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CULTURA PARA LA ESPERANZA número 50. Invierno 2003

Diversidad de intereses y unidad de acción

El capitalismo neoliberal, en su actual etapa de "globalización", camino lleva de concitar contra él el consenso unánime de la mayoría de la humanidad.

Contra él están quienes tienen conciencia ecológica y contemplan la constante polución y destrucción del hábitat humano, por todas partes y de muy diversas maneras "chapapoteado"; contra él, los conscientes de hasta qué punto ha degradado la dignidad del trabajo, ha destruido la cultura de justicia y solidaridad del movimiento obrero y ha expulsado a las tinieblas del paro y la exclusión a dos terceras partes de la humanidad; contra él, los defensores de la igualdad, la justicia y la fraternidad que comprueban en todos los órdenes la tremenda distancia y los terribles enfrentamientos entre los hombres; contra él, los defensores de los derechos humanos, nunca tan general y vilmente conculcados, hasta reducir a la nada la innata libertad de todo ser humano; contra él, los pacíficos que observan atónitos la continua y progresiva escalada de violencia, siempre aneja al sistema; contra él, los continentes de la pobreza: América Latina, África, gran parte de Asia, indefensos contra la voracidad de las multinacionales y la soberbia de las finanzas; contra él, los demócratas que perciben cómo todo el poder de decisión, tanto político como económico, pasa a manos privadas para engordar beneficios (ya ni la educación ni la sanidad, ni elementos tan vitales como el agua –en cuyo año estamos- se libran de la privatización); contra él, los hombres de la cultura, a la que con fórceps se la quiere introducir en el lecho de Procusto norteamericano; contra él, los defensores de la justa autonomía de las naciones, cada vez más sometidas al imperio de un único país en manos de lobbys económicos con brotes racistas; contra él, los juristas y personas de recto corazón que anhelan un Tribunal Penal Internacional que juzgue a todos los criminales de lesa humanidad; contra él, quienes añoran una Organización de Naciones Unidas libre de vetos y volcada en la justicia y la paz; contra él, quienes apuestan por el hombre antes que por el dinero; contra él, quienes no se dejan narcotizar por el consumo, placentero y embriagador pero alienante; contra él, todas sus víctimas que con su sangre claman al cielo y exigen redimir la tierra.

Si alguien desea conocer y consultar el elenco exhaustivo de los agravios que la tiene contra el actual sistema, acuda a las actas del Segundo Foro Social Mundial, celebrado en Porto Alegre al comienzo del año 2002, y tenga en cuenta las asociaciones y personas que concurrieron, los seminarios que se celebraron y las manifestaciones que se llevaron a cabo. Esté atento, además, al desarrollo del Tercer Foro Social Mundial a celebrar también en Porto Alegre, del 23 al 28 de enero del 2003.

Estudiar cuanto allí se dijo –y en otros muchos foros y encuentros- sobre las perniciosas consecuencias del sistema, dará veracidad a los párrafos anteriores, que a más de uno –sobre todo entre los inconscientes y usufructuarios del sistema- podrían parecerle sólo literatura. De todas maneras estamos –según prometimos- escribiendo para personas con un mínimo de conciencia y vida militante, o que aspiran a ello.

Es evidente, pues, para muchísimos millones de personas, que para bien de la humanidad el sistema debe desaparecer. Y cada uno, cada grupo, cada clase o cada pueblo encuentra sus razones par combatirlo, razones derivadas, por lo general, de los daños y perjuicios concretos que del sistema reciben. Ahora bien, si es cierto que la razón última o el mal más profundo que el sistema causa es el mismo para todos, puede no aparecer como tal en su esencial identidad –la violación de la persona humana-, y cuando el mal se percibe sólo en sus efectos, y se cae en el espejismo de creer que los males causados son diversos para cada uno y también las razones para combatirlo; lo que dará lugar a diversas estrategias entre los perjudicados, no siempre coincidentes, y a veces hasta encontradas.

Tratemos de hacernos entender reflexionando sobre lo concreto. ¿Arremete el sistema de la misma manera a los campesinos sin tierra de Brasil, a los campesinos polacos y a los agricultores franceses? La agresión al pueblo indígena de Guatemala ¿es homologable con la situación de los pueblos de los Grandes Lagos del centro de África? La explotación a que son sometidos los cafetaleros de Perú o Nicaragua ¿es del mismo género que la sufrida por los obreros de la Fiat? La dominación sobre el pueblo palestino por parte de Israel y la del pueblo kurdo por parte de Turquía ¿son idénticas? La libertad de comercio, propugnada y reglamentada por la OMC, ¿tiene los mismos efectos en Alemania que en Nigeria?

Mientras los campesinos de Brasil –concretamos- centran su interés en sobrevivir y los polacos en ser homologados en su status con sus socios europeos, los franceses defienden su situación del privilegio en la PAC (Política Agraria Común), aun cuando sobre ellos gravite también la presión de las empresas que les proporcionan, por ejemplo, abonos y maquinaria y la de las grandes cadenas de distribución, ambas cosas en manos de multinacionales.

Parecería, pues, que al ser distintas las agresiones del sistema a los distintos colectivos, naciones e incluso continentes, tendrían que ser distintas en cada lugar y tiempo las tácticas y la estrategia frente al sistema.

Lo cual –creemos nosotros- entraña serios riesgos.

En primer lugar, se pueden dar motivos para enfrentamientos de intereses entre las mismas víctimas del sistema y para la defensa de corporativismos enmarcados de justicia. Resulta a este respecto paradigmática la diversidad de intereses entre los campesinos de la UE –especialmente los franceses- y los de Africa, por ejemplo. La apertura de los mercados europeos a los productos agrícolas del Tercer Mundo perjudica al estatus de los campesinos europeos y, por tanto, a sus intereses. Un conflicto semejante se vivió entre nosotros entre las razones de los ecologistas y las de los obreros de la empresa contaminadora de Aznalcollar.

¿Qué favor más grande se le puede hacer al sistema que el que las víctimas luchen y se enfrenten entre sí?

Un segundo riesgo cuando no hay una estrategia común es que el sistema puede ir uno a uno desarticulando los focos de resistencia, mejorando su propia estrategia de sometimiento y matando la esperanza de una eficaz contestación.

Y un tercero sería la imposibilidad de una acción conjunta, universal, simultanea, propositiva y eficaz que parase en todas partes los pies al sistema.

Sabemos, ciertamente, que entre los movimientos sociales goza de general aceptación la idea de que, en estos momentos, es preferible la multiplicidad y diversidad de acciones, según el talante, la sensibilidad y la conciencia de cada colectivo y las circunstancias de lugar y tiempo.

En modo alguno negamos nosotros –seríamos, además, ingenuos olvidando las espontáneas reacciones humanas- ni la oportunidad ni la necesidad de tales acciones. Lo que sí afirmamos con rotundidad es que solas, sin una orientación, sentido o finalidad explícita común no son suficientes. Necesitan ser reductibles a unidad.

Frente a una estrategia unitaria y de manera unánime aceptada por los defensores y beneficiarios del sistema (desregulación, privatización, maximización de benéficos, ruptura de toda frontera legal y espacial, etc.) se necesita una idea fuerza y un objetivo común que dé sentido unitario a toda acción por local y reducida que sea.

Definitivamente, desde los intereses de cada grupo no puede atacarse –y menos vencer- al sistema. Los intereses siempre son germen de enfrentamientos y en el mejor de los casos de corporativismos.

Tal vez, por ello, el segundo Foro Social Mundial de Porto Alegre resultó tan parco a la hora de las propuestas; quizá para no manifestar divergencias graves y mantener la sensación de unidad.

La idea-fuerza y el objetivo común frente al sistema –entendemos nosotros- deben ser las Derechos humanos y la exigencia de su respeto y cumplimiento para todas las personas a favor de todas las personas. Pero con dos precisiones claras y esenciales:

La primera es que se respete la natural jerarquización de los mismos. No todos los derechos están al mismo nivel. El primero es el derecho a vivir y el derecho, por tanto, a cubrir las necesidades vitales para que dicho derecho sea efectivo. El derecho, por ejemplo, a vivir de un keniata con vida está muy por encima del ¿derecho? De un científico o de una empresa a beneficiarse del descubrimiento de un determinado medicamento. El derecho a una vivienda de una familia que ocupa una favela o una chabola convierte en injusta la mayoría –más bien todas- de las segundas viviendas y chales que tanto proliferan en nuestros países ricos, por lo demás tan hipócritamente "oenegeneados".

Mientras alguien no pueda vivir con segura dignidad, son cuestionables todos los derechos de todos los demás. (Ya sabemos que muchos, para zafarse de este planteamiento, defienden más o menos explícitamente que sólo los ricos tienen derecho a reproducirse y que los pobres sobran).

Y segunda precisión, derivada de forma necesaria de la primera: el punto de referencia, a la hora de examinar el cumplimiento de los derechos humanos, deben ser siempre los últimos, los situados más abajo en lo que ha venido a llamarse escala social. En forma de principio avanzamos la siguiente formulación: "Toda lucha que esté orientada a que se respetan los derechos de los últimos es legítima; toda lucha que dificulta o impide los derechos de los últimos es ilegítima, es más, deviene injusta".

Cualquier Foro Social Mundial que se precie lo que debe examinar son las necesidades, las carencias de los últimos, y, a partir de ahí, poner en marcha una verdadera estrategia mundial. Todo otro punto de partida distinto conduce al afianzamiento del sistema. Éste negociará siempre, para apaciguar, con los que puede homologar y absorber, pero nunca para solucionar el problema –los problemas de los pobres- (Por cierto, desde el punto de vista de los pobres de Venezuela, ¿alguien puede encontrar lógica –a pesar de todas las trapacerías de Chaves- la estrecha unión, incluso organizativa, entre la patronal nacional y el sindicato nacional del país?).

No le demos vueltas. No hay intereses legítimos mientras haya necesidades perentorias sin satisfacer. Afirmar otra cosa es reconocer que no todas las personas gozan ni deben gozar de la misma dignidad y, al mismo tiempo, socavar los cimientos para una ética y moral social a escala mundial.

La conciencia de universidad, prueba de la nueva civilización que está alboreando, nos exige a todos aprender a ver nuestra propia realidad integrada en las múltiples interrelaciones que tiene con un universo entero. Para lo cual hay que salir del cerco –en su significado de asedio- de nuestros intereses, descubrir cómo son nuestras las necesidades ajenas y por qué es necesario combatir por otros.

Es preciso salir de los intereses corporativos y abrir la militancia, superando incluso el yo colectivo de nación o continente, al horizonte del mundo. He aquí un empeño, largamente acariciado y nunca de modo satisfactorio cumplido, del viejo movimiento obrero, y un buen campo de experimentación para la pedagogía militante. ¡Cuantas batallas perdidas por cortedad de miras! Y ahora mismo, ¿por qué no surge, por ejemplo, un sindicato internacional de empresa con todos los obreros de distintas naciones y continentes que trabajan en la Shell?.

Campo, decimos, para la pedagogía; pero más aún para la mística militante: ¿Cuál es la palanca, el resorte, las motivaciones, la realidad profunda que habita –o debe habitar- la conciencia del militante –y de asociaciones de militantes- hasta hacerle "salir de sí mismo" y entrar en comunión con los otros, con los pobres y sus necesidades, exigencias y dignidad, y esto, con lucidez, generosidad, fortaleza y alegría?

Este es el reto. No abordarlo es introducirse en el callejón sin salida de los conflictos de intereses que, a medida que se van profundizando y ocupando más ancho campo, terminan en guerras que siempre pierden los débiles y los pobres.

La debilidad de la actual resistencia al sistema está, sin duda, muy relacionada con la dificultad de coordinar las luchas parciales de grupos y naciones para que converjan en el objetivo de hacer justicia a los pobres. Y aquí hay mucha autocrítica que hacer por parte de las asociaciones políticas y sindicales de los países ricos –incluidas las autoproclamadas de izquierda-, que no han asimilado como es debido hasta qué punto nuestro relativo bienestar es fruto en buena parte de la colonización y explotación económica de los países pobres por parte de nuestras empresas y gobiernos, y que no han comprendido que, aplicando una mínima justicia distributiva a escala mundial, nuestras sociedades tendrían que aportar mucho, en bienes y dinero, a las sociedades pobres.

Por lo demás, falta hoy –y se echa de menos, una auténtica internacional de los pobres o, al menos, que trabaje desde su perspectiva. Tal vez, desde esa perspectiva sí podrían encontrarse objetivos comunes a trabajar por todos en todas partes. Por ejemplo, luchar todos por una renta básica universal que, según circunstancias y lugares, cubra las necesidades básicas de toda persona. Promover para ello una sustantiva trasferencia de bienes de los países ricos a los países pobres, comenzando con la abolición de la deuda. ¿Por qué lo que se hizo en Europa con el plan Marshall no puede realizarse ahora a escala mundial? Presionar para que se reduzcan los gastos militares y el dinero se destine a suprimir la pobreza en el mundo. Desmitificar la globalización y romperla, reasignando a cada país, región o continente los recursos de que disponen y que hoy están en manos des sistema financiero y las multinacionales, siguiendo las leyes de la subsidiaridad y suplementariedad. Romper el secreto bancario y los paraísos fiscales, colocando el dinero bajo las leyes justas de los países y gravando debidamente sus beneficios. Etc.

En el orden político, dando por supuesta una mayor participación responsable de los ciudadanos en la vida pública, fruto de una adecuada sensibilización, internacionalmente hay que atreverse a proponer la democratización de la ONU, la desaparición del BM (Banco Mundial), del FMI (Fondo Monetario Internacional) y de la OMC (Organización Mundial de Comercio).

Pero no queremos continuar más por este camino. Lo dicho sirva de ejemplo de cómo, si hay voluntad, pueden buscarse muchos objetivos comunes a escala mundial para cuantos quieran oponerse de veras al sistema. Simplemente invitamos a pensar y ... a actuar.

De todas maneras, la debilidad de la actual resistencia al sistema acusa –nos parece a nosotros- un problema de estrategia, mucho más que de objetivos. Es más un problema de caminos más que de metas. Cómo y por donde llegar y con qué provisiones para el camino.

La violencia y/o la conquista del poder político eran los dos caminos –por los que, a veces, había que caminar a la vez- recorriendo los cuales se pretendía que la revolución acabara con el sistema. Ahora bien, desde la caída de la URSS, el fracaso de las guerrillas latinoamericanas, el enquistamiento del régimen cubano y la aceptación del capitalismo económico en China, se ha producido un notable desconcierto entre los partidarios de un cambio sociopolítico radical y en profundidad y aún no se ha encontrado una nueva estrategia en la que comulgar al menos la mayoría de los grupos y movimientos opositores.

En algunos grupos aún queda una sedicente añoranza de la violencia y sus virtudes. Algunos –los menos- justifican (que no es lo mismo que explicar y analizar) incluso los actos de terrorismo como respuesta a situaciones gravemente injustas o criminales. Todavía esperan algo positivo de la espiral de acción y reacción de la violencia.

Otros muchos, más partidarios de hacer los cambios desde el poder, comprueban día a día cómo los cauces existentes de participación política, con el corsé del llamado Estado de Derecho tal como ha sido plasmado en las constituciones y leyes vigentes, ahogan por asfixia todo intento y esfuerzo de auténtica reforma. La lucha política por parte de quienes pretenden defender las necesidades del pueblo, es percibida como el suplico de Sísifo, siempre subiendo la piedra por la montaña para que al final vuelva a caer rodando. Por eso, con frecuencia pasan de las instituciones. Se unen a las denuncias, pero viven al margen en la creencia de que el sistema caerá cuando se deje positivamente de apoyarle, y algunos, llevados por un fatalismo optimista creen y esperan que el sistema explosionará por sí solo.

Los más conscientes toman en serio el desenmascaramiento del sistema, hacen comprender a quien quiere escucharles cómo bajo toda forma de opresión se encuentran la cultura y la estructura del sistema. Estudian, organizan encuentros a todos los niveles, se manifiestan y protestan entre la fiesta y la tragedia. Rechazan la violencia y alientan todas las luchas regionales y sectoriales que dificulten el funcionamiento del sistema. Pero todavía no ha alumbrado una estrategia común de validez universal, y que vaya más allá de la violencia por una parte, y de la sumisión a las reglas políticas del sistema.

Tal vez habría que pensar en una estrategia política de desobediencia civil compartida, visibilizada en un masivo voto en blanco en todas las elecciones que el sistema promueva, y hasta tanto no se haga justicia a los pobres en el sentido arriba indicado.

Desobediencia activa y descrédito de la política al uso no son caminos fáciles en nuestras sociedades ricas donde la seguridad de los poseedores y propietarios está por encima de la justicia y la vida de los pobres.

Insistimos en preguntar y preguntarnos si no es el tiempo de volver los ojos a Mahama Gandhi, a Martín Luther King, a Oscar Romero. Pero ¿quién tiene vocación de mártir?

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