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CULTURA PARA LA ESPERANZA número 49. Invierno 2002.

Militancia responsable

 

Este editorial está dirigido fundamentalmente a creyentes, aunque puede servir mucho a militantes no creyentes para conocernos, para valorarnos -si algún valor encuentran en nosotros y -lo que es más importante- para poder colaborar juntos en la implantación de la Justicia y la Paz. Al final, algo diremos que nos afecta, y mucho, a todos los militantes y movimientos, creyentes y no creyentes.

Como introducción, y para hacernos pensar, comencemos con una cita textual y la breve narración de un mito.

Escribe uno de los más prolíficos autores católicos actuales:

"Esto (la situación de los pobres y oprimidos) la llevará (a la Iglesia)a una denuncia profética desde aquel que ha vencido al mundo. Para eso realizará actos de protesta (sentadas, encierros, bloqueos, devolución de documentación, etc.):si Benetton usa el dolor de la gente en su publicidad, no compremos esa marca de ropa; si MacDonald realiza talas de selva en el Cono Sur americano para trasformarlas en pasto para su ganado, vayamos a otro establecimiento; si Fa usa la desnudez de la mujer para vender convirtiéndola en carne de mercadería, pasemos a otro desodorante. Hay indignidades en comisarías, hagamos sentadas ante ellas; existen parados y explotados, encerrémonos en fábricas, en iglesias; hay extranjeros pobres perseguidos por serlo, interpongámonos; hay abortos, luchemos contra ellos; hay presos indignificados en el trato, vayamos a protestar a las puertas de la cárcel; etc."

Con criterio muy distinto, frente a esta multiplicación de continuos, reiterados y diversos esfuerzos, cuenta la Mitología cómo Hércules, obligado a limpiar los establos de los numerosos rebaños del Rey de la Elide, Ausias, que nunca se preocupó de que se limpiaran, resuelve el problema derivando hacia los establos los ríos Alfeo y Peneo. Ciertamente -comentamos nosotros-, a carretillas, aún estaría Hércules sacando estiércol.

Los efectos o las causas, lo personal o lo institucional, las ramas o la raíz de los problemas, la trasformación social o la reivindicación, la diversidad y diversificación de frentes o concentración en lo esencial y determinante; unidad de acción o descoordinación de fuerzas. He aquí el perenne dilema de la militancia, de toda militancia.

Efectivamente, en estos momentos se constata -creemos nosotros- en los ambientes cristianos -y en los no cristianos- una desmesurada atomización de la militancia entendida ésta en sentido amplio: multitud de asociaciones desconectadas en su quehacer, aun coincidiendo en principios muy generales. Parroquias, órdenes religiosas, movimientos apostólicos, etc. tienen, por ejemplo, grupos de Justicia y Paz, pero operativamente aislados.

Además, tales asociaciones o grupos están casi en su totalidad dedicadas a lo asistencial a través del voluntariado; a lo sumo, a la promoción individual o local, con poca visión de universalidad; agotadas, en tiempo y recursos, en acudir a taponar las inmediatas e infinitas necesidades humanas, sin aliento para atacar las causas de tales necesidades, originadas, con harta frecuencia, por situaciones de injusticia.

Por lo demás, la minoría de ellas, la que llega a lo que llaman acción política, se orientan en gran medida a dirigir peticiones a los poderosos y a los gobiernos para que remedien las injusticias que ellos mismos cometen; aceptando casi unánimemente las bases del actual sistema económico y político, por lo que, generalmente, se quedan en el solo ámbito de la reivindicación, no de la trasformación social.

Asimismo, aparecen, en general, como poco seglares; en el sentido de que no asumen el propio y específico compromiso en el mundo, sin estar siempre al arrimo de la Jerarquía; de modo que, a veces, las críticas que la dirigen dan la impresión de estar motivadas porque la Jerarquía no asume el papel que en buena lógica les correspondería a ellas.

Por eso, ni se asumen compromisos económicos y socio-políticos coherentes con criterios auténticamente cristianos ni, cuando se toman, se tiene la valentía de revisarlos lealmente con otros. De ahí, por ejemplo, que, habiendo muchos cristianos en diversos partidos políticos, no haya un lugar de encuentro entre ellos donde se revise cómo cada uno promueve en el suyo las exigencias evangélicas en que, por coherencia con la fe, debieran coincidir. Lo cual es evidencia clara de que priman los intereses personales y de partido por encima del compromiso cristiano. Es el reverso de la sentencia evangélica:"Buscad primero el Reino de Dios y su Justicia y todo lo demás se os dará por añadidura".

En este orden de cosas, dos realidades creemos postergadas o abandonadas por parte del asociacionismo cristiano actual, y las dos fundamentales en la concepción integral de la militancia cristiana: primero, la obligatoriedad moral de todo seglar en el compromiso con las realidades sociales -y, esto, en la medida de lo posible, de forma permanente y organizada-, y segundo, la primacía de los valores evangélicos sobre cualquier realización concreta de organización social; de todo lo cual se deriva asimismo la obligatoriedad moral de revisar con los demás comprometidos cuanto se está realizando.

Ambas cosas -compromiso con el mundo y revisión cristiana- fueron y son claves y fundamentales en la militancia seglar cristiana, y a ellas debería conducir toda formación de militantes.

El descuido de estas dos realidades, unido a la falta de visión universal de los problemas, tal vez, explique mucho del raquitismo de la militancia cristiana.

Es verdad que hoy se pone el acento en la vida comunitaria de los seglares. Y nosotros somos testigos del esfuerzo por crear comunidades parroquiales y de otro tipo en los ambientes en que nos movemos. Valoramos el sentido de amistad que tienen y el apoyo mutuo en la vivencia y confesión de la fe; pero, la mayoría, sin dimensión misionera y de compromiso seglar, se cierran, por falta de horizonte, sobre los propios miembros y los problemas intraeclesiales. Suelen caer en un pietismo esterilizante. Les asusta la acción socio-política y la radicalidad de la virtud de la pobreza y sacrificio que tal acción lleva consigo. Comunidades, en fin, para las que prima el propio bienestar espiritual por encima de la angustia y urgencia del sufrimiento ajeno

Las asociaciones culturales, muy centradas en la crítica del sistema e incluso en la propuesta de modelos alternativos, no acaban de lograr que sus miembros autentifiquen en el compromiso socio-político los criterios y valores que teóricamente defienden. Además, al no elaborar sus teorías para un amplio movimiento social operativo, pueden caer en la abstracción, el idealismo o la repetición, pues no contrastan su trabajo teorizante con la práctica militante del movimiento o movimientos sociales.

Para que la militancia cristiana -diríamos, dando un paso más adelante- sea completa y, por lo mismo, auténtica, ha de llegar hasta el orden institucional, donde se encuentran tanto las "estructuras de pecado" como las de cooperación y solidaridad. Esta es la prueba de que todos los demás aspectos de la militancia seglar son auténticos .Ciertamente, es necesaria una conversión personal donde, como estilo de vida, se practique la pobreza (que da), la humildad (que recibe) y el sacrificio (que se ofrece en negación de sí mismo). Sin pobreza, humildad y sacrificio no hay cristiano auténtico.

Ciertamente, esas virtudes piden a gritos vida comunitaria-por supuesto, al menos, la que está avalada por el sacramento del matrimonio-. Pero la vida comunitaria, si no quiere aburguesarse, ha de estar toda ella, si está compuesta por seglares, al servicio del Reino en la "consagración del mundo", entendida como el esfuerzo constante por acercar cada vez lo más posible el orden institucional de la sociedad a modelos conformes con las exigencias evangélicas, que no son otras que el servicio fraterno a todos los hombres desde la perspectiva de los pobres.

Y la estructura de la sociedad -especialmente en el ámbito socio-económico y socio-político, pero también en otros- son las normas y leyes establecidas que, como cauces jurídicos de vida colectiva, la moldean a ella y a los ciudadanos que la componen.

Es verdad que hay que crear, alimentar y difundir en la sociedad criterios, valores y formas de vida alternativos al sistema y vivirlos con fidelidad, y, por ello, deben ser bienvenidas las asociaciones y movimientos culturales. Pero, si no hay suficientes militantes trabajando simultáneamente en el orden institucional, entonces los cauces de vida colectiva a que nos referimos "deformarán" constantemente-y a veces pervertirán-los esfuerzos que se hagan por vivir cristiana y militantemente en el orden personal y ambiental.

En definitiva, lo que queremos decir es que un movimiento seglar cristiano, incluso concebido en su misión más amplia, debe conseguir -y. para ello, antes ha de proponérselo- que el militante se instale al mismo tiempo en una triple dimensión: conversión personal, presencia cultural en la sociedad y compromiso socio-político institucional.

Ya sabemos que cada persona dará más de sí en una dimensión que en otra, pero ha de estar en todas y de forma coherente. Por eso, los movimientos seglares han de cuidar con igual intensidad las tres, y, para ello, deben disponer de tres clases de utillaje formativo: el orientado a lograr y mantener la conversión personal y la vida comunitaria; el orientado a la penetración cultural en la sociedad, y el orientado a la alimentación, iluminación y revisión del trabajo de los militantes y sus asociaciones en el campo institucional.

Afectando a este tema de la culminación de la militancia en el compromiso institucional, está la conveniencia y necesidad de colaborar con otras personas o grupos no cristianos o no creyentes. No vamos ahora a desarrollar este tema. Ya sabemos que, al menos desde el Concilio Vaticano II, es doctrina común que se debe buscar, aceptar y ofrecer esta colaboración, en la creencia cierta de que a toda persona de buena voluntad el Señor la ayuda con su gracia y de que todo valor auténticamente humano es, por lo mismo, cristiano. Por eso la colaboración es necesaria y no debe eludirse.

Donde se plantea el problema es en si hay algo "específico y propio" que el cristiano pueda y deba aportar en esta colaboración. Pues, con frecuencia, se tiene la impresión, cuando observamos cómo colaboran determinados grupos de cristianos en los movimientos sociales de tipo cívico, de que no se distinguen en nada de los que no son cristianos ni creyentes ni en cuanto a motivaciones, ni en cuanto a fines, ni en cuanto a medios; lo que, en buena lógica, nos llevaría a deducir que la manifestación de Dios en Jesucristo, para ellos, es irrelevante e innecesaria, cuando no inútil, en el campo social; perfectamente, por tanto, prescindible.

Nosotros sí creemos que la visión y el comportamiento cristiano tiene mucho que decir tanto en motivaciones como en fines y medios, aunque tampoco ahora podemos desarrollar ampliamente el tema. Únicamente afirmar que el descubrimiento -y la vivencia- del componente participativo-inclusivo y sacrificial-oblativo del compromiso cristiano en la lucha contra la injusticia-pecado revolucionaría la práctica de tal compromiso y sería verdaderamente novedoso. El cristiano no puede actuar contra la injusticia (y contra los injustos) sin sentirse en comunión tanto con las víctimas como con los verdugos. Su actitud debe ser ante todo martirial: ofreciendo su dolor y sangre por asumir como propio el dolor de la víctima y el pecado del verdugo. Lo que no se asume como propio, no puede redimirse.

"Porque, cuando todavía éramos débiles, Cristo a su tiempo murió por los impíos. En verdad, apenas habrá quien muera por un justo; sin embargo, pudiera ser que muriera alguno por uno bueno; pero Dios probó su amor hacia nosotros en que, siendo pecadores, murió Cristo por nosotros". Estas palabras de Pablo a los romanos, sinceramente asumidas, alejan toda tentación de odio y violencia, y, al mismo tiempo, universalizan y radicalizan la lucha por la justicia, porque no excluye a nadie y busca conjuntamente el cambio de las estructuras y la renovación del corazón de las personas.

Después de todo lo dicho, es preciso señalar ahora otro de los elementos -tal vez el más importante desde el punto de vista operativo- que determinan la correcta concepción y práctica del Compromiso Seglar Cristiano: lo que pide y exige la situación de los pobres; en estos momentos, situación de máxima injusticia. Si no se responde de manera adecuada e esta situación, no hemos llegado al verdadero compromiso.

Los pobres hoy están sometidos, tratados de modo cruel e injusto por el sistema liberal neocapitalista que domina, con voluntad de imperio, desde el pensamiento y la conciencia hasta las estructuras económicas, sociales y políticas, cristalizadas en rígidas normas y sostenidas con toda clase de violencias. Es lo que entendemos por globalización, y que ahora no vamos a describir porque ya todos tenemos un análisis de ella más o menos coincidente y de ella hablamos en el anterior editorial de esta revista. La lucha contra este sistema -insistimos- es para nosotros en estos momentos lo más importante y acuciante a realizar en favor de los pobres.

Con todo esto, no estamos juzgando de forma negativa el múltiple esfuerzo de muchas personas y grupos de buena voluntad en favor de la promoción individual y colectiva de los pobres; ni tampoco las realizaciones y concreciones de vida alternativa al sistema en pequeños grupos, en ciudades o en comarcas enteras (pensamos en Porto Alegre, en la difusión de los minicréditos, en las empresas mixtas de productores-consumidores del Tercer-Primer Mundo, en el Proyecto de Ley de Economía Alternativa de Colombia, etc.). Tampoco podemos rechazar -es evidente- los grupos del primer mundo que viven su militancia en pobreza comunitaria.

Lo que afirmamos es que el sistema -asentado sobre sus dos cimientos de la propiedad privada ilimitada y de los derechos sagrados del dinero- tiene fuerza suficiente para anular o reducir a la insignificancia todo lo anterior si no se le ataca en su propio santuario, que no es otro que todo el sistema legal que defiende y fortifica los cimientos aludidos. Si no se quita la losa de la legalidad vigente, el sistema, a pesar de las concesiones que otorgue o se le arranquen, se reproduce con nuevos bríos y la promoción de los pobres difícilmente puede levantar cabeza. Hay que levantar esa losa. Y no cumplimos con menos los militantes del Mundo Rico que formamos con nuestra vida e instituciones esa losa que oprime a los pobres.

Por todo ello, en la situación actual, veríamos con buenos ojos la existencia de un amplio movimiento seglar cristiano que tuviera por finalidad, por una parte, unir criterios y compromisos en orden a la Justicia y la Paz (la injusticia y la guerra son hoy los instrumentos para la destrucción de los pobres) desde criterios y comportamientos específicamente cristianos y, por otra, colaborar con cuantas personas de buena voluntad se encuentran en la misma lucha e, incluso, nos sobrepasan en ella. Debería tener, por tanto, este movimiento dos vertientes: unión entre cristianos y colaboración y participación con otros no confesionalmente cristianos.

Cabrían -y deberían estar- los militantes institucionalmente comprometidos en la economía, la política o los movimientos sociales, los dedicados al estudio y la reflexión y cuantos están insertos en experiencias de vida alternativa al sistema.

Comenzar a poner en marcha un movimiento de este tipo no nos parece difícil ni complicado (otra cosa es hasta donde se pueda llegar). Con los actuales medios técnicos de comunicación bastaría un reducido equipo de personas capaz de pedir información a cuantos de alguna manera trabajan por la Justicia y la Paz, de dar a conocer a unos y a otros lo que hacen los demás y, a partir de ahí, tratar de que se realicen encuentros para escucharse, intercambiar experiencias e ir concretando lo que se puede hacer juntos y en colaboración con los demás.

Todo cuanto antecede puede a muchos parecer utópico. Pero las exigencias del Evangelio y el servicio debido a los pobres deben convertirlo en realidad. Nosotros somos hijos de la Esperanza.

Prometimos al comienzo decir algo más directamente vinculado a la militancia general no confesional e, incluso, no creyente. El tema: "diversidad de intereses y unidad de acción", merece tratarse aparte. Lo haremos en el próximo número.

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