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CULTURA PARA LA ESPERANZA número 51. Primavera 2003

LA AMPLIACIÓN DE EUROPA
Una operación imperialista

Después de haber estado sometidos durante decenios al "diktat" estaliniano y neoestaliniano, los países de la Europa del Este se disponen a caer en las garras del imperialismo mercantil y geopolítico de la UE, aunque se imaginen que la entrada en la Europa de la gran banca y la gran industria pondrá fin, más tarde o más temprano, al callejón sin salida en que todos ellos, en mayor o menor medida, se encuentran. En cierto modo, la historia se repite. La Europa central y oriental ha sido tradicionalmente un feudo dominado directa o indirectamente por Rusia, por Alemania, por la monarquía austríaca o por el imperio otomano. Sus períodos de independencia han sido, por lo general, breves e inestables. Su deseo de ingresar en la Europa comunitaria no es más que una nueva forma de hipotecar su soberanía real y de someterse a la dictadura burocrática, política y económica que Bruselas ejerce ya hoy sobre sus miembros.

Es dudoso en todo caso que la UE esté en condiciones de resolver los problemas ingentes a que se enfrentan los países candidatos. La Europa de los Quince atraviesa ella misma una grave crisis económica, como demuestran sus catorce millones de parados, sus bajos índices de crecimiento, las elevadas quiebras de empresas, el deterioro de la bolsa y el desmontaje cada vez más acelerado de su legislación social. Por lo demás, si la Europa hipercapitalista está dispuesta a acoger en su seno a los diez candidatos del Este no es en modo alguno para ayudarles, sino para sacar partido de ellos. El capitalismo no conoce otra moral que la del lucro ni otro principio que el de la utilidad, y son también estos móviles los que guían a los grupos de presión y a la mayor parte de políticos de la Europa occidental. Esta es la cruda realidad, aunque por supuesto la nomenclatura eurocrática y sus lacayos mediáticos eviten hablar de ese ruín trasfondo motivacional y lo embellezcan con toda clase de ejercicios retóricos. Aquí también la ley no escrita de la "political correctness" funciona impecablemente. Sólo así es posible que lo que no es más que un vulgar acto de neocolonialismo a gran escala sea magnificado como "misión histórica", como "el mayor triunfo de la UE" y otras construcciones semánticas por el estilo. Las cosas están más claras que el agua: el mercado interior de la actual Unión Europea está saturado y no admite ya, a diferencia de ciclos anteriores, grandes ofensivas de exportación. De ahí la necesidad de conquistar nuevas áreas de expansión industrial, comercial y financiera. Ya por razones puramente geográficas, culturales e históricas, la Europa del Este se ofrece como blanco ideal para este designio neoimperialista.

Pero aparte de los intereses materiales y geopolíticos de la UE, todo el que está mínimamente familiarizado con la historia y la realidad europea, sabe que los países ubicados en el sector occidental del continente miran por lo común a los de la Europa del Este con la arrogancia con que el rico suele mirar al pobre. Es sintomático en este contexto que el jefe de eso que llaman la Convención Europea, Giscard d'Estaing, haya declarado que Turquía no pertenece a Europa, una actitud apoyada por amplios sectores de los partidos conservadores del continente, empezando por la democracia cristiana alemana.

La inminente transformación de la Europa de los Quince en una Europa de los Veinticinco es, en esencia, una operación concebida y puesta en marcha por la República Federal de Alemania, como lo es también el plan de reducir las subvenciones agrarias vigentes hasta ahora y destinar las sumas sobrantes a la recuperación económica de los nuevos países-miembro, y ello con el objeto de acelerar la penetración de los consorcios de la RFA en los mercados de la Europa eslava. Pero también el desmembramiento de Yugoslavia como unidad nacional fue tramado y llevado a cabo por Alemania, concretamente por el entonces ministro de Asuntos Exteriores, Hans Dietrich Genscher, un Maquiavelo tortuoso disfrazado de liberal, aunque el acto final fuera consumado por la agresión armada de los EE UU y la OTAN. Por lo menos en este aspecto, la Alemania actual entronca con su tradicional "Drang nach Osten" o "impulso hacia el Este", aunque su expansionismo no sea hoy de carácter bélico, sino económico. Desde los tiempos de los Caballeros de la Orden Teutónica, Alemania ha considerado la Europa del Este como su campo natural de expansión. De ahí que Hitler dijera que las colonias alemanas se hallan en el Este europeo. Fue el "Drang nach Osten" lo que movió a Guillermo II y a Hitler a lanzar sus ejércitos contra la Europa oriental. Incluso Federico Engels, a pesar de ser marxista y de proclamarse internacionalista, estaba convencido de que el destino de Polonia y Checoesslovaquia era el de ser "colonizadas" y "civilizadas" por Alemania, el mismo Engels que en sus cartas privadas a Marx reprochaba a Bismarck haberse conformado con guerras de poca monta. Por lo demás, se está cumpliendo al pie de la letra lo que Max Horkheimer predijera en 1948 en una carta a Friedrich Pollock: "Estoy seguro de que Alemania penetrará pronto en los mercados de Europa y será más poderosa y respetada que nunca". En mis libros "Das Vierte Reich" (El IV Imperio) y "Die Lüge Europa" (Europa, esa mentira), he explicado "in extenso" las razones que han hecho posible el encumbramiento de la Alemania post-nazi como potencia hegemónica de la UE.

La ampliación de la UE no puede ser separada de la ampliación de la OTAN. Ambas constituyen el anverso y el reverso de la misma moneda. Desde hace poco tiempo, la República Checa, Polonia y Hungría pertenecen ya al brazo militar de Occidente, y a mediados de marzo de este año fue firmado en Bruselas el ingreso de Letonia, Lituania, Estonia, Eslovaquia, Rumanía y Bulgaria. Y aquí es el momento de decir que tanto la ampliación de la UE como de la OTAN constituyen también una operación dirigida contra Rusia, no sólo a nivel geopolítico, sino también económico. O como escribe el politólogo austríaco Egon Matzner en su libro "Monopolare Weltordnung" ( Un orden mundial monopolar): "La ampliación de la Otan en dirección al Este significa, entre otras cosas, una ampliación de mercado para los consorcios armamentísticos occidentales en detrimento de la industria de guerra de Rusia y de otros países del Este europeo". Pero también los grandes consorcios mediáticos y editoriales –principalmente alemanes- de la UE están apoderándose del mercado cultural e informativo de la Europa central y oriental, destinada a convertirse en una colonia ideológica de la RFA, como le ha ocurrido a Austria, país en el que el 80 por ciento de los "mass media" están en manos del capital germano. Las posibilidades de que la Europa del Este logre sustraerse al dominio de la Europa occidental son harto precarias, ya por el solo hecho de que son países profundamente débiles y alienados, dirigidos además por una clase política corrupta y oportunista. Por añadidura, una gran parte de su población idealiza la sociedad de consumo del mundo occidental, actitud que en buena parte se explica como reacción a la escasez material que reinó durante las décadas de socialismo burocrático.

Lo que los próximos nuevos diez miembros de la UE consideran como su camino de salvación, significa en realidad el sometimiento más o menos voluntario a los planes neoimperialistas de los estrategas de Bruselas y a su designio inconfesado pero cada vez más evidente de convertir la UE en un nuevo imperio. Es sintomático en este contexto que apenas estallada la guerra angloamericana contra Iraq, Romano Prodi, Gerhard Schröeder y otros altos representantes de la casta política europea subrayaran la supuesta necesidad de reforzar el poderío militar de la UE, en vez de pronunciarse por la desmilitarización de la política, el anti-armamentismo y la lucha por la paz. El único país que dentro de la Europa comunitaria ha intentado crear, a partir del general de Gaulle, una plataforma militar autónoma y no sometida a la tutela de los EE UU y de la OTAN, ha sido, hasta la fecha, Francia, un camino que Alemania, a pesar de su rango económico, tecnológico y demográfico, no ha podido seguir durante los últimos decenios, no sólo por su división territorial y política, sino también por su dependencia con respecto a Norteamérica. Pero tras el "no" del canciller Schroeder a la guerra angloamericana contra Iraq, todo indica que la República Federal Alemana intentará poco a poco liberarse de la tutela estadounidense y adoptar una política exterior más ajustada a sus propios intereses y a los de Francia, país cuyo consenso necesita para hacer pasar por política comunitaria lo que no será más que el reflejo de lo que se decida en Berlín y París.

Pero la colonización de la Europa del Este por parte de la UE tropieza, ya antes de haberse iniciado oficialmente, con un obstáculo de fondo que la cúspide eurocrática había pasado por alto o subestimado: la inclinación de los próximos diez nuevos miembros a vincular su política exterior a la de los EE UU. De la UE esperan ayuda económica, de Norteamérica y de la OTAN protección militar frente a Rusia, país que para ellos sigue constituyendo una amenaza siempre latente contra su seguridad y su independencia. No es casual en este contexto que el aliado más incondicional de los EE UU en la Europa del Este sea Polonia, un país en el que, como he podido comprobar personalmente en distintas ocasiones, existe un profundo odio hacia Rusia. A cambio de la protecciópn militar de los EE UU, Varsovia está dispuesta a favorecer los intereses del Pentágono y de Wall Street. También aquí rige la vieja ley del toma y daca. Es significativo que a principios de febrero de este año, el gobierno polaco hiciera un pedido de 48 aviones del modelo F-16 al consorcio Lockheed por valor de casi cuatro mil millones de dólares. Una cosa está fuera de duda: los EE UU harán todo lo posible para atar a su carro a la Europa del Este y disputar a la UE la hegemonía sobre ella, lo mismo que a raíz de la guerra contra Iraq ha intentado sembrar la cizaña en el seno de la Europa de los Quince. Las castas políticas de los países de la Europa central y oriental creen que el intrusismo estadounidense en la política europea y el futuro conflicto entre el eje franco-alemán y Norteamérica les permitirá sacar partido de ambos sistemas de poder. En realidad, no harán más que convertirse en cautivos de una doble hegemonía.

Heleno Saña

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