierro norteamericano, a todos los territorios situados más allá de la línea verde" (7).

Desde que se inició la represión de la actual intifada, Yesh Gvul apoyó a los soldados que se negaban a servir en los territorios ocupados hasta que, ante el hecho de que eran cada vez más numerosos, las autoridades condenaron a varios de ellos a penas de prisión incondicional. Pero la asociación también llevó adelante una campaña bajo el lema "La guerra para la defensa de las colonias judías en Cisjordania y en Gaza y de sus sicarios no es nuestra guerra", y propuso a los soldados firmar una solicitud en la que declaraban su negativa a participar en la represión del pueblo palestino y en la custodia de las colonias judías (8). En diciembre de 2001, Yesh Gvul dio un nuevo paso adelante al recordar a los soldados que "disparar sobre civiles desarmados, bombardear barrios poblados, participar en eliminaciones dirigidas, destruir casas, privar de provisiones, de alimentos o de atención médica, o destruir empresas, son todos crímenes de guerra". Invitaba por lo tanto a los reclutas y reservistas a responder: "Yo, no" (9).

Una asociación reciente, Nuevo Perfil para una Sociedad Cívica, difundió una petición de jóvenes estudiantes de secundaria, en la que se dirigen al primer ministro, al ministro de Defensa y al jefe del Estado Mayor, para condenar la política agresiva y racista del Gobierno y del ejército, y anunciar que se negarán a participar en la represión del pueblo palestino (10). Dos de los firmantes ya estuvieron en la prisión militar en enero de 2002.

Es evidente que la negativa ya no tiene nada de marginal. El fenómeno no sólo ha aumentado, sino que además afecta a nuevos sectores, como las unidades del ejército regular, en particular las de reservistas. En esas acciones participan no sólo simples soldados, sino también oficiales. Más allá de los jóvenes de extrema izquierda, de los no sionistas y de los pacifistas, el movimiento se extiende entre los israelíes que se definen como sionistas y que hasta hace poco participaban del consenso nacional sobre el tema: Right or wrong, my country ("Con razón o sin ella, es mi país").

El impulso que cobró el movimiento refleja una evolución más general de la opinión pública israelí. Muchos ciudadanos ya no quieren participar en los abusos cometidos en los territorios ocupados. Otros, de manera más general, rechazan la política del Gobierno actual en todos los terrenos, incluidos el económico y el social. Algunos sienten miedo o angustia, tanto frente a la resistencia armada de los palestinos como ante los atentados terroristas suicidas y contra civiles. Muchas personas que el año pasado votaron a Ariel Sharon se sienten defraudadas porque no ha cumplido de ningún modo su promesa de lograr la paz y la seguridad, sino todo lo contrario. Una parte de los electores laboristas considera una traición que dirigentes de su partido avalen, con su participación en el Gobierno, la temeridad de Sharon. Otros critican más ampliamente el fracaso de la izquierda, que no ha movilizado o no ha querido movilizar a la opinión pública contra la desastrosa política del Gobierno actual y del anterior. La crítica no exceptúa a los medios de comunicación, que, en su mayoría, están al servicio de las autoridades en lugar de asumir su misión de informar honestamente a los ciudadanos.

Una asociación judeo-árabe

Un movimiento contestatario trata de llenar ese vacío político. Participan en él fundamentalmente asociaciones de defensa de los derechos humanos (Médicos por los Derechos Humanos; Rabinos por los Derechos Humanos; el Comité contra la Destrucción de Casas B'Tselem; el Centro de Información por los Derechos Humanos en los Territorios Ocupados, Goush Shalom), a las que se ha unido un nuevo grupo judeo-árabe, Taayush, que en árabe significa "vivir juntos".

Taayush nació tras el inicio de la intifada de Al Aqsa. En pocos meses, la asociación logró movilizar a una nueva generación de jóvenes militantes que llevan a cabo actividades en Israel y en los territorios ocupados. Marcados por los trágicos acontecimientos de octubre del año 2000 -el asesinato de trece ciudadanos árabes por parte de la policía israelí-, esos jóvenes lamentaban que no existiera un grupo de acción combativo judeo-árabe que desafiara la política racista y segregacionista. A partir de ahí surge el objetivo de Taayush: desarrollar acciones masivas no violentas a partir de un núcleo local y sobre problemas concretos, para crear de ese modo una política alternativa judeo-árabe. Su objetivo se centra en detener la demonización de los palestinos y construir puentes de solidaridad para el presente y el futuro. Según los miembros de Taayush, para derrotar el miedo y el racismo hay que desarrollar una solidaridad directa, una alianza de base.

Hasta el momento, la asociación ha organizado ocho caravanas de camiones y coches particulares para llevar víveres a los poblados palestinos sitiados. Esas acciones se han preparado en coordinación con militantes palestinos locales (de los territorios ocupados). En numerosas ocasiones han tenido problemas para pasar los controles del Tsahal, que ha tratado, aunque en vano, de impedir por la fuerza que llegaran hasta sus interlocutores palestinos. El verano pasado, 400 militantes de la asociación participaron en un campamento de trabajo voluntario judeo-árabe de tres días, en el poblado árabe-israelí de Dar Al Hanun, donde acondicionaron una carretera y construyeron un espacio de juegos para los niños (11).

Si durante meses el Gobierno y el ejército israelí se habían encarnizado con los palestinos de los territorios ocupados sin hallar resistencia significativa en la sociedad israelí, esa página negra parece haber quedado atrás. Un movimiento pacifista se opone de manera cada vez más intensa a esa política temeraria y trae consigo la esperanza de ver brillar, al final del túnel, esa luz que tanto necesitan tanto Palestina como Israel.
 
 

(1) www.seruv.org.il

(2) Yediot Aharonot, Tel-Aviv, 20-4-2001.

(3) Haaretz, Tel-Aviv, 18+2002. Salvo indicación particular, todas las citas son extraídas de Haaretz.

(4) Primera cadena de televisión, Tel-Aviv, 1-2-2002

(5) Segunda cadena de televisión, Tel Aviv, 2-2-2002

(6) 16-3-1969.

(7) Yechayahu Leibovitz, La mauvaise conscience d’Israë1, Entretiens avec Joseph Algazy, Le Monde-Editions, París, 1994.

(8) 1-12-2000

(9) 9-12-2001

(10) 6-9-2001

(11) www.Taayush.tripod.com

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