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CULTURA PARA LA ESPERANZA número 50. Invierno 2003

Nunca más

Arundhati Roy

GuardianWeekly

3 al 9 de octubre de 2002.

 

Recientemente, quienes han criticado las acciones del gobierno de los Estados Unidos (incluida yo misma) han sido llamados "antiamericanos". El antiamericanismo está en camino de ser consagrado como ideología. El término se utiliza habitualmente por el establishment americano para desacreditar y, no con falsedad pero si, digamos, con imprecisión, definir a sus críticos. Una vez alguien es etiquetado de antiamericano, lo más probable es que será juzgado antes de ser oído y que el debate se perderá en la confusión del honor nacional lastimado.

¿Que significa? ¿Que usted es antijazz? ¿O que se opone a la libertad de expresión? ¿Que no disfruta de Toni Morrison o de John Updike? ¿Que tiene un conflicto con las sequoyas gigantes? ¿Significa que no admira a los cientos de miles de ciudadanos americanos que marcharon contra las armas nucleares o los miles de resistentes a la guerra que obligaron a su gobierno a retirarse de Vietnam? ¿Significa que odia a todos los americanos?

Esta engañosa confusión de la música y la literatura americanas, la asombrosa belleza física de su tierra y los placeres ordinarios de la gente común con la crítica de la política exterior del Gobierno de los Estados Unidos es una estrategia deliberadamente y extremadamente efectiva. Es como un ejército en retirada que se parapeta en una ciudad densamente poblada con la esperanza de que la perspectiva de alcanzar blancos civiles detenga el fuego enemigo.

Llamar a alguien antiamericano, ser antiamericano en realidad, no es sólo racista, es un fracaso de la imaginación. La incapacidad de ver el mundo en otros términos que los que el establishment ha dispuesto para usted: si no nos ama, nos odia. Si no es bueno, es malo. Si no está con nosotros, está con los terroristas.

El año pasado, como muchos otros, yo también cometí el error de burlarme de esta retórica post 11 de septiembre, despreciándola como tonta. Me he dado cuenta de que no lo es. En realidad es un astuto efecto reclutador para una guerra mal concebida y peligrosa. Cada día me sorprendo de cuanta gente cree que oponerse a la guerra en Afganistán equivale a apoyar el terrorismo.

Pesa sobre todo en el recuerdo de cada uno, especialmente en los Estados Unidos, el horror de lo que ha venido en conocerse como el 11 de septiembre. Casi 3.000 civiles perdieron sus vidas en aquel letal golpe terrorista. El dolor es aún profundo. La rabia aún intensa. Y una guerra mortal y extraña se extiende por el mundo. Aún así, cada persona que ha perdido un ser querido seguramente sabe que no hay guerra ni acto de venganza que pueda mitigar su dolor o devolverle a la persona perdida. La guerra no puede vengar a los que han muerto. La guerra es sólo una brutal profanación de su memoria.

Alimentar todavía otra guerra (esta vez contra Irak), manipulando el dolor de la gente, empaquetándolo en programas especiales de televisión patrocinados por empresas que venden detergente o zapatillas deportivas, es abaratar y devaluar el dolor, privarlo de significado. Contemplamos el saqueo de incluso los más privados de los sentimientos humanos por motivos políticos. Es algo terrible y violento que un Estado haga esto a su pueblo.

El gobierno de los Estados Unidos dice que Saddam Hussein es un criminal de guerra, un cruel déspota militar que ha cometido genocidio contra su propio pueblo. Esta es un precisa y atinada descripción del hombre. En 1988 asoló cientos de aldeas en el norte de Irak y asesinó a miles de kurdos. Hoy sabemos que aquel mismo año, el gobierno de los Estados Unidos le proporciono subvenciones por valor de 500 millones de dólares para adquirir productos agrícolas norteamericanos. El año siguiente, después de haber completado con éxito su campaña genocida, el gobierno de los Estados Unidos le dobló la subvención has 1.000 millones de dólares. También le suministró cultivos de laboratorio de alta calidad para desarrollar ántrax así como helicópteros y material de doble uso que podría ser utilizado para elaborar armas químicas y biológicas.

Resulta que mientras Saddam estaba llevando a cabo sus peores atrocidades los gobiernos británico y estadounidense eran sus aliados más próximos. ¿Que es lo que ha cambiado, entonces?

En agosto de 1990, Saddam invadió Kuwait. Su pecado no fue tanto haber cometido un acto de guerra como haber actuado independientemente y sin órdenes de sus amos. Esta muestra de independencia fue suficiente para alterar el equilibrio de poder en el Golfo. En consecuencia, se decidió que Saddam debía ser exterminado, como una mascota que ha aburrido a su dueño.

Y si Irak tiene un arma nuclear ¿qué?, ¿justifica un ataque preventivo norteamericano? Los Estados Unidos tienen el mayor arsenal de armas nucleares del mundo. Es el único país que las ha utilizado realmente contra poblaciones civiles. Si los Estados Unidos están legitimados para lanzar un ataque preventivo contra Irak, cualquier potencia nuclear estaría legitimada para lanzar un ataque preventivo contra cualquier otra. India podría atacar a Pakistán o viceversa.

Recientemente, los Estados Unidos han jugado un importante papel en obligar a India y Pakistán a retirarse del borde de la guerra. ¿Es tan difícil para ellos seguir sus propios consejos? ¿Quién es culpable de moralismo irresponsable? ¿O de predicar la paz mientras hace la guerra? Los Estados Unidos, a quien Bush ha llamado "la nación más pacífica de la tierra", ha estado en guerra con un país u otro durante todos y cada uno de los últimos cincuenta años.

Las guerras nunca se hacen por motivos altruistas. Se suelen hacer por la hegemonía, por negocios. Y entonces, por supuesto, está el negocio de la guerra. En su libro sobre la globalización "El Lexus y el olivo", Tom Friedman escribe: "la mano oculta del mercado nunca funcionará sin el puño oculto. McDonalds no puede extenderse sin McDonnell Douglas (gigantesca empresa aeronáutica norteamericana, N. del T.). Y el puño oculto que mantiene al mundo seguro para que las tecnologías de Silicon Valley se desarrolle se llama ejercito, fuerza aérea, armada y cuerpo de infantería de marina de los Estados Unidos". Quizás esto fue escrito en un momento de vulnerabilidad pero es ciertamente la más sucinta y precisa descripción del proyecto de globalización corporativa que yo haya leído.

Después del 11 de septiembre y de la guerra contra el terror, la mano y el puño ocultos han quedado al descubierto y ahora tenemos una visión clara de la otra arma de América, el mercado libre, abatiéndose sobre el mundo en desarrollo con una sonrisa crispada. El Trabajo que Nunca Termina es la guerra norteamericana perfecta, el vehículo perfecto para la expansión sin fin del imperialismo norteamericano.

Mientras crecen las diferencias entre ricos y pobre, el puño oculto del mercado libre ha hecho su obra evidente. Empresas multinacionales acechando "gangas" que producen enormes beneficios no pueden abrirse paso en los países en desarrollo sin la connivencia efectiva de la maquinaria del Estado. Hoy, la globalización corporativa necesita una confederación internacional de gobiernos leales, corruptos y preferiblemente autoritarios en países más pobres para imponer reformas impopulares y aplastar las revueltas. Necesita prensa que aparente ser libre. Necesita tribunales que aparenten administrar justicia. Necesita bombas nucleares, ejércitos movilizados, leyes de inmigración más duras y patrullas costeras vigilantes que aseguren que sólo el dinero, las mercancías, las patentes y los servicios se globalizan; no el libre movimiento de personas, no el respeto por los derechos humanos, no los tratados internacionales sobre la discriminación racial, las armas químicas y nucleares, las emisiones de gases invernadero, el cambio climático o, Dios nos perdone, la justicia. Es como si siquiera un gesto hacia la responsabilidad internacional pudiera hacer naufragar todo el negocio.

Casi un año después de que la guerra contra el terror se diese por terminada oficialmente sobre las ruinas de Afganistán, en un país tras otro las libertades se ven recortadas en nombre de la protección de la libertad, los derechos civiles son suspendidos en nombre de la protección de la democracia. Todo tipo de disidencia se define como terrorismo. El Secretario de Defensa norteamericano, Donald Rumsfeld, declaró que su misión en la guerra contra el terror era persuadir al mundo que a los norteamericanos debería permitírseles continuar con su modo de vida. Cuando el rey enloquecido da un pisotón, los esclavos tiemblan en sus barracones. Me resulta difícil decirlo pero el modo de vida norteamericano es simplemente insostenible. Porque no reconoce que hay un mundo más allá de los Estados Unidos.

Afortunadamente, el poder tiene fecha de caducidad. Cuando llegue el momento, quizá este imperio, como otros que le precedieron, se sobreextienda y destruya por implosión desde su interior. Parece como si ya hubiesen aparecido grietas estructurales.

El comunismo a la soviética fracasó no porque fuera intrínsecamente perverso sino porque era débil. Permitía a demasiada poca gente usurpar demasiado poder. El capitalismo de mercado a la norteamericana del siglo XXI fracasará por las mismas razones.

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